Sería posible irnos por lo obvio y escribir, como la inmensa mayoría de las plumas en los medios, un texto a favor o en contra de lo que viene. Quienes votaron por el candidato ganador al gobierno del Estado van que vuelan para el siempre minúsculo trabajo de poner las manos al aire y augurar el cambio radical que inicia ya mismo hacia el futuro. Quienes no, saldrán a ponerle los obstáculos que se les ocurran y augurar la completa destrucción o el abandono terrible de lo conocido por lo imposible de predecir.
Asumir una postura partidista es normal y natural en la vida política de la polarización. Eso no habría por qué sorprendernos. Sin embargo, me parece siempre una postura demasiado sencilla: o eres pro-gobierno o eres oposición, pero nunca parecemos tener la libertad de decidir no participar en el asunto de lleno. ¿Cuál es entonces la postura que hay que tomar?
Se ha hablado mucho de la posición de legitimidad con la que llega Alfonso Durazo al poder ejecutivo, con un gabinete interesante o por lo menos medianamente distinto. Se ha dicho también el triunfo “histórico” en la pasada elección que, además, ha desplazado al PRI a la oscuridad absoluta como perro con la cola entre las patas. Pero ¿es esto suficiente para ponernos a predecir un nuevo amanecer optimista en Sonora? ¿Es el puro triunfo electoral y el proyecto más o menos delineado hasta ahora para decir que “comienza la transformación” en el Estado?
El cambio parece siempre empujarnos hacia el optimismo, a una especie de borrón y cuenta nueva. O, de plano, a la idea también demasiado fácil de que los nuevos no pueden ser tan malos como los anteriores. A lo que voy con todo esto es que, incluso cuando votamos por una idea o un proyecto por la razón que sea, la única postura política responsable desde la ciudadanía – y especialmente desde una ciudadanía informada – es la de la crítica.
Yo deseo profundamente que a Sonora le vaya mejor con el nuevo gobierno del Estado, que las cosas mejoren para los sectores más invisibles, los más tristes y los más pobres. Que reacomodemos las prioridades del ejercicio político del estado y que las jerarquías se conviertan en formas de producir estructuras más horizontales. Lo deseo de todo corazón, de verdad.
Sin embargo, lo que permite la crítica es asumir un deseo como lo que es: una mera potencia que representa una máxima que nunca se cumple. El asumirse como crítico del poder es al mismo tiempo asumirse como un sujeto político que ejerce la ideología desde la trinchera de lo poco probable, desde un realismo que muchas veces no tiene nada de optimista.
Los problemas en Sonora son inmensos y muy profundos, sí por la historia infinita de corrupción que no va a desaparecer con tronar los dedos, pero también por las profundas desigualdades que ahora mismo han puesto a un proyecto aparentemente distinto en el poder. Lo que resulta siempre cierto es que el ejercicio del poder mismo, en especial del poder político que implica producir sujetos colectivos disidentes, se encuentra siempre al margen de la persona que encabeza al Estado. Esto ya nos lo dijo el posestructuralismo: el poder es arbitrario y ajeno a los intereses personales del gobernante. Aquí se desmiente aquel príncipe de Maquiavelo: el poder sólo sirve al poder mismo, no al príncipe.
Al final, habrá que ser siempre críticos con el gobierno que sea. Sólo así podremos despegarnos de las narrativas sesgadas e irreales que quieren darnos una realidad alternativa a la de la calle. No caigamos en el mero entusiasmo electoral de un triunfo pasajero; mejor, escudémonos en la información, la duda y el disenso. Desde ahí tal vez podamos permitirnos el lujo de volver a ser un poco optimistas. Bruno Ríos es Doctor en Literatura Latinoamericana, profesor de lengua y literatura hispánica y escritor.
@brunoriosmtz