Columna Política y Medios
La fascinación de la cultura popular occidental por el narco y sus vidas privadas alcanza niveles de asombrosa notoriedad en nuestros días, las mujeres del narco, otrora consideradas injusta y misóginamente para su inclusión en la glamorosa pero decadente galería de la fama como simples elementos ornamentales de una historia, se han sacudido desde años atrás el predecible papel asignado en la saga.
Desde tiempo atrás, no únicamente se han cansado de aderezar con un costal de clichés los relatos que magnifican el indiscutible poderío del barón de la droga o de la criminalidad en turno, sino que ahora reclaman para sí, justa o injustamente, la infamia o la fama pública.
Carmela Soprano, pasó de ser la ama de casa que no veía, ni se daba por enteraba de nada, a ambiciosa encubridora del inolvidable gangster Tony Soprano, en Los Soprano, producción televisiva de HBO que revolucionó para siempre a los seriales de la pantalla chica con su fuerte carga de violencia, sexo, cinismo y gusto culposo por los bajos instintos, disfrazados de adrenalina televisiva.
Carmela, no era precisamente glamorosa, era una mujer italoamericana moderna de principios del siglo XXI, ambiciosa, que fue poco a poco empoderándose, conforme crecía la influencia y la notoriedad del temido, admirado y odiado Tony Soprano.
Carmela era discreta en su vida pública, aspiraba a la seguridad financiera en la competitiva e inestable Norteamérica corporativa, con la diligencia, parafraseando a Max Weber, de una ética en medio de la opulencia, con el sólo fin de disimular una absurda semi austeridad protestante, incapaz de hacer migas con el fuerte espíritu del catolicismo romano que decía profesar.
Más adelante vendrían más episodios, pero desde Lola la Chata, Camelia la Tejana, pasando por La Reina del Sur inmortalizada por Pérez Reverte y presentada al público de masas por Kate del Castillo (a la postre la piedra de criptonita que probablemente desencadenó el posible principio del fin de Guzmán Loera y ahora de su mujer), las figuras femeninas han ocupado un lugar importante en la historia del crimen y de la cultura popular nacional.
La sorpresiva captura de la mediática y carismática Emma Coronel el lunes a las afueras de la capital de Estados Unidos, deja muchísimas interrogantes que tratan ahora de responderse con todo el ímpetu de las más diversas e imaginativas especulaciones. No pensamos deslizar ninguna de ellas el día de hoy, pero sin duda, Emma representa por su contradictoria callada temeridad, al desafiar con varios signos de la opulencia, el lastimado ego de sus perseguidores, estilos muy diferentes de empoderamiento, de “rol models buchones” a seguir para miles de chicas, con todo un instructivo detallado para obtener su look en You Tube.
Siguiendo el performance que en el patio de un penal de “alta seguridad”, una tarde nublada y lluviosa de 1993 inauguró su marido, cuando debajo de una gorrita caqui y uniforme del mismo color humildemente se declaró agricultor, Emma también asegura que su imponente estilo de vida de ella y los suyos, se puede costear de esa misma manera, trabajando “duro”, con “ahínco”, tal si fuera insultante promocional de Ricardo Bours, con sacrificio, sin desmayar, sin dejar un día de cultivar la noble tierra de los fértiles valles de Sinaloa.
Pero más que su impacto en México, Emma es toda una estrella ascendente en el firmamento hispano estadounidense por varios motivos, el ser mexicana, pero adicionalmente estadounidense, con hijas también nacidas en territorio norteamericano, por su porte en su vestuario de calle, de alguna manera imitable para las posibilidades adquisitivas de la hispana promedio, pero también, por ser una celebridad como las celebridades en tiempos modernos, sin hacer nada extraordinario, sino llevar un pesado nombre a sus espaldas o un apellido, aspectos que pueden ser atractivos para algunos segmentos del mercado, .
Pero también, en el imaginario de otro sector más castigado por el “sueño americano”, Emma puede ser el símbolo de la fuerte y abnegada mujer, al intentar vender la idea de que, por un lado, “resignadamente” esperó desde casa la suerte de su marido, como le ha sucedido antes de la reunificación familiar en aquel país a muchas mujeres migrantes, o de quienes también aguardan pacientemente al compañero ausente, como le sucede también a un número importante de mujeres que tienen encarcelados a sus esposos, hijos o padres, ante el creciente e imparable alto porcentaje de presos hispanos en las penitenciarías estadounidenses.
Además la señora Coronel para rematar lo atractivo de la leyenda, tiene su historia de reinado de belleza y a la vez de una especie de cenicienta cuando el poderoso capo la convierte en una especie de “princesa en automático”, tras bajarle el noviecito en un baile de rancho en Durango y casarse meses después con la chica, todo este explosivo coctel va sumando para representar un potencial imán de audiencias, de jugoso rating, llevando hasta la saciedad de la repetición tras la repetición, las imágenes de una chica que con una combinación de tímida frescura mostrada ante las cámaras de las cadenas Univisión, Telemundo conectó inmediatamente con el auditorio, con un público que seguramente la acompañará en el también espectáculo televisivo que significará un posible juicio procesal.
El título del presente artículo está inspirado en un conocido corte musical de indomable cantautor español, pero el artista tiene en otro tema, y tal vez en él, una mejor letra para la ocasión, cuando el poeta escribe sobre el destino que algunos esgrimen como inevitable en el caso de Coronel. “Todas las ciudades eran pocas a sus ojos, ella quiso barcos y él no supo qué pescar. Y al final números rojos en la cuenta del olvido, y hubo tanto ruido que al final llegó el final”. Joaquín Sabina, Ruido.
Amílcar Peñúñuri Soto, doctor y maestro en ciencias sociales, egresado de la maestría en ciencia política, UNAM, periodista independiente, catedrático de la Universidad de Sonora, director de Política y Rockanroll Radio, 106.7 FM. Correo: apcubs@hotmail.com