“¡Ismael Zambada cayó!”, exclamaron los medios de comunicación. El 25 de julio, las autoridades de Estados Unidos aprehendieron en El Paso, Texas, al último capo de la vieja guardia. Desde entonces, diversas versiones sobre los hechos se han divulgado. ‘El Mayo’ fue detenido con Joaquín Guzmán López, a quien acusa de haberlo secuestrado. La polémica está rodeada de una falta de claridad de hechos. El misterio aumenta. Pasados los días, se ha revelado que trágicos acontecimientos envuelven la detención. La defensa del acusado aseguró que el engaño a Zambada provino de una supuesta reunión que tendría con el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha, y el exrector de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), el maestro Héctor Cuén. Curiosamente, ese mismo día, Rocha Moya voló a Los Ángeles y Melesio Cuén fue asesinado. ‘El Mayo’ Zambada aseguró que no hubo coincidencias. Inclusive, hace un par de días, Rocha admitió que los 10 homicidios ocurridos el pasado fin de semana están ligados a la captura del capo.
La carta declarativa del ‘Mayo’ liga directamente al gobernador de Sinaloa con el Cártel de Sinaloa. El gobierno ha negado esa información, restándole credibilidad al acusado. Una guerra de información se ha desatado entre el narcotraficante y las instituciones públicas. Si las declaraciones de Zambada son verdaderas, se confirmaría lo que históricamente se ha pensado de la política mexicana: que participa activamente en el crimen organizado, ya sea para ordenarlo o para beneficiarse de él. Si los informes de Rocha y de la Secretaría de Seguridad Pública son verdaderos, se comprobaría que el narcotráfico supera en capacidad al Estado mexicano.
Los dos panoramas son terribles –y no son excluyentes– porque cualquiera de los dos reafirma una realidad dolorosa: el narcotráfico es una fuerza extraestatal con grandes alcances en la vida pública del país. Los cárteles han tejido una red de poder económico y político que cuenta con sus propios códigos internos y les permite actuar con impunidad en la vida social de México. El narcotráfico no puede ser denominado simplemente como crimen organizado, es algo más: se ha convertido en un fenómeno sociocultural enquistado en la mexicanidad. Han creado una identidad con un sentido de religiosidad –cuentan con patronos como la muerte o Judas Tadeo–, generan expresiones artísticas, en su mayoría musicales con su propio género, exaltan héroes patrios con leyendas reconocidas por sus miembros, difunden narrativas basadas en su historia con guerras relevantes, sus acciones se han diversificado en diversos ámbitos de la ciudadanía, generan contratos sociales con poblaciones enteras como cualquier institución de carácter público… En pocas palabras, el narcotráfico es un fenómeno social que debe ser tratado con profundidad porque la única forma de combatirlo es entenderlo.
Creer que al narcotráfico se le enfrenta disminuyendo la pobreza o invirtiendo en educación es una reducción genérica que no nos permite ahondar en sus raíces; no dudo que esas medidas ayuden a disminuir los índices de captación de jóvenes. En general, tratar de reconstruir el tejido social de la mayoría de las familias mexicanas es una buena apuesta para enfrentar parte del problema, pero no pienso que lo erradique en su totalidad.
El sincretismo gradual y progresivo entre la narcocultura y los símbolos tradicionales nacionales han ido dotando al narco y a su historia de un carácter patriótico. Pareciera que la narcocultura se funde lentamente con la cultura popular mexicana. Esa dualidad es entendida por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien con plena naturalidad ha optado por respetar los signos del narcotráfico e incluso ha definido a sus integrantes como una parte del “pueblo bueno y sabio”. La estrategia de este gobierno nacionalista revolucionario ha sido aceptar este fenómeno sociocultural para intentar, a través de un discurso pacificador, evitar más conflictos. El resultado fallido solo ha empoderado la situación de seguridad pública. Ahora, los criminales se sienten validados por las autoridades gubernamentales y por parte de la sociedad.
Con la fallida estrategia de México, Estados Unidos, en año electoral, decidió actuar para capturar a un pez gordo. Sus motivaciones no las tenemos claras, su estrategia tampoco. Lo que es cierto es que, ante la indiferencia del gobierno mexicano, los vecinos incómodos, que se ven afectados por los altos índices de adicción en sus ciudadanos y los grandes daños en salud pública que el consumo de fentanilo les ha generado, emprendieron un camino peligroso para intentar combatir a algunos carteles y, posiblemente, también al gobierno mexicano, porque, en esta tragicomedia que es México, los capos conocen el juego de la política y los políticos le entienden al negocio del narco.