Las mujeres en el mundo han luchado por sus derechos desde hace siglos. Amelia Valcárcel, filosofa española enfatiza muy a menudo, que la dominación masculina es una dominación inmemorial, y que no hay un solo país en el mundo, y a través de los tiempos, en donde la cultura no se sustente en la superioridad del hombre sobre la mujeres.
En México, desde hace ya más de un siglo, las primeras y más importantes luchas que han abanderado los movimientos feministas han sido la búsqueda de libertades, comenzando con el reconocimiento de sus derechos a la educación y a la ciudadanía, a las que las mujeres no siempre tuvieron acceso.
Las mujeres, como los hombres, han participado en la conformación de las sociedades desde los inicios de la humanidad. Sin embargo, sus derechos no se reconocieron de manera natural.
La primera mujer mexicana que se consideró abiertamente “feminista” en tiempos del porfiriato, Dolores Correa Zapata (1853-1924), proponía cuatro cuestiones en su lucha: 1. Oportunidad para las mujeres de aprender y enseñar ciencias; 2. Derrumbar la idea de que las mujeres eran inferiores que los hombres intelectualmente; 3. Acceso a puestos de poder para las mujeres; 4. Igualdad jurídica con respecto a los hombres. Ninguno de estos derechos los vio consolidados, pero hoy en día, la igualdad traducida en leyes, es justo el reflejo del impulso de una Dolores Correa y un sin números de aliadas de antes y después.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, si queremos crear economías más fuertes y mejorar la calidad de vida de toda sociedad, es fundamental empoderar a las mujeres para que participen plenamente en la vida económica, en todos sus sectores, libres de toda discriminación y violencia. Invertir en el empoderamiento económico y políticos de las mujeres contribuye directamente a la igualdad de género, la erradicación de la pobreza y el crecimiento económico inclusivo.
Cada vez es más común escuchar en los discursos públicos la igualdad de las mujeres como fuente de desarrollo. Las agendas electorales de quienes hoy compiten por una gubernatura, o puesto público hablan de derechos de las mujeres y como propuestas, acabar con la desigualdad. Se habla con familiaridad de la paridad y el empoderamiento, sin entrever el origen que justamente se contrapone a estos derechos sustanciales en la vida diaria de las personas.
Culturalmente se nos ha moldeado de una manera muy alejada al principio de la Igualdad, y el reto está precisamente en reconstruir pieza por pieza este enramado de limitaciones que impiden el pleno disfrute de los derechos sustantivos de las mujeres, y así mismo, que repercuten en toda la sociedad.
Hoy en día es vital en la planeación y el ejercicio de toda política pública, identificar de raíz el efecto que ha causado el “poder” patriarcal, en la estructura de cada institución que rige nuestro sistema, y que impide el pleno ejercicio de los Derechos Humanos. Esta tarea requiere de distintos mecanismos.
Las políticas públicas deben considerar acciones estratégicas transversales en todas las instituciones, enfocadas al trabajo de reconstrucción cultural de hombres y mujeres, de las familias e instituciones. Así mismo, las medidas preventivas y de atención deben contemplar la resistencia “natural” de las personas. Es importante comprender que como sociedad nos regimos en gran medida por paradigmas, modelos establecidos que nos encaminan y guían, y nos impide reflexionar acerca de las desigualdades y violencias que seguimos sin reconocer.
Destruir prejuicios requiere de estrategias a largo plazo. Planes mediáticos que transformen ideas, que promuevan la reflexión y las garantías de una vida de armonía y paz social. Se requiere de instituciones no discriminatorias; leyes armonizadas; políticas incluyentes; campañas de información focalizadas; conductas congruentes de quienes gobiernan.
Los métodos improvisados provocan rechazo y pueden reforzar estereotipos. Porque es fácil atribuir condiciones negativas a lo que desconocemos y más cuando va en contra de intereses específicos y de masas.
Es un gran compromiso por asumir. Los prejuicios son parte de la historia y cultura de una nación, y se encuentran enraizados en los sistemas de creencias. Pero si bien, “es más fácil desintegrar un átomo, que un prejuicio”, como lo afirmó Einstein, no es imposible.