Columna ¿Qué sigue?
Para quienes no han leído sobre el tema por ahí en algún artículo, los “Elefantes Blancos” existen. Y no son propiamente color blanco, sino una versión de lo que sería la raza blanca del elefante o sea “los rubios”. Su color es entre bronceado o rosado y sus pestañas curiosamente son claras.
Pero se entiende por “elefantes blancos”, a los fastuosos bienes inmuebles, que requieren una gran inversión para su construcción, tanto más como para su mantenimiento y que al final para nada reditúan tanto esfuerzo. Este calificativo, está relacionado con una historia de la antigua Tailandia, donde el elefante blanco se consideraba sagrado y símbolo del poder de la realeza. Y claro, eran un regalo muy característico entre reyes, que los recibían como una joya, sólo para contemplación, generando alto consumo entre cuidados y alimento.
Sin embargo, sea gris o blanco todo es fascinante en torno a los elefantes. Reconocidos como el animal más grande sobre tierra firme, alcanzan una altura de 4 metros y un peso de hasta 6 toneladas. Resulta evidente que este mamífero sabe de su fuerza fisca y tal vez de la poderosa arma punzante que son sus poderosos colmillos, pero imposible que sepa que no hay bestia de carga que soporte más peso y mucho menos se imagina que en 2014, el precio al por mayor del marfil en bruto vendido ilegalmente en China, alcanzó hasta 2 mil dólares el kilo y esos, son los motivos por lo que es capturado o brutalmente perseguido y asesinado.
Hay una enseñanza en torno al elefante que nos haría pensar en el país que vivimos. “Un elefante permanece encadenado a su pata trasera en un circo, misma que está asegurada en una simple estaca de madera clavada en la tierra. Pese a su enorme peso y fuerza un elefante adulto permanecerá inmóvil alrededor de la estaca, sólo porque así lo dice su historia. De bebé, fue encadenado de la misma estaca, quizá una más sólida y trató una y otra vez inútilmente de romperla y liberarse hasta que aprendió que era inútil.”
Uno de las más famosas características de un elefante es su impresionante memoria, fácilmente comprobable y doblemente asombrosa porque logran vivir hasta 70 años. Sin embargo, este noble animal no tiene capacidad de evaluar el contexto y es víctima de su propio talento. Solo recuerda y arrastra sentimientos principalmente de dolor.
Antes de entender o, mal promocionar a México como un “Estado fallido intermitente” es importante no sólo conocer la historia, sino comprenderla siempre valorando su contexto. Prácticamente esta nación tuvo dos lanzamientos. El primero después de lograda la independencia, cuando fuimos llamados a construir patria. Pero ¿quiénes éramos y dónde estábamos? En un terreno minado donde se acentuada división étnica; la desigualdad económica y social; las salvajes ambiciones militares y caudillismo; y no con mucha gente educada y entonces ni dinero ni futuro sólo Fe. Y claro esta última, se quedó con gran parte de la batuta entre otras cosas como la educación, que tristemente no fue para todos. Dirimiendo diferencias, pasaron cien años y llegó la Revolución de 1910 que tardó una década, y otra vez un campo minado donde entre otras tantas asignaturas por resolver, se enfrentó por décadas a la dificultad de unificar al país dividido en diversas regiones e intereses económicos, culturales y políticos, lo que polarizaba e impedía su cimentación. Y después de eso sí, una y otra vez fracasos políticos y económicos intermitentes.
Hoy en día el acontecer es acelerado porque respondemos a los elementos de un contexto mundial, desde un país que trata de organizarse y que carga con algunas heridas en la memoria.
Instituciones detonadoras de primer mundo como el Tecnológico de Monterrey, se crearon hasta el año de 1943; quizá sea por eso que diez años después en el año de 1953, ese nuevo pensamiento formado, dio paso al voto de la mujer, que se consumó hasta el 55. Antes de eso, se puede considerar que no sumábamos los elementos suficientes en nuestro contexto a pesar de una Constitución Política que, hasta el día de hoy, busca su espacio pleno en el tiempo a 106 años de su promulgación.
Tal vez sea un símil muy extremoso, pero si observamos con cuidado el mapa de nuestro país, somos un gran elefante, con una orgullosa trompa; lleno de virtudes, de fuerza, pero también sumergido en sus frustraciones. Sobre nosotros, el país más poderoso del mundo, que, aunque mucho nos comparte, también nos hace presa de sus debilidades y como el gran elefante que somos, nos toca llevar la carga. Temas como la migración, el narcotráfico y la promoción a la mano de obra barata son, entre muchos otros, síntomas de este mal.
La inteligencia y memoria del elefante lo hace presa de sus virtudes porque no entiende el dolor que sana. Es obvio que no somos el “elefante blanco” de nadie y la ecuación es muy simple: Abandonemos la estaca. Quien nos invite a regresar al pasado, no sabe que quien no se atreve a abandonar la orilla, nunca verá otros mares. Lo que sigue, es optimismo y por qué no, Fe.
Por Sara Thomson