En 1928, el médico escocés Alexander Fleming se encontraba realizando experimentos con bacterias estafilococos en un laboratorio del Hospital St. Mary, cuando tuvo que ausentarse de Londres durante un mes. Aunque puso la mayoría de cultivos bacterianos a buen recaudo, se olvidó uno cerca de una ventana abierta. Cuando volvió al laboratorio, un hongo presente en el aire había contaminado la placa, arruinando el experimento. Podría haberla tirado a la basura. Sin embargo, guiado por la curiosidad, decidió observarla primero al microscopio. De este modo, observó que algo en ese hongo había fulminado a las bacterias a su alrededor. Así descubrió la penicilina. Los olvidos durante largos periodos de tiempo han traído a la ciencia hallazgos tan importantes como este. Otros no han sido tan relevantes, pero sí realmente interesantes. Es el caso de los twinkies con hongos analizados recientemente por un científico estadounidense.
Se trata del micólogo de la Universidad de West Virginia Matthew Kasson. Normalmente, investiga patologías causadas por hongos a las plantas. Sin embargo, cuando supo el caso de otro científico, que había estado contando en Twitter su experiencia con unos twinkies almacenados durante 8 años en su sótano, no pudo resistirse a saber un poco más al respecto.
Los twinkies son unos bizcochitos esponjosos, rellenos de crema, fabricados por la compañía estadounidense Hostess Brands, Inc.
Al contrario, en otros países, los derechos los tiene el grupo Bimbo, que los comercializa con diferentes denominaciones. En España, por ejemplo, se les conoce como bizcochos Círculo Rojo. En México reciben el nombre de Submarinos o Tunky.
Sea cual sea el nombre y la empresa que los produce, todos cargan con el mito de ser casi indestructibles. Posiblemente por su alta concentración de conservantes, circula el mito de que estos pastelitos nunca se echan a perder, ni siquiera bien pasada su fecha de consumo preferente.
Este mito se debe especialmente a la existencia de un twinkie que lleva ya 44 años en la Academia George Stevens en Blue Hill, en Maine, donde lo conservan casi como una reliquia. El bizcocho formó parte de un experimento de ciencias, iniciado por el profesor Roger Bennatti, que lo abandonó durante 28 años sobre el intercomunicador de una de las aulas del centro. Pasado este tiempo, coincidiendo con su jubilación, decidió introducirlo en una urna y pasarlo a otro docente del centro. A día de hoy se conserva con toda ceremonia en el edificio.
La apariencia no dista mucho de la de los twinkies recién comercializados, salvo por verse algo más seco. Sin embargo, nadie se ha atrevido a darle un mordisco. Quien sí lo hizo fue Colin Purrington, el profesor de biología que decidió recientemente probar uno de los los twinkies con hongos que habían permanecido ocho años en su sótano.
En noviembre de 2012, Hostess Brands dejó de comercializar en Estados Unidos estos emblemáticos dulces, que sí siguieron vendiéndose en otros países, como Canadá.
Ante la posibilidad de no volver a probar ese dulce manjar, Purrington decidió guardar unas cuantas cajas y almacenarlas en su sótano, como si de un apocalipsis del azúcar se tratara. Pero al final todo quedó en una falsa alarma, pues los twinkies volvieron a venderse en territorio estadounidense a partir de julio de 2013.
Por eso, los dulces se quedaron allí guardados, día tras día, mes tras mes y año tras año. Al recordarlos, el profesor de biología decidió abrir la caja y comprobar el estado en el que se encontraban. Según explica en su cuenta de Twitter, la recomendación de fecha de consumo preferente avisaba que no debían tomarse más allá del 26 de noviembre de 2012. Sin embargo, la curiosidad le pudo y decidió dar un mordisco al que tenía una mejor apariencia. El aspecto era similar al de la academia de Maine.
Se encontraba algo más seco y al corte la crema, normalmente blanquecina, se había oscurecido y encogido, dejando algunos huecos con aire. Pero no tenía mala pinta del todo. Sin embargo, al morderlo casi se atraganta. Su sabor ya no era dulce y el olor era similar al de la fruta de ginkgo podrida. Todo esto lo cuenta en un hilo en el que además publica imágenes, en una de las cuales se puede ver claramente algunos twinkies con hongos. Llaman especialmente la atención uno con una gran mancha marrón y otro que se ha contraído, absorbiendo el propio espacio dentro del plástico, como si estuviese envasado al vacío, y adquiriendo un aspecto similar al del tronco de un árbol.
Al leer el hilo de Purrington, Kasson se puso en contacto con él y le preguntó si podría mandarle un paquete con los twinkies con hongos que mostrabas en sus fotografías.
No se encontraorn hongos en el twinkie que había encogido, posiblemente porque ya estaban muertos
No dudó en hacerlo. Al fin y al cabo, el profesor de biología también es un apasionado de la ciencia y deseaba saber qué había proliferado sobre los dulces al amparo de la oscuridad de su sótano.
Una vez recibida la caja, el micólogo tomó varias muestras de cada uno de los bizcochitos y las cultivó en placas de laboratorio, junto a los nutrientes necesarios para el crecimiento de los posibles hongos que hubiesen crecido sobre ellos. Así, comprobó que algunos de ellos, como el de la gran mancha marrón, contenían un moho típico de las cocinas, llamado Cladosporium. Pero lo más curioso es que no se encontró presencia de este ni ningún otro hongo en el twinkie que se había encogido. En su propio hilo de Twitter, Purrington describe la presencia de estructuras similares a las hifas de los hongos, además de unas manchas amarillentas en el plástico.
Resulta curioso que no se encontrara nada en los análisis. No obstante, podría deberse simplemente a que los microorganismos que le dieron ese aspecto hace ya mucho tiempo que terminaron de comer todo lo que podían aprovechar y murieron.
En declaraciones a Science Alert, Kasson explica que su objetivo con este tipo de experimentos es dar a conocer la micología y reivindicar la importancia de estudiar los hongos. No hay nada mejor para llegar al pública que enseñar su objeto de estudio sobre un sustrato tan familiar como ese pastelito que muchos de nosotros podríamos hallar en el fondo de nuestra despensa, o quizás en el hueco del sofá de algún piso de estudiantes. Si lo encuentras y ya ha pasado con creces su fecha de caducidad, no te fíes del aspecto. Si te apetece introdúcelo en una urna y colócalo en la parte más visibles del salón. Pero, sobre todo, no te lo comas.
Información tomada de hipertextual.com