Dicen que “un líder nace, no se hace”. Sin embargo, la neurociencia lleva años demostrándonos lo contrario: No somos estáticos, somos maleables. Nuestro cerebro no es una roca tallada, sino una ciudad viva con calles que se construyen, se reparan y se expanden con cada experiencia.
A este fenómeno se le llama neuroplasticidad, y entenderlo puede marcar la diferencia entre ser un profesional promedio o un líder capaz de transformar su entorno.
La neuroplasticidad propiamente es la capacidad que tiene el cerebro para cambiar su estructura y funcionamiento a lo largo de la vida, formando nuevas conexiones entre las neuronas o fortaleciendo/debilitando las existentes, en respuesta al aprendizaje, la experiencia, el entorno o incluso a lesiones.
Es como instalar nuevos “cables” en nuestro sistema eléctrico interno. Si eres capaz de aprender algo radicalmente nuevo, tu cerebro responde como un músculo al que le exiges más peso: crece y se fortalece.
Este crecimiento no se limita a leer o memorizar. El ejercicio físico, por ejemplo, no solo tonifica el cuerpo; también incrementa factores como el BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro) que mejoran la memoria y la toma de decisiones. En líderes, esto significa un córtex prefrontal más preparado para manejar crisis y un hipocampo más ágil para encontrar soluciones creativas.
Pero, ¿Qué significa esto en la práctica profesional? La neuroplasticidad se convierte en una estrategia de liderazgo. Habilidades como la inteligencia emocional, la comunicación asertiva o la capacidad de tomar decisiones bajo presión se entrenan igual que un maratón: Con repeticiones constantes.
Las empresas que entienden este principio no lo dejan al azar. Microsoft, Google y otras multinacionales han diseñado programas que mezclan aprendizaje continuo, proyectos interdepartamentales y espacios de reflexión. El resultado: incremento de hasta un 35 % en retención de talento y un 47 % en innovación. No es magia, es biología aplicada a la estrategia.
Y en un mundo laboral que cambia a velocidad acelerada, la pregunta no es si tienes talento, sino si estás dispuesto a reconstruir tu cerebro cada día para convertirte en el líder que el mañana necesita. Porque la neuroplasticidad no es solo ciencia: Es la prueba de que no hay excusa para no evolucionar. El poder está en tu cabeza… literalmente.
Así que cuando dices “no soy bueno para liderar”, lo que realmente estás diciendo es “aún no lo he aprendido”. Esa pequeña palabra —aún— es la llave para pasar de la resignación a la evolución.
Y sí, este cambio de mentalidad duele. Porque te deja sin excusas. Porque ya no puedes culpar a la genética, al jefe anterior o a la cultura de la empresa. Si no lideras, es porque no has decidido aprender a hacerlo. Básicamente todo lo que no eres… es solo algo que aún no has aprendido.