DESDE LA POLIS
Alguna vez leí que alrededor del 95 por ciento de nuestras acciones cotidianas son básicamente rutina. De ahí que, analizada desde el lado amable, este aislamiento ha traído consigo una extraordinaria oportunidad para reflexionar lo que rodea mi existencia… justamente porque no estoy confinado a los moldes de la otrora cotidianidad. Por ejemplo, desde que me casé, nunca había pasado tanto tiempo con mi esposa, pero tampoco había dispuesto de tanto tiempo para admirar los atardeceres o recordar momentos, con las estrellas acompañándome. No había tenido el tiempo para leer lo que sea que yo quiera leer ni para conocer tantas cosas de tantos temas tan distintos.
Por el lugar donde estamos guarecidos, he sido testigo conmovido de cómo, cuando le damos oportunidad a la naturaleza, esta comienza a reclamar los espacios que por derecho divino le pertenecen. En ese sentido, una de las primeras conclusiones a las que me ha llevado este encierro, es a la urgente necesidad de que los de abajo presionemos a los de arriba (a nivel global) para replantearnos lo que hacemos con nuestra casa, el planeta. En esta ocasión fue un virus (que supuestamente vino de un platillo en China o quizá fue creado sintéticamente en un laboratorio), pero no estamos lejos de un futuro donde las contingencias se deban a que abusamos, sobre-explotamos y decidimos acaparar significativamente más de lo que realmente necesitamos para vivir con plenitud y con dignidad.
En este caos disruptivo, alejado de la seguridad que da la rutina, nos vemos entonces ante la oportunidad de replantearnos algunas cosas, en lo individual y en lo colectivo. Esa es la posibilidad de estos tiempos. Esta contingencia planetaria nos recuerda nuestra fragilidad… pero también pinta de cuerpo completo la tragedia del sistema bajo el cual nos hemos conducido, alejados de la equidad en oportunidades y en progreso. Mi familia y yo, nos hemos podido guarecer, y probablemente también quienes lean esta reflexión. Pero la mayoría de gente en México, que son los más necesitados, inevitablemente tendrán que enfrentarse con el mundo de las posibilidades: El contagio, el desempleo, la insostenible manutención diaria de los suyos. Y como siempre sucede al sumergirme en un asunto, emergen las preguntas:
¿Será esto que vivimos suficiente para que las mayorías se organicen para redefinir las reglas de este juego económico que se ha recrudecido exponencialmente las últimas cuatro décadas? ¿Llegó ya el momento para incursionar en la curiosidad? Sin duda esto que nos sucede -a las grandes potencias y a las comunidades empobrecidas- tocará a personajes clave, que irremediablemente tendrían que sensibilizarse, como sucede en las grandes convulsiones. ¿Seguirá triunfando el hambre insaciable del capital por el capital? Sé que las crisis traen oportunidades, pero ese caudal trae consigo también oportunismo, charlatanería y una larga serie de personificaciones de antivalores. (Por cierto, hace una semana advertí sobre la venta del Cárcamo de La Sauceda. Contundente fuerza cívica lo impidió. Enhorabuena.)
En este contexto, de problemas y potenciales soluciones, identifico una serie de avenidas viables para, como dije, replantearnos cómo haremos las cosas y hacia qué rumbo decidiremos llevar la nave de nuestros destinos colectivos. En el caso concreto de México, debemos reconocer que el año pasado fue malo, en términos de gobernanza. Se prometieron muchas cosas a la ligera, evidenciando un pobre conocimiento de la realidad y de las herramientas disponibles para enfrentarla. Hoy, enfrentamos problemas gigantes, que no son molinos de viento, sino consecuencias directas de años desperdiciados (áreas de seguridad, economía, educación, desarrollo humano)… entonces, ¿regresamos a los viejos cánones o reimaginamos nuevos? También podemos optar por la ruta esquizoide de seguir haciendo lo mismo, esperando resultados distintos, pues históricamente se nos ha dado con naturalidad.
Veo cómo los ganones de siempre… o más bien, la neo-oligarquía parida por el salinato, piden a gritos “decisiones correctas” del Gobierno, y tachan de ignorantes e idiotas a quienes deben dirigir los destinos inmediatos del país. Imploran porque se sigan las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional. Levantan, furiosos, las opiniones de las calificadoras internacionales como estandartes, esas que fueron protagonistas, por su complicidad, en la crisis financiera (2008) más severa de la era moderna.
Siempre cabe la posibilidad de que yo haya vivido engañado todos estos años, refundido allá, lejos, en la “caverna de Platón”, pero ¿que no siempre seguimos al pie de la letra todas las recomendaciones arriba mencionadas? ¿Y cómo nos fue? He criticado públicamente a nuestro presidente, por su visión binaria en algunos temas (lo que demuestra terquedad y desconocimiento), pero apoyo su renuencia a tomar la ruta que tanto daño nos ha hecho… y que curiosamente siempre ha beneficiado a unos poquitos, a los de siempre… y por ello, regreso a las preguntas (retóricas): ¿Acaso no hay otras rutas distintas a las que plantean la oligarquía o a las que plantea AMLO? ¿acaso, para la seguridad, sólo está la ruta de Calderón o la de AMLO?
Talento tenemos de sobra en México y nuestra comunidad no es la excepción. Lo que falta -sabemos- son oportunidades. Vale la pena dar golpe de timón, alejarnos de las conversaciones y lugares comunes e iniciar un debate público, que desemboque en resultados concretos, donde replanteemos aquello que es posible hacer. No perdamos, también, esta oportunidad.