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miércoles, diciembre 3, 2025

El capricho de la psicología humana que ayuda a propagar el COVID-19

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En tiempos de pandemia, suena más seguro tomar un café con un amigo que pasar por delante de un extraño que tose en la calle. Al amigo del trabajo se le conoce, y vicecersa. Ninguno parece estar enfermo. Pero son las interacciones que ocurren entre personas que se conocen las que contribuyen a un fuerte aumento de los casos de Covid-19.

La amenaza de contagio no es tan perceptible entre las personas que conocemos. Nos atraen no solo porque preferimos pasar tiempo con ellas que con extraños, sino también porque estamos acostumbrados a asumir que nuestros amigos son una amenaza menor.

Cuando nos identificamos con las personas y las vemos como parte de nuestra comunidad, “uno de nosotros”, dice Tegan Cruwys, psicóloga e investigadora de la Universidad Nacional Australiana, tenemos la sensación de que son dignos de confianza y que actuarán en nuestro mejor interés. Eso significa que tendemos a ser menos propensos a percibirlos como contagiosos, y por lo tanto más propensos a tomar riesgos a su alrededor: sentarse juntos, compartir comida, abrazarse.

Pero solo porque pensemos así no significa que las personas más cercanas a nosotros sean necesariamente menos riesgosas cuando se trata de transmisión de enfermedades, dice Cruwys.

El sábado, Alemania registró 14,500 nuevas infecciones, el mayor número registrado en un solo día desde el inicio de la pandemia.

Y según el presidente de la agencia federal de control de enfermedades del país, Lothar Wieler del Instituto Robert Koch, no parece que los brotes se produzcan en espacios públicos, como en lugares de trabajo o en el transporte público. La principal fuente de infección, dice, son los eventos que ocurren “en la privacidad”.

Mucha gente se reúne en fiestas y bodas. No deberíamos tener tantos de esosos eventos, según Wieler. Pero no solo este tipo de reuniones son un problema. También los grupos que comparten una identidad social atraen gente. Allí nuestra percepción de los posibles riesgos para la salud se reduce, lo que significa que tendemos a aceptar un comportamiento más arriesgado de los demás y participar en él nosotros mismos.

“Queremos estar más cerca de ellos tanto física como psicológicamente”, explica la investigadora de psicología social Daniella Hult-Khazaie, de la Universidad de Keele, en el Reino Unido,

“En realidad tenemos un sentido mutuo de respeto y confianza. Y eso es lo que nos hace menos atentos a situaciones de riesgo porque percibimos a estas personas como personas seguras”, dijo Hult Khazaie a DW. Esto contrasta, por ejemplo, con la gente con que nos encontramos en el supermercado o en el transporte público.

Son estos grupos en los que tendemos a “sobreestimar” los riesgos para la salud, dice Cruwys. “Estamos bastante predispuestos a ver a los extraños como una amenaza y un riesgo”, dijo, señalando que aunque el mensaje de salud pública en torno a Covid-19 se ha centrado en animar a la gente a evitar a los demás en los espacios públicos, la gente necesita más a menudo ayuda con preguntas como: ¿Cómo puedo celebrar el cumpleaños de mi hijo sin poner a nadie en peligro?

Teniendo en cuenta que la transmisión viral se produce por la interacción humana, podría parecer lógico limitar el contacto social entre las personas para eliminar nuevas infecciones.

Pero según la epidemióloga y profesora de salud pública de la Universidad Americana, Melissa Hawkins, este enfoque agravaría otro grave efecto de la pandemia en la salud: la soledad y el aislamiento social.

“No es solo el riesgo de infección lo que debemos considerar, sino también nuestra salud mental y las formas de protegerla”, dijo Hawkins a DW.

Los impactos negativos de la pandemia ya se han hecho evidentes en la salud mental. Una encuesta realizada en abril a adultos del Reino Unido encontró que uno de cada cuatro dijo tener sentimientos de soledad en las “dos últimas semanas”, en comparación con uno de cada diez antes del confinamiento. Otra encuesta realizada en adultos de Estados Unidos encontró que el 13.6% informó de síntomas de angustia psicológica grave, un aumento frente al 3.9% de 2018.

Investigaciones anteriores muestran que las personas que se sienten menos conectadas socialmente tienen un mayor riesgo de muerte prematura que las que fuman, beben y son obesas.

Al considerar cómo equilibrar mejor el riesgo de infección con las necesidades sociales y emocionales de la vida, Hawkins dice que es conveniente pensar en el concepto de “reducción de daños”.

En lugar de decirle a la gente que simplemente se quede en casa y evite todo contacto social, este enfoque se basa en la idea de que no siempre es posible eliminar el riesgo, y en su lugar aboga por opciones de menor riesgo que sean sostenibles para las personas.

Durante la pandemia, esto podría adoptar la forma de una “cuarentena” o una “burbuja de riesgo“, como se ha recomendado en el Reino Unido y Nueva Zelanda, en la que un pequeño grupo de personas se ponen de acuerdo para limitar sus círculos sociales a unos pocos de confianza. Un estudio reciente publicado en Nature, que comparó varios modelos de distanciamiento social, encontró que el concepto de grupo cerrado era el más eficaz para limitar la propagación viral.

Aquí es también donde entra en juego la tecnología, dice Cruwys, y añade que mantener la interacción social durante una pandemia es mucho más fácil con la llegada de la tecnología en 2020 de lo que habría sido en 1918, por ejemplo.

“Mantenerse comunicado es crítico para nuestro bienestar”, dijo. “Pero eso no tiene por qué ser necesariamente cara a cara o sin tomar precauciones como el distanciamiento físico para que sea bueno para nuestra salud”.

Información tomada de www.forbes.com.mx

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