“Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran” (Voltaire).
La pandemia nos ha echado fuera de la comodidad de las rutinas personales y sociales como si fuera un viento huracanado que hace volar la peluca de la apariencia social, echando por tierra la camisa de fuerza institucional y de catálogo de normas que impone la convivencia, en un contexto de que nos expulsa con una patada de realidad en el tarsero de la normalidad.
Aquí aplica aquello de que “ya no somos los mismos”, porque la realidad ya no es la misma. Cuando se establecieron las medidas que inician con la necesidad del distanciamiento social y la disminución de la movilidad, casi nadie nos dimos cuenta de que la dinámica social iba a tener cambios sustanciales que, en primera instancia, impactaron en la economía y el empleo, no sólo local sino nacional y más allá.
Pero nos quedamos encasillados en los estrechos márgenes de nuestros usos y costumbres, queriendo hacer lo mismo en condiciones que habían cambiado lo bastante como para que la rutina normal quedara reducida a nostalgia, a pérdida frustrante.
La pandemia nos revela, mientras avanza, los renglones torcidos, el escenario de desigualdad insospechado en el que transcurre la vida y la muerte de miles de millones de seres humanos en todo el mundo, y que no notábamos desde lo local.
Ahora sabemos que la salud convertida en negocio obró en perjuicio de la humanidad más desprotegida, que los laboratorios farmacéuticos prefieren no producir medicamentos contra el cáncer por no considerarlo redituable; que hay países, como EEUU, que optan por acaparar vacunas más allá de sus necesidades, que tenemos “luchadores sociales” que truenan contra el gobierno porque destapa las cadenas de corrupción y complicidades en organismos públicos, laboratorios, empresas distribuidoras, incluso clínicas y hospitales.
Llegamos al colmo de tomar como bandera contra el gobierno el desabasto de medicamentos echando por delante a “los niños con cáncer”, sin señalar el ocultamiento de los fármacos, los intereses monopólicos de las compañías distribuidoras y el ya mencionado interés económico de las empresas productoras.
Coexistimos con personas y grupos cuya visión está centrada en la rentabilidad económica y política, no en el beneficio social.
Tenemos partidos políticos y estructuras fácticas de poder completamente antidemocráticas que, sin embargo, señalan con dedo acusador los intentos de democratización y transparencia del sector público y el privado.
Somos espectadores de luchas en el lodo, de ataques rabiosos a cualquier insinuación de cambio, a cualquier medida que aporte al bien común. Nos negamos como sociedad a revisar críticamente las reformas constitucionales de los últimos sexenios y dejamos pasar las evidencias del engaño colectivo que ha sufrido la sociedad mexicana en el marco del modelo neoliberal: la riqueza en aumento de los más ricos no contribuye para nada con el bienestar de la mayoría que vive de su trabajo precarizado y sin seguridad laboral o social.
Como se sabe, la oposición al gobierno que democráticamente eligió el pueblo hace esfuerzos patológicos por desacreditar cualquier cosa que se haga o diga, y hacen gala de una creatividad morbosa, torcida y absurda.
¿Acusar de genocidio al Dr. Hugo López-Gatell, al Dr. Víctor Alcocer y al propio presidente de la república? ¿Se habrán enterado de que la epidemia de covid-19 es un problema mundial, una pandemia, y que la carencia de ciertos medicamentos depende de decisiones ligadas al comercio mundial y a las empresas productoras?
Al legislar el gobierno para recuperar el espacio económico perdido en los gobierno anteriores y, en este caso, poder hacer compras directas para favorecer el abasto, no faltan voces que lanzan alaridos de protesta, acusaciones de “dictadura”, de favorecer el “monopolio estatal”, coartar la “libertad de comercio”, entre otros ejemplos de “creatividad” mediática tan torcida como grande la inmoralidad de quienes las postulan.
No hay duda de que el país requiere una ciudadanía activa, crítica y propositiva, pero ¿Realmente hace falta una prensa mercenaria, un frente de organizaciones favorecidas por la corrupción, un empresariado apátrida y gandalla? Creo que no.
José Darío Arredondo López