Hay ciertas ocasiones en que inmediatamente después de concluir un libro nace en mí el anhelo por ser un magnífico reseñista; me acaba de suceder con “La novela luminosa” y me enfrento al problema de estar escribiendo esto el lunes previo a su publicación.
Tengo poco tiempo para hablar del autor y su obra como lo merece, de hecho no lo lograré, no haré una reseña que me deje satisfecho y menos que le haga honor a su nombre.
Jorge Mario Varlotta Levrero nació el 23 de enero de 1940 en la ciudad de Montevideo, Uruguay. Se desempeñó como guionista, editor, fotógrafo, librero, escritor, creador de crucigramas y, hacia el final de su vida, impartió talleres literarios.
Murió el 30 de agosto de 2004 en la misma ciudad y, casualmente, llegué al punto final de su novela el mismo día, es decir, este domingo. Este dato no es baladí; a Levrero le gustaba enfatizar estas coincidencias otorgándoles una condición cuasi milagrosa, incluso, un poco sobre esto va el libro que comentaré, sobre experiencias luminosas, pequeñas anécdotas que pueden propiciar el despertar de la conciencia.
Debo añadir que para ser un libro de fácil lectura y que me gustó tanto, invertí mucho tiempo en él, lo que pocas veces me permito. Me tomó casi dos meses y en varios artículos referí la imposibilidad de avanzar rápidamente, no me importó mi poca eficiencia, y justo cuando me preparo para reseñarlo, caigo en cuenta que lo concluí el mismo día que finalizó su existencia.
Este tipo de casualidades me complican la reseña por varias razones, en primer lugar porque: a) mi intención es escribir un ensayo largo y tendido sobre la misma; b) en este espacio debo ser breve, y; c) señalar las coincidencias que noté durante la lectura impiden la brevedad, y por ser personales, limitan la identificación. Por otro lado, habrá detalles del tipo “era considerado uno de los raros, igual que Felisberto Hernández”, de los que deberé abstenerme a señalar.
Sin embargo, antes quiero contar cómo lo descubrí, cosa que no recuerdo con exactitud ni con inexactitud, así es que puedo estar inventando cómo sucedió pero no forzosamente mintiendo en los hechos que describa.
Creo haber contado alguna vez que visitando una librería encontré varios títulos de buenas editoriales a precios increíblemente razonables. Entre ellos estaba “La ciudad de las palabras” de Alberto Manguel, que he mencionado aquí. Otra de las compras de aquella vez fue “Dejen todo en mis manos”, del señor Levrero.
Este título es una joya de novela corta o cuento largo. Trata de un escritor que vive en la miseria porque sus obras no le dan para vivir y en un día de desesperación acude con su editor para ofrecerle un nuevo manuscrito que le rechaza. En vez de comprarle el manuscrito decide ofrecerle un pago por otra tarea, y si logra realizarla con éxito, entonces también publicará su manuscrito.
La encomienda consiste en ejercer de detective. Buscar al escritor Juan Pérez, creador de otro manuscrito que llegó al editor pero que al no haber asentado correctamente sus generales, hace imposible la publicación de un texto que cambiará el mundo literario. No es una novela policiaca, pero el uruguayo era lector compulsivo de colecciones de novela policiaca, especialmente de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, que lo influyeron profundamente.
Entonces mi primer acercamiento a la obra de este señor al que me hubiera gustado conocer para reverenciar como merecía fue con “Dejen todo en mis manos”, en el 2018. Aunque mi interés pervivió, después me olvidé un poco y por alguna extraña razón, y esta es la parte que no logro recordar, un día se me metió a la cabeza la urgencia por adquirir “La novela luminosa”.
Días antes de que surgiera el ímpetu de compra, la vi exhibida en varias librerías que visitaba habitualmente, pero cuando quise comprarla no la encontré. La busqué en otra librería que se ostenta como cafebrería; la tenían en la sucursal de la Zona Rosa, a 3.1 km de mi lugar de trabajo. Ese día decidí ir por ella caminando durante mi hora de comida; regresé sonriente y exhausto, aunque su turno le llegó 7 meses después.
“La novela luminosa” trata sobre el proceso de escritura, muy tortuoso por cierto, que llevó a cabo Mario Levrero para poder escribir dicha novela. Solo en ese sentido este libro es una novela -espero lograr claridad más adelante-, sin embargo, la realidad es que es un diario, un ensayo, un ejercicio narrativo para que el psicoterapeuta estudie al paciente a cabalidad, un libro de autoayuda, de teoría y crítica literaria, de filosofía, un manual de vida.
Levrero escribió la novela en la década de los 80’s pero la dejó inacabada, posteriormente, en el 2000 se ganó la beca Guggenheim para corregir los cinco capítulos que ya tenía escritos y sumar los que fueran necesarios para concluir. No lo logró. En lugar de hacer eso, se dedicó a gastarse el dinero de la beca comprando sillones -dos sillones, uno para descansar y otro para leer-, aires acondicionado portatiles, pagos a electricistas para que cambiaran de lugar los tomacorrientes de su departamento, en programas de software, videos y fotografías pornográficas, y cualquier otra cosa poco práctica.
“La novela luminosa” se integra por el “Diario de la beca”, un prólogo de 400 páginas que inicia en agosto del 2000 y termina en julio de 2001. En ella nos cuenta lo que mencioné anteriormente y muchas otras cosas que parecen poco interesantes, pero su forma de contar sus obsesiones es lo que convierte la narración en magistral. Por ejemplo, Levrero era un maniático del “pipeline”, un juego del ordenador que trata de acomodar tubos para llevar agua a ciertas zonas. También se la pasaba inventando programas en Visual Basics y hackeando software.
En algún momento cuenta que mientras echaba un vistazo por la ventana, logró ver una paloma muerta a la que posteriormente llegan a velar la viuda y sus hijos -o por lo menos eso es lo que él cree-; durante todo el año del diario la viuda regresa en varias ocasiones, pero nunca sola, siempre con una nueva pareja.
Por el diario también nos enteramos de cómo era la relación con sus padres, de las parejas sexuales que tuvo, sus críticas literarias, su opinión acerca de la pornografía, sus manías y obsesiones, sus reflexiones acerca del ocio. Parecen cosas de poca importancia, pero el escritor logra darle un significado profundo a todas ellas. Hacia el final del diario llegan unas cuantas entradas profundamente desoladoras y tristes.
Aunque no vivía mal y no le sucedían cosas trágicas, estamos ante la narración de un alma en inmensa pena y desasosiego, un edificio que se derrumba poco a poco y resulta muy doloroso.
La segunda parte es propiamente “La novela luminosa” y es un magnífico ensayo en el que Levrero expone su teoría sobre las experiencias luminosas. Momentos que a simple vista pueden parecer insignificantes pero en los que uno puede llegar a sentir que algo despierta en su persona y entonces le encuentre un sentido a su vida. Los cinco capítulos son magistrales.
Pocas veces asumiré el riesgo de sugerir la adquisición de un libro con tanta seguridad y de manera imperativa, esta es una de esas ocasiones: Compre y lea “La novela luminosa”, no se arrepentirá. Si usted desea irse despacio, puede empezar por “Dejen todo en mis manos”.
Más allá de hermosa, no se me ocurre otro adjetivo para calificarla, pero el problema está en mi pobreza expresiva, en mis limitaciones como reseñista, en mi analfabetismo literario, no en esa grandísima obra maestra.
Relacionadas
- Advertisement -
Aviso
La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.
- Advertisement -
Opinión
- Advertisement -