Durante mucho tiempo las empresas separaron la “vida personal” de la “vida profesional”, como si la ética, la empatía o la decencia pudieran ponerse en pausa al cruzar la entrada de la oficina.
Esa narrativa permitió normalizar comportamientos tóxicos: Líderes brillantes técnicamente, pero crueles, colaboradores muy competentes pero incapaces de comunicarse asertivamente.

Sin embargo, la ciencia ya confirmó lo que la intuición humana sabía desde siempre: Una mala persona puede obtener resultados temporales, pero nunca será un buen profesional. Los datos hablan: La toxicidad es costosa.
Un estudio de Harvard Business School concluyó que un solo empleado tóxico le cuesta a la organización más de 12,000 dólares al año, incluso si su rendimiento es alto. ¿Por qué? Porque drena energía, aumenta la rotación, ralentiza la colaboración y a su vez acelera la desmotivación.

En contraste, un “empleado estrella” agrega alrededor de 5,300 dólares en productividad. El mensaje es claro: El daño que produce una mala persona es más del doble de lo que suma un buen desempeño técnico.
Y no solo se trata del dinero. Según Gallup, el 75% de las razones por las que un colaborador renuncia están directamente relacionadas con su jefe o con un ambiente tóxico. Esto significa que la toxicidad no es un tema aislado: Es una fuerza estructural que expulsa talento, desgasta equipos y deteriora la salud mental.
Adicionalmente es importante puntualizar que, sin seguridad emocional, no hay desempeño de alto nivel, porque cuando una persona genera miedo, humillación o trato despectivo, el cerebro del otro activa la amígdala, la región encargada de procesar amenazas. En ese estado, la corteza prefrontal (responsable de la creatividad, toma de decisiones, aprendizaje y pensamiento estratégico) se “apaga” parcialmente.

Es decir, un líder tóxico literalmente sabotea la inteligencia del equipo. Por el contrario, comportamientos como la empatía, la escucha activa, la comunicación asertiva y el respeto activan la oxitocina, una hormona que facilita la colaboración, la apertura al cambio y la
confianza. Inclusive, según datos de Google Project Aristotle los equipos emocionalmente seguros muestran hasta un 50% más de productividad.
Es importante decirlo, el talento brillante sin humanidad deja de ser talento. Cuando alguien es competente pero tóxico, su capacidad se convierte en un arma: Puede usarla para manipular, tomar decisiones sin considerar el impacto o destruir el clima laboral. Una persona así puede ser “buena” en la ejecución, pero nunca será “buena” en el resultado global.
Porque un buen profesional no solo cumple funciones; crea condiciones. Y la calidad de esas condiciones depende de quién se es, no solo de lo que se sabe.


