“Las elecciones, a veces, son la venganza del ciudadano. La papeleta es un puñal de papel (David Lloyd George).
Seguramente cuando un candidato (hombre, mujer o lo que crea), maneja cifras, hace proyecciones, señala y critica personas, hechos y cosas, ¿qué tan confiable puede ser? En esta temporada cualquiera encaramado en una candidatura real o producto de la escenografía política del momento, parece tener el conocimiento y las respuestas a problemas que han sido planteados una y mil veces.
Es un hecho que en el fragor de la lucha por los votos se hacen esfuerzos de imaginación verdaderamente épicos; y algunos logran crear una imagen de seriedad, determinación y “experiencia” en el desempeño de cargos y situaciones que nunca han enfrentado en la vida real ya que ¿cuántos de los aspirantes han tenido esa experiencia, más allá de quienes en el colmo del mal gusto pretenden repetir en algo que medianamente experimentaron y no necesariamente lograron?
¿Qué tanto pueden ser creíbles “propuestas” emanadas de la misma cloaca política que ha actuado como rémora del desarrollo de la ciudad y el Estado? ¿Usted cree que un candidato de los mismos partidos de siempre, ahora presentados como licuado electoral, va a sacar de la barranca al buey que ellos mismos empujaron?
La ciudadanía debe tener otros datos, producto de su experiencia, memoria y juicio crítico, y votar por el que menos le inspire desconfianza, más allá de recibir el regalito de láminas de cartón y otros materiales, vales de despensa o despensa en bolsas de plástico, jabas o cartones en reúso.
Por otra parte, es impresionante el tiempo que se gasta en ver la propaganda que pronto se vuelve invisible, deja de llamar la atención, molesta y mueve al rechazo. En ese punto, el ciudadano debe pensar en la inutilidad de las campañas, los debates y la parafernalia del caso.
¿No sería mejor ahorrar tiempo, dinero y saliva poniendo a trabajar al órgano electoral pagado con nuestros impuestos (INE o en su caso IEES), a fin de que reciba los planes, programas y respuestas de los candidatos a los problemas que se proponen resolver, y que la autoridad electoral se encargue, en igualdad de condiciones, de difundir dichos mensajes y propuestas?
El candidato presentaría en un plazo y un formato prefijado su plan de trabajo, los ejes, los medios y las soluciones a problemas de empleo, seguridad pública, seguridad social, vivienda, educación y demás, de acuerdo con el puesto al que aspira, y acude a visitas oficiales programadas por la autoridad electoral donde los reporteros pueden preguntar sobre los planteamientos que formalmente fueron difundidos.
¿Se imagina que el órgano electoral, en acuerdo con los partidos, programara y organizara las visitas de campaña, poniendo a disposición de los candidatos los espacios necesarios (auditorios, plazas públicas) y la propaganda necesaria, con un horario establecido y previamente difundido?
Siendo dinero público el empelado en las campañas y administrado por el órgano electoral es claro que debe estar bajo el riguroso escrutinio de la Secretaría de Hacienda y la Secretaría de Gobernación, con el concurso de las autoridades correspondientes en los estados.
¿Se imagina lo de corruptelas que se evitarían, además de una importante disminución de los costos de las campañas, ahora convertidas en espectáculo de circo con notable presencia de trapecistas y enanos?
Pero bueno, si a usted le gusta estar en medio de una multitud vociferante, lanzando porras, consignas y saliva, acompañada de matracas, tambores africanos y despliegue de banderas y mantas, esta temporada es propicia para eso, como lo es para no perder la oportunidad de pescar el virus de moda.
En cualquier caso, los ciudadanos deben tener sus propios datos, sin el “vaquereo” de líderes de ocasión, de personajes temporaleros salidos de la chistera de los partidos, y los infaltables oportunistas de acompañamiento. Aquí se requiere un esfuerzo de seriedad y de sobriedad.
José Darío Arredondo López