La profunda desilusión de un gobierno que se jacta de ser de izquierda es que siga reproduciendo un discurso que no va con sus supuestas posturas ideológicas. No es casualidad que los movimientos feministas en México hayan cobrado una notoriedad mucho más palpable en los últimos años. Es una respuesta natural al hartazgo justo y necesario ante la realidad.
En un país en donde nos faltan las palabras para describir la fosa profunda en la que vivimos, en especial las décadas de duelo por los feminicidios y la nula acción del Estado, sería muy ingenuo pensar que las mujeres pudieran hacer otra cosa. Ya desde los inicios de esta semana salieron los (y las) funcionarios del partido en el gobierno para reclamar y promover la protesta pacífica y repetir las mismas cantaletas de siempre.
El colmo no es que veamos subir más y más el número interminable de víctimas de la violencia de género todos los días. Basta la de ayer: Cecilia Yépiz fue encontrada muerta, como tantísimas más, en el norte del estado de Sonora. El colmo de esto es que el presidente de la república, ese que se jacta de la honestidad máxima y la integridad más pura, ese que dice ser luchador social y demás discursos vacíos, salga a decir una serie de tonterías que de plano me cuesta repetir aquí.
Que si se trata de los conservadores. Que si el Reforma. Que si los infiltrados. Que si lo que quieren es golpear al gobierno. Que mejor una valla que mandar granaderos. Y un largo etcétera.
Lo más palpable, y francamente lo más terrible, es que el señor tenga el descaro de seguir jugando, dos años después, al mismo jueguito de la conspiración cuando el país se sigue cayendo a pedazos, cuando seguimos hallando a las mujeres en fosas clandestinas.
Resulta revelador lo siguiente. A pesar de decir las cosas correctas (a veces), y también muy a pesar de tener cierto nivel de paridad en el gabinete y en el gobierno federal, la 4T fracasa al poner como oposición en el asunto a “los conservadores” y demás proyectos políticos de oposición. La verdad es que ninguno es oposición, ni tampoco el gobierno que encabeza el presidente es de izquierda.
Quien sigue gobernando en México es el sistema aparentemente inquebrantable del poder patriarcal, ese que incluso cuando está representado por mujeres sigue reproduciendo los mismos mecanismos de opresión.
El mejor ejemplo es el gobierno saliente de Sonora, encabezado por Claudia Pavlovich. Ahí en el meollo del asunto, en el centro de la administración de la primera mujer en ocupar el cargo en la historia, está la inmensa contradicción de que la pura representación de género no basta. De nada sirve tener una gobernadora si va a gobernar contra sus propios intereses como mujer. La administración de Pavlovich pasará a la historia como una administración inconsecuente en términos de equidad de género.
Podemos decir lo mismo de las candidaturas al gobierno del Estado actuales. Salvo pronunciamientos simbólicos de ocasión y las mismas promesas de siempre, los candidatos que tienen posibilidades de ganar la elección – que son puros hombres de élite – no tienen ni la menor idea de la tarea que implica rendir cuentas. No tienen ni las herramientas para ver afuera, y mucho menos para verse hacia adentro.
Basta decirle al presidente y a los suspirantes a gobernador que, en lugar de estarse peleando por puras cosas inútiles, habría que comenzar a de veras ponerle atención a la única oposición real al sistema al que pertenecen. Los movimientos feministas son esos articuladores de resistencia que han movilizado a la gente de formas que resultan ya impensables para el mecenazgo partidista. Ni los acarreos, ni los tabloides, ni las brigadas de barrio. Las feministas han logrado, a punta de pura injusticia y perseverancia, mover la balanza y los reflectores. Intervenir, de forma muy literal, el aparato de opresión que viene, casi siempre, del Estado.