El 7 de agosto de 2017 publiqué mi primera columna en Proyecto Puente. Se trataba de un recuento más o menos breve de las consecuencias cotidianas de la elección de 2016. Trump se había hecho de la Casa Blanca y el partido Republicano controlaba ambas cámaras también. Era pues, desde entonces, una forma de ver que el país vecino se volcaba hacia sí mismo en una ola de repudio para todos los que estamos aquí, en contra al parecer de la gente de a pie.
Escribí en aquel entonces: “El 9 de noviembre de 2016, el día siguiente a la elección, fue el momento más triste de mi carrera como profesor. Y no sólo me sucedió a mí; colegas mexicanos y latinoamericanos de diferentes ciudades y estados comenzaron a compartir sus experiencias a través de las redes sociales. Al llegar al salón de clase cerré el libro de texto y lo guardé. También guardé silencio. Dejé que ellos hablaran, un poco haciendo hincapié en que el salón de clases era un espacio para hablar libremente, para decirse y decirnos lo que sea que había que decir.
Fue especialmente duro ver a mis alumnos afroamericanos y LGBT llorar abiertamente, con un temor a que todo lo que se ha logrado fuera a destruirse de un día para otro. La pregunta que yo quise hacerles, o que por lo menos traté de canalizar es, ¿qué hacemos ahora?
Los oí hablar con un pesimismo profundo, expresándose con pesar de que habían estado toda la mañana consolándose los unos a los otros. Uno de mis alumnos que sé que tiene ideas políticas liberales y que se sabía avergonzado por pertenecer a un privilegio racial sin haberlo escogido, se acercó desde el inicio y me dijo: “sabes que eres bienvenido aquí, ¿verdad? Te queremos aquí”. Yo no supe qué responderle.”
Cuatro años después estamos aquí de nuevo. El 3 de noviembre los ciudadanos norteamericanos podrán decidir – más o menos democráticamente – si habrá que seguir por el camino del privilegio supremacista, la xenofobia y las políticas económicas del famoso trickle down, o si es posible dar marcha atrás y ponernos en otras circunstancias.
Digo más o menos democráticamente porque, a pesar de que Estados Unidos se regodea en un discurso excepcional de ser y seguir siendo la democracia más antigua del planeta, y de tener una especie de superioridad moral (y bélica) al respecto, lo cierto es que hay esfuerzos a lo largo y ancho del país por suprimir y desincentivar el voto.
Sólo aquí en Harris County, que incluye a la ciudad de Houston, se está litigando para proteger la legalidad de casi 120,000 votos del periodo de votación temprana y que son objeto de una demanda por parte del partido republicano para invalidarlos. Desde el 13 de octubre, Texas ha roto todos los récords de su historia, ya que han votado hasta la fecha más de 9 millones de personas en el estado.
Como punto de comparación, en 2016 el total de la elección fueron 8,969,226 votos. Las tensiones políticas en esta ocasión han hecho que mucha más gente sienta la necesidad de votar por sus propios intereses. Pensar de cualquier manera que esto indica que hay una ventaja obvia para Joe Biden es también caer en un error imperdonable.
Debido al complicado sistema electoral para la presidencia, que incluye al colegio electoral, la inmensa mayoría de los estados otorgan la totalidad de sus delegados a quien gana el voto popular en el estado. Lo que es importante recalcar es que, en este esquema, hay estados que importan más que otros por el margen de distancia entre un candidato y otro.
Más allá de ponerme a explicar aquí el sistema, lo que quiero hacer es poner en relieve la importancia de la elección para el futuro de quienes vivimos aquí y en el resto del mundo. Lo que está en juego es tal vez lo más terrorífico: no sólo la erosión de las instituciones públicas, sino la estabilidad de las relaciones geopolíticas en el mundo. Cuatro años más de esta administración parecen impensables, pero siguen siendo posibles. Yo, por lo pronto, sigo siendo cautelosamente optimista, pero sin quitar el dedo del renglón.
Mejor dicho, es como estar en la cuerda floja a medio camino a lo largo de un precipicio. Lo más probable es no llegar al otro lado. Pero está ahí, a la vista.