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sábado, noviembre 23, 2024

El significado de las protestas para los latinos en EEUU

Bruno Ríos
Bruno Ríos es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Houston. Escritor, académico y editor.

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Me pregunto si, aunque sea por un segundo, los astronautas a bordo de la cápsula Dragon que subió hasta la estación espacial internacional pensaron en George Floyd. Esta es la inmensa contradicción es este país, la amplísima brecha que se abre entre realidades coexistentes. Una compañía privada envía astronautas de NASA al espacio. Abajo, aquí a ras del suelo, miles de personas de este mismo país salen a las calles con toda razón, con el hartazgo acumulado por la historia. “Es un hecho histórico”, dijeron los medios sobre el lanzamiento del cohete. Pero es también la larguísima y dolorosa historia de tragedia y opresión que se cristaliza ahora en muchas de las comunidades de la nación americana.
Es lamentable que se siga debatiendo, especialmente en México, la terminología para hablar sobre nuestro sistema político-económico. Se ha politizado como bandera partidista, tanto a favor como en contra, el sistema imperante que genera la vasta desigualdad que vemos más claro que en agua en EEUU y en México por igual: el sistema neoliberal. La realidad es que no se trata sólo de Estado vs. iniciativa privada cuando hablamos de neoliberalismo, ni tampoco de tener un chivo expiatorio para aventarle todas nuestras dificultades. Se trata, desde sus inicios a principios de los 70 en la Universidad de Chicago, de un modelo económico que ha traspasado sus propios límites. Esto es, cuando hablamos de neoliberalismo no hablamos de distribución de riqueza ni de modos de producción. Hablamos, junto con Foucault, Brown, Harvey y una infinidad de teóricos más, de una racionalidad política que se traduce en conductas sociales e individuales. El neoliberalismo lo que hace es convertirnos en meros engranajes del mercado. Dejamos, por decirlo de una vez, de ser seres políticos en colectividad para convertirnos en seres meramente económicos en lo individual. Nuestro valor se reduce al poder económico de nuestra capacidad de producir capital.
Esto es crucial para entender lo que significan las protestas contra el racismo sistémico de los Estados Unidos. Viéndolo desde fuera, o en una repetición infinita de “la pornografía de la muerte” que es el asesinato en video de otro hombre negro, es muy fácil de entender: no se trata de George Floyd, se trata de un sistema que se remonta siglos atrás en donde unos tienen más que otros, unos valen más que otros. Hablar de supremacía blanca y de sus privilegios significa hablar de un sistema político-económico que fomenta y enmascara su pecado original: la esclavitud y la explotación de unos para el beneficio de los que ostentan el poder. Es así de sencillo.
Para los latinos en los Estados Unidos, el sistema aplica de la misma forma. La única cura parcial contra el racismo sistémico para alguien de color en este país es su valor económico. Y aún así, con todo el dinero del planeta, el sistema te pone en tu lugar cuando se quiere ejercer cierto poder político.
Los problemas de los afroamericanos son también los problemas de opresión de los latinos en Estados Unidos. El odio y la xenofobia van parejo en este sentido. Es imposible ignorar la realidad que nos aqueja cuando tenemos enfrente un estado policial que se ha radicalizado cada vez más. En este sentido, Estados Unidos no es excepcional en cuanto a sus crímenes. El estado mexicano y muchísimos más en el planeta no bailan mal las rancheras. En lo que es excepcional EEUU es en la forma en que se escuda de su historia. Con una narrativa chauvinista y pseudopatriótica, el auto halago del poder militar y económico, la cúspide del capitalismo moderno se cae a pedazos desde adentro. Es tratar de tapar el sol con un dedo.
Y es una lástima también. Hay gente maravillosa aquí. Hay oportunidades que de verdad no existen en otro sitio. Pero al mismo tiempo hay una voluntad, al parecer inquebrantable, de no poder reformarse, de no poder deshacerse de querer siempre jugar a la guerra entre “ellos” y “nosotros”. La revuelta, pues, no es sólo para intentar de nuevo mover las fichas del poder y que dejen de asesinar a personas negras y morenas, inmigrantes o ciudadanos. Es la culminación de un largo proceso histórico que sigue cobrando las mismas facturas a los más desposeídos. Los latinos, por más dinero que algunos puedan tener, seguimos siendo parte de ese “otro” inescapable. También es nuestra esta lucha.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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