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jueves, diciembre 11, 2025

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El pasado lunes por la noche escuchaba a Rubén Luengas informar que la pandemia por covid-19 en México duplicó en un año la demanda de antidepresivos, ansiolíticos y otros fármacos, para tratar problemas de salud mental.

Estos “problemas” de salud mental son padecimientos que podemos identificar en los otros, y con suerte en nosotros, bajo el nombre de obsesiones, compulsiones, insomnio, ansiedad, pánico y depresión, por mencionar solo los más comunes.

Digo que con suerte porque para que sea posible superar un problema, primero hay que identificarlo, tener conciencia de él. Es raro que durante este “año sabático”, el egoísmo que comúnmente practicamos no haya sido suficiente para hacernos sentir bien; queremos más.

Queremos algo que nos ayude a dormir, que nos facilite la empatía y socialización, porque a veces lo demás y los demás no son de nuestro agrado. En ocasiones la alteridad se empeña en no ser del todo prescindible, aniquilando la humana idea de que existe a propósito de nosotros.

Es al revés. La individualidad es una contingencia de todo lo que no es “yo”; el incremento de la demanda social de fármacos para la felicidad es prueba contundente. “Yo” estoy deprimido, porque lo “otro” -hechos, acontecimientos, accidentes, sucesos- se me opone e impide la satisfacción de mis deseos.

La pandemia también provocó un aumento en la demanda de otros “tranquilizantes” naturales como la pasiflora, variedad de tés y aceites, pero más interesante; el incremento en el consumo de antidepresivos trajo consigo el descubrimiento de la contaminación médica.

Una buena cantidad de residuos farmacológicos, específicamente de los antidepresivos, que son desechados a través del sistema de drenaje, llegan a mares y océanos para contaminar ecosistemas compuestos por flora y fauna que empieza a cambiar su comportamiento bajo el efecto de los fármacos.

Se han observado cambios en el comportamiento de la fauna marina en los lugares en los que el medio ambiente estaba contaminado,  tales como su manera de socializar, patrones de alimentación, rutas migratorias y apareamiento, señala la nota de National Geographic.

Pienso en los efectos de los antidepresivos y en las reacciones adversas conocidas de este tipo de medicamentos: diarrea, estreñimiento, insomnio, somnolencia, desorientación y disfunción sexual. Creo que puedo explicar los cambios en la alimentación, las rutas migratorias y el apareamiento, en los peces afectados.

Al final, un ecologista evolutivo de nombre Giovanni Polverini, concluye que bajo los efectos de estos fármacos “los peces pierden su individualidad”, por lo que una vez más me quedo pensando en el hecho de perder la individualidad, ¿no es esa la función de los antidepresivos? Conceder la posibilidad de mezclarnos con el absoluto, olvidarnos de “nuestras” necesidades, fundirnos en lo eterno. Ser empático, entender lo otro, poner en espera la individualidad.

Escribe Jonathan Franzen en Las Correcciones, “nuestra cultura otorga demasiada importancia a los sentimientos, dice que hemos perdido el control, que no son los ordenadores quienes están convirtiéndolo todo en virtual, es la salud mental. Todos andamos empeñados en corregir nuestras ideas y en mejorar nuestros sentimientos y en trabajarnos las relaciones y la capacidad para educar a los hijos, en vez de hacer como se ha hecho toda la vida, es decir, casarnos y tener hijos y ya está. Nos estamos dando con la cabeza en el último techo de la abstracción, porque nos sobran el tiempo y el dinero. Queremos consumir comida ‘real’ e ir a sitios ‘reales’ y hablar de cosas ‘reales’, como los negocios y las ciencias”.

Schopenhauer remataba “solo una consideración puede servirnos para explicar el sufrimiento de los animales: que la voluntad de vivir, presente en todos los fenómenos, deben en este caso satisfacer sus ansias alimentándose a sí misma”.

Abrazar a la gran masa, renegar del conflicto, aspirar al absoluto, a cambio de que nuestro malestar psicoemocional se atempere. No obstante, abdicar de nuestras responsabilidades y ser voluntariamente inconscientes del entorno natural no es una contraindicación de los fármacos, sino una manifestación del hombre moderno; sí, el reaccionario que sigue entendiendo el progreso bajo anticuadas conceptualizaciones de la modernidad.

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