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martes, abril 23, 2024

La discriminación racial y de género son sistémicas

Bruno Ríos
Bruno Ríos es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Houston. Escritor, académico y editor.

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Debo admitir que me sorprendió un poco ver a tantísimas personas de inmensos privilegios poner en su Instagram o en Facebook un recuadro negro para el #BlackoutTuesday del martes pasado. Se asume, pues, como un gesto de solidaridad con una comunidad históricamente marginada y discriminada social y políticamente. Sin embargo, basta entonces con la guerrilla desde el escritorio como para no ver las propias desigualdades que se tienen que asumir en cada una de nuestras comunidades.
Lo irónico es que muchísimas de las mismas personas en México que con razón denuncian las injusticias cometidas en los Estados Unidos contra la comunidad negra y apoyan, tácita o directamente, el movimiento Black Lives Matter, no son capaces de reconocer ni el privilegio propio ni la legitimidad de otros movimientos. En especial las élites hermosillenses y de otros lugares del país se han mostrado muy consternados por la muerte de George Floyd y los abusos policiacos de este lado de la frontera.
Incluso me atrevería a decir que un buen número han justificado de una u otra manera las protestas de los últimos días. El saqueo y la quema de comercios y edificios gubernamentales se entiende como una manifestación simbólica de la rabia histórica de la comunidad afroamericana. Hasta ahí, todo bien.
Pero no hace mucho, estos mismos individuos condenaron enérgicamente que “no era forma de protestar” cuando miles y miles de mujeres salieron a las calles el 8 de marzo. Lo que quiero recalcar aquí no es sólo la hipocresía de las y los privilegiados en México al ser capaces de reconocer los crímenes sistémicos de otros países pero no los propios, sino cómo el discurso se puede manipular para hacer invisible la posición de privilegio desde donde se enuncia.
Cuando sucedieron las marchas para denunciar las inmensas desigualdades sistémicas que sufren las mujeres en el mundo, y en especial en México, algunas de las élites abogaron por la tolerancia y “el entendimiento”. Sin embargo, ese entendimiento y supuesta lucha contigua se desvaneció en el momento en el que las morras (porque sí fueron las morras, nadie más) empezaron a demostrar su rabia y frustración colectiva contra sitios públicos con una inmensa carga simbólica: el Congreso del Estado, la Catedral Metropolitana, el Ángel de la Independencia en CDMX, etc. Entonces, resulta ser que ese acompañamiento y el entendimiento se volvieron imposibles. “Esas no son las formas” dijeron. “Piden que pare la violencia e incitan violencia”, y otra larga letanía de declaraciones similares.
Ahora, cuando hay una evidencia clara y masificada por los medios de la militarización y brutalidad policiaca en EE. UU., así como de las raíces históricas de un problema sumamente complejo, nos encontramos con un doble discurso. La pregunta sería: ¿por qué, desde el privilegio, pueden ver claro una cosa y no la otra?
Una respuesta tentativa o parcial pudiera estar en que invisibilizar lo propio para ver lo ajeno es también una de las ventajas del privilegio económico, político, étnico y racial de las élites de tez blanca en México. Cual activistas aguerridos, cual antisistema, se han visto muy consternados por todo este problema. Incluso se han atrevido, cual Nostradamus, a presagiar la caída del imperio norteamericano.
Pero no les vayan a tocar sus iglesias, sus palacetes, sus pequeños feudos, porque ahí sí no hay justificación alguna. No les vayan a tocar a su dios, a su dogma, a sus influencias políticas y económicas porque entonces la individualidad de quienes protestan se convierte en nada más y nada menos que en pura criminalidad.
Hay un racismo muy profundo en México que no se ha pensado muy bien todavía y que nos cuesta mucho trabajo entender. Lo que sí hemos estudiado y entendemos de sobra es el machismo que sostiene los privilegios de los pocos sobre la mayoría.
Para explicarlo con peras y manzanas: eso mismo que hay que denunciar del sistema norteamericano, que sin duda lleva siglos de matar, saquear, discriminar y desarticular comunidades minoritarias, hay que entenderlo con la violencia de género. No te trata de “unos cuantos policías malos”, ni de unos “cuantos hombres malos”, ni de “contar hasta diez”. Se trata, pues, de un sistema entero que se ha encargado de saquear, capitalizar y destruir los cuerpos y las vidas de las mujeres en el caso de la violencia de género, y de las minorías étnico-raciales en el caso de la comunidad afroamericana. Así que la próxima vez que podamos identificar las causas y consecuencias de ciertos fenómenos sociopolíticos, habría que usarlo de espejo para entender nuestros propios prejuicios y privilegios.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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