Por Pepe Suárez
Retomando el punto del articulo previo, el cual, giraba alrededor de los tiempos disponibles en nuestras vidas diarias y que, por razones de las cargas de trabajo, reuniones y otros compromisos laborales, nos vienen quedando de “forma real” tiempos muy breves del día, para poder destinarlo, sin sentirnos obligados, al cuidado, atención y guía del desarrollo de nuestros hijos (priorizando el “bien común”); Murillo (2005) nos comenta acerca: “El reparto y organización del tiempo no entra en la escala de negociación de una relación de pareja hasta el umbral de la convivencia (o bien, avanzada esta). Una vez instalados en esta nueva situación: se negocia, se regatea, o se sustrae de toda discusión interna (pero si existen personas que requieren cuidados, niños o ancianos, el tema se presenta como ineludible y hay que hacerle frente)”.
Esta situación tan común y ordinaria en nuestra sociedad actual, nos muestra dos elementos a tratar; uno de ellos tiene que ver con el “tiempo real” de interacción que como familia tenemos con ellos, que por lo general lo hemos escuchado decir de “tiempo de calidad” referido en singular (interacciones uno con cada uno), y más que de “cantidad de tiempo” en la pluralidad (uno con todos), evitando con esto que se consuma una gran parte del tiempo de nuestros hijos en actividades en solitario, como ver televisión, usar celular, redes sociales, de “tipo lúdico-virtual”, que por su exceso generan el déficit de las “reales”.
Y el otro elemento tiene que ver con el “cómo” hacer que este tiempo donde se van a formar los vínculos de apego y socioafectivos, sea realmente eficiente o al menos que esté orientado a nuestros propósitos de crear en ellos (nuestros hijos) una estructura emocional, psicológica y de repertorio social que sirva a manera de generar un “blindaje” que les permita la prevención de adicciones, puede, por lo tanto, hacerse por medio de charlas amenas, alrededor de la mesa, compartiendo los alimentos o en los tiempos libres dentro del hogar.
El marco donde se proveen ambas cosas es dentro de los límites estructurales y físicos de nuestra propia casa, el escritor Carlos Monsiváis decía que realmente la educación sentimental en México en los 60´s (época de la infancia de los abuelos de hoy) se había producido, principalmente en la radio, más que en la familia o en la escuela; los contextos en que nos encontramos, actualmente, en contacto e interacción con los hijos han cambiado significativamente, como en los comedores de las abuelas que se llenaban de familiares en las visitas dominicales; aunque las investigaciones continúan indicando que es durante los horarios asignados a la ingesta de alimentos (en las comidas preferentemente) cuando es más probable que la familia conviva, según Rojas y Oropeza (2010).
Distingamos la “interacción personal” que se realiza desde el estado de ánimo, las emociones y el afecto individual, que marcan una influencia, sobre los juicios de valor que se emiten frente a los hijos; de la “interacción familiar”, donde se persiguen objetivos y metas en común que se han trazado respecto a la educación de los hijos, así como, con la imagen que se deja en ellos de organización y colaboración entre padres, el apoyo mutuo en el hogar, esto desde un modo conjunto o grupal, que permita a los nuevos integrantes inspirar a participar en esas actividades familiares, evitando así en la medida de lo posible, aislarse de su comunidad y generar conductas autodestructivas o antisociales.
De modo que, en la interacción familiar, de todos sus integrantes, aunque lo sean solo nominativamente (llevando el nombre del tío o la abuela), de forma presencial o virtual, enriquecen o deterioran un recurso que fortalece la unidad de propósito. Y en la interacción personal, cuenta de modo intrapersonal la calidad de las relaciones, por ejemplo: un padre que padece de “alexitimia” (inhabilidad para hablar acerca de los afectos y de los estados de ánimo) llevará un déficit grave de interacciones con cada uno de los integrantes de la familia, pésimos diálogos, un muy frágil proyecto de vida e inadecuación y desintegración familiar.
Anteriormente, también se mencionaba, acerca de lo que en las relaciones humanas es una “interacción” en diferencia a lo que es una “reacción”; para la psicología social, el concepto “interacción” implica: la focalización de la “influencia recíproca” que se establece entre los elementos participantes, veámoslo más a detalle; cuando nosotros estamos dentro del hogar descansando de largas jornadas de trabajo, haciendo por ejemplo los quehaceres de la casa o preparaciones para el día de mañana ir a nuestros empleos o a las actividades que generan ingresos.
Este evento ocurre en un lugar y tiempo fijo, en conjunto, ambos elementos vienen a constituir el contexto de nuestras interacciones; los hijos aprenden a distinguir por experiencias previas dicho medio de contacto para que se pueda realizar la interacción con sus padres, de hecho, nosotros también lo sabemos, entonces bajo este contexto se acerca nuestro hijo hacia el lugar donde nos encontramos ya sea para hacernos algunos cuestionamientos, o simplemente para estar junto a nosotros, este, sería el “episodio” o segmento conductual que está sujeto al análisis y observación.
Si bajo este escenario, que es propicio para llevar a cabo la interacción familiar, nosotros no podemos suspender las tareas que nos encontramos realizando y solo respondemos a sus preguntas de forma monosilábica y automática como, por ejemplo: “¡Sí, ahorita!,¡Andale!, ¡bueno!, ok!, etcétera, etc.” De ningún modo estamos aportando a la experiencia interactiva. De hecho, si extendemos nuestras respuestas a una situación que simule una interacción, como estar contestándole sin estar viendo a su persona o preocupándonos más por hacer que el mismo sea quien encuentre el porqué de las respuestas a sus preguntas, nuevamente no estamos interactuando y por ende, no enriquecemos su bagaje social, mismo que será requerido en sus interacciones con otras personas o contextos posteriormente. El componente nuclear de socialización a través de estas interacciones lo constituye el lenguaje como función de una nueva síntesis, dinámica y de inclusión mutua entre lo particular y lo universal, que permite clarificar al receptor de los conceptos y conocimientos vertidos en la interacción lo mejor de sus sentimientos, emociones, vivencias, memoria y más lejos. Es a partir de este evento interactivo que la familia puede transmitir los elementos básicos de autoestima y seguridad a los hijos en el periodo crítico del desarrollo de su personalidad, la cual todo padre desea este compuesta de un carácter intuitivo para tomar decisiones con tendencias autoformativas y preventivas de su propia salud y vid