La primera vez que escuché la palabra displicencia fue durante un partido de basquetbol donde el equipo que llevaba ventaja –no recuerdo si eran los Seattle Supersonics o el Utah Jazz- empezaba a perderla dramáticamente y, según mi padre, se debía a que eran unos “pinchis displicentes”.
Consulté su definición y encontré que significaba frialdad de ánimo. Me pareció fácil memorizarla porque era sinónimo de apatía, característica con la que frecuentemente me adjetivaban.
Diametralmente opuesto fue mi comportamiento cuando en una entrevista que le realizaban a la escritora mexicana Brenda Lozano, discurrió sobre la novela Oblómov de Iván A. Goncharov.
Llamó mi atención la descripción que realizó y después de escucharla investigué algunos datos sobre el libro y consulté si estaba en el catálogo de alguna de las librerías de la ciudad. Primero encontré una edición sumamente costosa de $650 que no estaba dispuesto a pagar, pero después tropecé con la edición publicada por Educal, con un precio por debajo de los $200, y era la que Lozano sostenía en sus manos mientras la describía.
Iván Goncharov nació en Simbirsk el 18 de junio de 1812 y murió en San Petersburgo el 27 de septiembre de 1891; quedó huérfano de padre a los 7 años y su madre debió ocuparse del negocio familiar, por lo que no pudo abocarse a la educación de su hijo. Esto propició que el futuro escritor se formara en colegios privados donde tuvo la oportunidad de convivir con los hijos de la nobleza.
Posteriormente se trasladaría a Moscú para ingresar a la Escuela de Comercio, que abandonaría para cambiarse a la Facultad de Filología, licenciándose en 1834.
Finalizando esta década se integró a la tertulia literaria de una familia de estirpe artística en la que confluían pintores, literatos y editores.
Se empleó en la administración pública zarista desempeñando los cargos de Director General de Ediciones e Imprenta y Censor General. Para quienes somos legos el autor es un completo desconocido, pero escribió tres grandes obras y es considerado el máximo exponente de la novela social rusa. Incluso Tolstói reconocía en Oblómov una obra maestra.
Tras 10 años de trabajo en ella, la novela fue publicada en 1858, etapa en la que convergen el ocaso del romanticismo y el nacimiento del realismo; esta historia es un híbrido de ambas corrientes literarias.
La novela trata sobre Ilia Illich Oblómov, un joven aristócrata de 32 años, héroe absoluto de los indolentes, que mientras transcurre la historia no se levanta de su cama sino hasta el Capítulo V de la segunda de cuatro partes en que se divide el libro.
Además de hablarnos sobre un joven que no hace nada de su vida, que solo se echa a dormir o elucubrar sobre planes a futuro que nunca emprende, la acción –si puede llamarse así- se dispara una vez que Oblómov se entera de dos malas noticias, sus propiedades atraviesan serios problemas económicos, de tal forma que su renta se verá significativamente mermada. El segundo problema es que buscan desalojarlo de su piso y él no se quiere mover.
De estos obstáculos devienen las peripecias a las que Ilia Illich debe hacer frente, siendo una de ellas que su mejor amigo, un joven de ascendencia alemana llamado Andrés Ivanovich Stolz y que representa la personalidad antitética del protagonista, le presenta a la señorita Olga Sergueievna de la cual se enamora y es correspondido.
Esta circunstancia es el quid mayúsculo que permite exponer la tesis del autor, pues qué es más complicado que hacer avanzar una relación sentimental cuando uno lo único que desea es no hacer nada, permanecer acostado, ver pasar la vida de soslayo.
Es aquí donde presenciamos la síntesis romántico-realista de la novela, cuando el héroe va trastabillando entre abandonar los deberes que implica vivir en sociedad, o cuando tiene fe y esperanza en que su voluntad será suficiente para culminar exitosamente sus anhelos y deseos.
A juicio personal, la estructura de la novela es tan importante que termina siendo otro personaje en sí misma. En la primera parte se describe el entorno de Oblómov y se nos presenta a uno que otro personaje, algunas amistades, entre ellos Tarantiev y Zajar; el primero un amigo de intenciones abyectas y el segundo su criado.
También en este apartado la novela se torna un poco surrealista; un capítulo está destinado a un sueño que tiene el protagonista, en el que se delatan los fundamentos sicológicos que hacen de él el individuo que es.
En la segunda parte conoceremos a Stolz y Olga, y se plantean los obstáculos a los que debe enfrentarse el indolente Ilich. En la siguiente parte, cuando parece que todo lleva a un fin exitoso, viejos problemas reaparecen y provocan que nuestro héroe se enfrente nuevamente a disyuntivas, solo que ahora con mayor cantidad de información. En la última parte todo se resuelve, pero lo importante es de qué manera.
El libro es interesante no solo por ser entretenido, sino porque forma parte de una conversación y debate de actualidad. Contiene los cuestionamientos existenciales que han aturdido al hombre desde el inicio de los tiempos, y que solo de vez en vez logra acallar, con la costosa consecución de imponerse una deidad a la cual rendirle pleitesía.
Después, como en la actualidad, las convicciones y los ídolos se desmoronan y entonces nos encontramos nuevamente preguntándonos ¿qué sentido tiene todo esto? ¿para qué levantarnos de la cama?