Columna Contracanto
Hacia la frontera, después de brincar la valla. En la búsqueda de un mejor futuro, a según le informaron sus padres. Hacia un país desconocido en el que se pretende vivir para siempre.
Como en un diario de vida, las narraciones en primera persona, en la voz de niña que cuenta con diez años en esto del vivir: así transcurre Pájaros en el cielo, libro de la autoría de Víctor Hugo Barrera (Ediciones Alatanoche 2022).
Al paso de las páginas la infancia se desdobla, en tono por demás melancólico, porque la migración significa dejar lo que se ama, atesorar en el puño un sorbo de tierra como el recuerdo más entrañable y significativo.
Alicia come tierra, el acto feliz de todos durante la infancia, el primer encuentro de libertad a hurtadillas: símbolo que es metáfora, que es resistencia, que es el viaje una y otra vez: la palabra que es hilo conductor de esta novela dicha en cincuenta capítulos.
Si uno acude a la lectura, las páginas se dibujarán como un laberinto propuesto desde la infancia: inevitable la conmoción cuando la mirada construye los pasajes más reveladores desde la venta de un vagón.
Capítulo tras capítulo, la narradora cuenta lo que el autor decanta con el bisturí de las oraciones, párrafos que contienen el más sencillo de los estilos, el trabajo más arduo en esto de escribir.
¿De dónde emerge la poesía?, nos preguntaremos al son de la lectura. Y puede ser que la respuesta nos quede clara al atisbar a la inocencia de la voz que narra. Cito: “Creo que cada vez que la espuma de otro mar moje mis pies me pondré a llorar”.
El caso de Alicia representa para Víctor Hugo la posibilidad de desentrañar la infancia, pudiera ser la suya, la mía, la de todos, porque a fin de cuentas un migrante dentro nos habita desde siempre.
Virtud vista desde la reflexión, con la que Barrera traza los capítulos de Pájaros en el cielo, porque toca con su pensamiento que es creación, la vulnerabilidad de lo que somos, la empatía permanente al momento en que, desde su desolación, construye lo que desea o debe, porque es inevitable, impostergable, decir.
Estos Pájaros son la evocación constante, un llamado como jalón de camisa desde las manos de nuestros hijos, para avisarnos que la vida está aquí y ahora. Un llamado para que antes de apagar la luz nos volquemos con fruición a la lectura de un capítulo más, que el punto final no se nos aparezca todavía, porque, aunque sean después de las doce, nos quedan ganas de leer.
De leer porque el viaje nos mantiene despiertos, en la disyuntiva de lo que será, en la posibilidad de un golpe del destino, en la incertidumbre porque la referencia de tanta tragedia cotidiana nos hala de las greñas hacia la tristeza. Viajar siempre implicará el quizá, el Dios guarde, el ojalá.
Celebremos ahora las decisiones de Víctor Hugo Barrera, viajero incansable, quien ya anduvo en el gabacho, buscando la vida, quien ya pasó por la capital del estado, quien ahora vive en el mayo, desde el terruño que es origen y desde donde dedica sus horas al pensamiento, a la lectura y escribir.
Escribir con el lápiz afilado, recurso indispensable que es la empatía: ponerse en los zapatos de los otros para poder conectar con lo más preciado para los escritores: los lectores.
L. Carlos Sánchez