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viernes, noviembre 22, 2024

Antes nos moríamos mejor

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Íbamos por la Garmendia cuando todavía era de doble sentido, y por allá llegando al panteón municipal, Mago una de mis gemelas me preguntó _Papá cómo son los muertos. Se me cuatropeó la lengua y saliendo del apuro, como médico, les respondí a las dos porque las dos parecían una.  _Los que se mueren, no respiran, no les late el corazón, no tienen pulso, no tienen signos vitales… Ahh, me respondieron.

Por su prolongado Ahhhh, y por nueve añitos que tenían encima supe que, no había satisfecho su inquietud. Tal vez, lo que deseaban saber era cómo se mueren los vivos, el irse muriendo, o quizá, desde su inteligencia de niña preguntaba sencillamente por la profunda incógnita: ¿qué es la muerte?

Ciertamente la Ciencia Médica cada día sabe más sobre el proceso deteriorante del irse muriendo por las distintas enfermedades y de los pasos necesarios para poder certificar una defunción. Pero constatar la muerte de una persona tampoco ha venido siendo una tarea fácil. Antes, por más de dos mil años, desde Hipócrates, muerto estaba el que no tenía signos vitales, pero ahora, difunto es quien tiene muerte cerebral, aun cuando, el resto de su organismo siga funcionando. Uf, qué problema ético tan serio. El diagnostico de muerte sigue siendo un concepto cultural. Pero. Volviendo a la pregunta ¿Qué es la muerte? Sólo hacemos conjeturas.

_Mamá, gritó una de mis hermanas aquella madrugada cuando mi Madre dejó de respirar, en aquel momento agonizaba en la recamara de su casa, y el grito le devolvió el aliento. Mi Madre estaba por finalizar su vida. _Mamá. Mamá. ¡Despierta Mamá!, y las suplicas de nuevo prolongaron con un suspiro su existencia… En una silla a su lado mi Padre devastado estaba, mis hermanas alrededor de la cama y yo como médico me encontraba en una situación en donde no había nada por hacer, pero tuve la fortuna que mi Madre se fue de entre mis brazos. Mis hermanas vistieron a su reina, por la mañana la tendieron en el ataúd, y lo expusieron en la pieza principal de la casa paterna. en donde mis hijos y sus primos todos niños la acariciaban, le peinaban el cabello, le llenaban de besos la cara y las manos bonitas de la “Nina” su abuelita. ¡Que traumas ni que nada! Ellos estaban aprehendiendo, sin darse cuenta, una lección de humanidad, que les quedaría grabada para el resto de sus vidas. Cierto, el dolor era inmenso pero mayor fue el alivio cuando los vecinos y amigos, nos acompañaron todo el tiempo hasta depositar su cadáver en el cementerio.

Al tiempo, los muertos llenos de sondas tenían que morirse en los hospitales, y amortajados con sábanas de desecho lo sacaban por la puerta de atrás, como escondiendo su muerte, pero, antes, como zopilotes en rapina los sepultureros pactaban con alguien para echar el cadáver a la furgoneta de su propiedad, luego, pedían las ropas del difunto para que sus familiares en el tanatorio lo encontraran bien puesto, el café fluye en abundancia y llegando las doce te hacen amablemente dejar encerrado bajo llave a tu ser querido hasta  el día siguiente, después el cortejo parte hacia el cementerio. Esto era lo chic.

Luego vendría algo más chic,” más limpio, más estéril”, la etiqueta indica que el estar cerca del muerto es de mal gusto         y además, nuestros chicos se podrían traumar por el miedo de estar cerca de un difunto. Este camino de actualidad es más rápido, hospital-furgoneta- crematorio, las esquelas fluyen por las redes y en la pasarela está la urna con el retrato y ahí, junto, los deudos recibiendo condolencias antes de depositar los restos en el camposanto del templo.

Pero, ahora con esta feroz pandemia que nos acosa, nos arrincona y encierra en un temor paranoico para no encontrarnos con un enemigo potencialmente letal, invisible, volátil, escondido en la vuelta de la esquina o en un saludo de manos o en los pasos que damos para hacer la vida de cada día. Y de pronto, se te hace presente en una inodora e insabora gripa y si traes algún problemilla con tu salud, se transforma en un poderoso estrangulador asfixiante que va coagulando tu vida. Ahora, que le perteneces te conviertes en su fuente de contagio. Te apartan, _no puedes estar con tus seres queridos, estás solo, consciente de tu fin, solo, aislado, que te roba el consuelo de un abrazo final, de una mirada que resuma toda tu vida en común de un amor compartido… es mucho más difícil de aceptar, de procesar que la muerte es parte de la vida, así lo expresó Marta

Ay. Como me dolió la muerte de Marco mí hermano. No pude. No pudimos ver su cadáver, ni siquiera Marta su esposa, ni sus hijos, Marco, Gabriela y Verónica, ni los hijos de sus hijos, sus adorados nietos, tampoco pudieron estar presentes sus múltiples amigos y compadres. Se lo llevó el covid cuando aún no había vacunas. Entonces, eran tantos los muertos que las cenizas se las entregaron casi a la semana y en un templo siguiendo las normas sanitarias, su familia en soledad depositó el polvo aquel, pero en nuestros corazones quedó la gran figura de persona que con su vida forjó mi gran Hermano, Marco.

Las costumbres cambian, y en este frío cambio frío:

Recuerdo a mis hijas peinando y llenando de besos a su Nina y a la familia de Jesús López, “El Abisinio”, vecinos entrañables, entrando con un gran ramo de rosas rojas para despedirse de doña Anita.

Antes nos moríamos mejor.

José Rentería Torres.

El título de estas letras lo tomé prestado de un artículo de Arturo Pérez-Reverte. Sobre hombres y damas.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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