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sábado, abril 19, 2025

¿Un salto sindical cualitativo?

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“En cada farsa hay un farsante”
Frase de consumo personal

Crece la atención pública sobre la sucesión rectoral, al borde de que, a querer o no, nos asomamos a las tripas de la máxima institución educativa en el Estado y descubrimos, para sorpresa de muchos, que uno de los suspirantes a ocupar el sillón rectoral es, ni más ni menos, el actual secretario general del sindicato que agrupa al personal académico, el STAUS.

Nadie pone en duda la legítima aspiración de cualquier miembro de la comunidad académica de ocupar el nivel máximo de la cadena alimenticia universitaria, la representación legal, la cabeza de la administración universitaria y, dicho de forma clara, la parte patronal de la institución frente a sus sindicatos.

Estamos ante el curioso caso de un sindicalismo que, al parecer, promueve el ascenso de uno de sus miembros distinguidos a ser la contraparte en las confrontaciones y negociaciones entre dos factores esenciales del proceso productivo universitario: fuerza de trabajo académica y administración institucional.

Tenemos el caso en el que uno de los polos de la relación, representando aquí al factor trabajo, pretende saltar cualitativamente a la esfera de la parte patronal, es decir, a la representación simbólica del capital.

Aquí el problema es de idea del significado y los intereses que representa, o debiera representar el sindicato frente a quien administra y dirige la estructura de control institucional, lo que incluye la capacidad para decidir el destino de los recursos técnicos, materiales y humanos, y establece procedimientos y normas internas de funcionamiento.

Una cosa es la administración institucional, lo que incluye las relaciones con el gobierno y la sociedad, la administración de los contratos colectivos de trabajo, el modelo curricular, los programas académicos, los correspondientes a las materias, formas de evaluación, aparato logístico y, en general, los mecanismos y procedimientos para que la institución funcione de acuerdo a sus propósitos legales y otra es velar por los intereses de una parte del todo, como son los derechos y expectativas de los trabajadores universitarios.

Así pues, independientemente de que el suspirante sindical a la silla rectoral pueda tener el derecho, la capacidad y los méritos para ello, lo cierto es que no se acaba de esclarecer porqué, teniendo la representación de los intereses de los trabajadores académicos universitarios se quiera pasar al otro lado de la mesa, donde se pone en evidencia la diferencia de objetivos, intereses y conductas, por ser dos partes sujetas a contradicciones que por su naturaleza son las más de las veces antagónicas.

La primera impresión es que a alguien no le ha quedado claro cuál es el papel histórico de los sindicatos y cuál es el sentido de su existencia y lucha permanente.

Lo verdaderamente lamentable sería que tuviéramos un sindicato que ha perdido la brújula, que ha renunciado a su esencia y se ha convertido en una extensión de la administración universitaria con la cual se puede establecer un sistema de puertas giratorias, ajeno a principios y valores colectivos y apegado a aspiraciones personales o de grupo. El poder como objetivo, o la idea que algunos puedan tener de su significado, no deja de ser una trágica paradoja en el marco de la organización de los trabajadores.

Suena bastante raro que desde la organización sindical se ceda ante la tentación de poder manejar no sólo relaciones políticas sino el presupuesto institucional, y asumir un lenguaje que pudiera ser incluyente, “democrático”, pero que apenas encubra la calidad en pugna de los intereses que representa frente a los de los trabajadores.

La situación actual de un sindicalismo confuso y claudicante se pone en evidencia con las aspiraciones de algunos de sus miembros representativos, en una clara contradicción donde se ponen en juego los valores y principios de la acción sindical de cara a los intereses representados por la administración universitaria, finalmente correa de transmisión de la ideología dominante y las conductas “socialmente correctas”, pero lamentablemente acríticas y reaccionarias a todo cambio verdadero.

Finalmente, “cambiar para no cambiar” es la consigna del conservadurismo de ayer y de hoy.

http://jdarredondo.blogspot.com

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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