“Si tuviera dos caras. ¿Estaría usando ésta?” (Abraham Lincoln).
Tremendo revuelo se ha armado por la disposición de que los usuarios de telefonía celular van a tener que reportar sus datos biométricos y, como parece ser costumbre en cada disposición oficial, empezaron a llover amparos en una especie de granizada que promueve una oposición adicta al juicio de garantías.
La pataleta de la oposición pudiera responder a una legítima preocupación por preservar de malos manejos la identidad de la persona, y se sabe que en algunos países se están cuestionando las disposiciones que pudieran violar la intimidad.
Sin embargo, es cada vez más común que los clientes de las tienda departamentales pongan el dedo índice derecho en un sensor que registra si, en efecto, son quienes dicen ser; lo mismo pasa en los bancos, en las empresas de servicios de telefonía, entre otros, donde la huella digital queda como constancia de su paso por ahí.
Pero en la vida real, la información captada por el sensor no es ni tan confiable, eficaz y determinante, porque aún no existe relación estrecha entre lo que se espera y el soporte tecnológico disponible.
Verá que cierto día tuve que acudir a una sucursal bancaria con una nueva tarjeta que requería un número de identificación para activarla en el cajero.
Como era de esperarse, la amable empleada me pidió mi identificación oficial (INE) y que pusiera mi dedo en un sensor. Probamos una, dos, tres veces y nada; luego con el índice de la otra mano y nada; luego con el pulgar sin resultado alguno.
Tuve la extraña sensación de que podemos ser nada… que la identidad personal es un asunto que depende del juicio de otros; que no necesariamente dependemos de un sistema confiable, seguro y generalizado y que, como en este caso, le pueden decir “lo sentimos, no se puede registrar su huella. El sistema no la capta y no valida su identidad”.
¡Cielos!, ¿será que tengo tarjeta por casualidad o por obra del Espíritu Santo y no por cubrir los requisitos bancarios? ¿Si no fuera yo, o no existiera, cómo es que me han enviado una tarjeta en sustitución de la anterior?
La siempre amable y gentil empleada me recomendó que presentara otra identificación para validar la operación solicitada, pudiendo ser el pasaporte, licencia de manejar, cédula profesional o credencial del INAPAM. Es decir, se necesita otra credencial para validar una credencial.
Pues regresé rápidamente a casa y me eché a la bolsa todos los documentos opcionales disponibles, por aquello de evitarme otra vuelta con las consabidas filas y el tiempo de espera… y con la idea de que si no es Chana es Juana.
La siempre diligente empleada bancaria eligió una cédula profesional y dijo, con expresión satisfecha, “con esta basta”. Tras teclear un rato con aire absorto me pidió que digitara un número y la magia se hizo: “operación exitosa”. Corrí al cajero y las puertas de la normalidad financiera se abrieron en medio de toques de trompeta y vuelo de serpentinas y confeti.
Quizá su servidor sea parte de una nueva minoría nacional que andando el tiempo se pueda convertir en partido político, movimiento social, ONG o club contestatario frente a las nuevas ocurrencias tecnológicas; protesta que sería válida porque huellas vemos, sensores no sabemos.
De cualquier forma, el gobierno debería tomar la delantera en un asunto que pudiera convertirse en problema legal si no se presentan las aclaraciones, acotaciones y alternativas con carácter generalizado en materia de identificación de personas que, de repente, pueden declararse inexistentes o ajenas a sí mismas.
En resumen, mi visita al banco reveló que el sistema de detección no es ni tan confiable ni tan eficiente, y que para lograr la confirmación de mi identidad resultaron suficientes las viejas y confiables credenciales de toda la vida.
José Darío Arredondo López