Columna Desde la Polis
Cuando se habla de “Estado de Derecho”, se están tratando dos conceptos que se implican entre sí. No puede existir el Estado sin el Derecho. No existen sólo por estar en una ley, sino hasta que ésta se cumple. En este sentido, creo que son dos los grandes pendientes para México (y ello incluye a Sonora) en la ruta del desarrollo que tanto buscamos, uno con justicia y dignidad: la existencia efectiva de un Estado de Derecho y el fortalecimiento del capital humano que integre las filas de nuestras instituciones públicas.
Desde el inicio de la espiral de violencia incontrolable en nuestro país, he dedicado mi estudio y trabajo a entendimiento y diseño de avenidas programáticas y ejecutivas que nos permitan transitar -como sociedad- por la ruta de la paz y de la prosperidad. La teoría ortodoxa (que impera en México) para enfrentar la criminalidad nos indica que la solución está en tener policías mejor entrenados, mejor armados y en mayor número. Esta concepción simplista de que la paz se construirá a partir de tener un garrote más grande que el de la delincuencia, ha carecido de efectividad, pues claramente deja fuera de la ecuación a las demás rutas que descifren y atiendan la problemática que provoca la disrupción a la paz y que invita a que la ilegalidad se afiance no sólo como un factor económico preponderante en nuestros tiempos, sino prácticamente como algo con lo que tenemos que convivir. Por lo tanto, paralelo al uso legítimo de la fuerza por parte del Estado, debe trazarse la ruta crítica que genere el desarrollo en las personas y en las instituciones (marco legal y arquitectura orgánica del aparato público).
En este último tercio de mi vida, donde mi desarrollo profesional se ha enfocado diseñar políticas públicas que primero busquen el desarrollo (el humano, como lo concibe mi maestro Amartya Sen) para provocar la inevitable consecuencia de la estabilidad y la paz, también he visto desfilar una larga lista de falsos profetas que prometen seguridad, prosperidad económica y -los más temerarios- hasta felicidad a sus gobernados… pero sólo demuestran ineptitud, una voracidad delirante por el erario público y han hecho de nuestro país y nuestro estado una gran fosa común donde conviven tétricamente las víctimas vivas y las muertas.
Aunque oficialmente antier inició la campaña por la gubernatura de Sonora, en la realidad, el proceso electorero arrancó desde el año pasado y por lo tanto, los candidatos han ido mostrando las visiones iniciales de cómo quisieran gobernar. Mientras un candidato ha buscado -con gran dificultad- lograr la alquimia entre fuerzas políticas mezquinas que se disputan el botín económico (como subproducto de la llegada al poder), otro inició un interesante tour por el estado (para que la gente lo conozca y para que él conozca esos lugares) y el tercero se prepara para presentar el tercer libro de ideas y posibles rutas de acción para despertar a Sonora de su letargo de subdesarrollo y para liberarla de la corrupción e impericia provocadas por una larga hegemonía cupular. Parece que mientras uno llega a la cita gastado, casi canibalizado por sus propios aliados, otro cumple un infértil deseo personalísimo por ser el hijo más avanzado de su clan… y el tercero restante, afina los detalles sobre cómo se debe gobernar y con quién.
En 1982, el gobierno de Samuel Ocaña recorría la mitad del sexenio. Da la casualidad que la persona que supervisó -la primer mitad de ese sexenio- la procuración de justicia y la segunda mitad, la impartición de justicia, es mi padre. Yo nací en esa coyuntura y al día de hoy, me infla el pecho de orgullo el haber escuchado -durante toda mi vida- que fue esa fue la última administración que de manera plena conjuntó honradez y eficiencia en prácticamente todas sus filas. Las comparaciones siempre serán odiosas y hasta en algunos casos injustas, pues cada tiempo tiene sus propias condiciones. A Ocaña no le tocó recibir un estado hecho trizas ni tener que lidiar con una inercia diabólica de transas e ineptos, pero vaya que logró cosas con la baraja que su circunstancia le repartió. Por eso, el doctor de Arivechi está ya en la historia como un referente de liderazgo y humildad.
Creo -no sólo por lo que muestran las encuestas- que la mayoría de la gente en Sonora ya sabe por quién votará en tres meses. La responsabilidad de ese hombre será privilegiar la capacidad sobre los afectos… y las ideas sobre los halagos. Se habla de conjuntar al mejor equipo en la historia de Sonora y dadas nuestras circunstancias, no queda de otra. Creo que en el rescate de nuestro estado no sólo deben participar las personas que estén en el gobierno. Desde ahora deben tocar la puerta y alzar la mano todas aquellas mujeres y hombres que sepan -en serio- que tienen con qué y cómo sumar a nuestra urgente regeneración. Mi equipo de colaboradores y yo lo hacemos en lo que entendemos: el binomio de seguridad/desarrollo humano y los aparatos de justicia. Si no es ahora, ¿cuándo? Si no somos nosotros los ciudadanos, ¿quiénes? Así se aprovechan -o no- las circunstancias. Así se escribe -o no- la historia.
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Jesús Manuel Acuña Méndez.
El autor es Presidente Fundador de CREAMOS México A.C. y especialista en políticas públicas por la Universidad de Harvard. jesus@creamosmexico.org