No suele quedar claro a qué nos referimos cuando empleamos el término “crítica” o “criticar” para describir un hecho o acontecimiento que ha irrumpido inesperadamente en el campo de nuestra percepción e intereses y del cual sentimos una incontenible necesidad de comunicar o expresar.
Tratándose de crítica podemos mencionar a pensadores de campos de conocimiento tan diversos como los hasta ahora conocidos, puesto que la crítica es “una función subordinada en relación con lo que constituye positivamente la filosofía, la ciencia, la política, la moral, el derecho, la literatura, etc” (¿Qué es la crítica?, M. Foucault).
Sin ánimo de ser exhaustivo pero sí plural, cuando pienso en críticos se me ocurren Walter Benjamin, Terry Eagleton, Susan Sontag, Hannah Arendt, Paul Valéry, Friedrich Nietzsche, Hubert Reeves, Daniel Dennet, la Escuela de Frankfurt y Alicia Bárcena Ibarra. Todos ellos son el hijo que habiendo confesado una travesura a sus padres comprende perfectamente lo que éstos quieren decir cuando le reprenden con un “¿y si el vecino se tira por el balcón, tú también te tiras?”.
Igualmente encuadran legítimamente en la etiqueta Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, José Woldenberg, Lily Téllez, Sergio Aguayo, Chumel Torres, Denise Dresser, María Amparo Casar, Raymundo Riva Palacio, Lorenzo Córdova y otros cuantos. Amparados en sus conocimientos científicos, estos expertos sentencian ceremoniosamente: ¡Esto tiene que parar!, ¡Es un concierto de inconstitucionalidades! o, ¡No saben qué botones apretar!
Cuando digo que los mencionados en el párrafo anterior son críticos estoy empleando el término coloquialmente, ya que por lo general su opinión “lo censura todo, sin disculpar ni las faltas más leves, y habla mal de los demás y de sus acciones”. Aquí no me referiré a esa acepción del término, que siendo coloquial es más un sinónimo de injuria, ultraje, ofensa, calumnia, vilipendio, denuesto y agravio, que de crítica.
En todo caso estoy hablando de pensamiento crítico, de la capacidad para cuestionar los límites de la razón o, como la define Foucault, “el arte de la inservidumbre voluntaria, el de la indocilidad reflexiva”. La crítica es el ejercicio del criterio, el escepticismo, la duda metódica, la actitud inquisitiva, el discernimiento y la distinción. “No tiene tanto que ver con el contenido sino con la forma del intelecto. Con los modos, las argumentaciones, las elaboraciones del pensamiento”, esgrime Sergio Friedemann.
Hay quienes creen que son críticos o subversivos por repetir ideas y afirmaciones ajenas cuando en realidad están siendo autómatas; en este punto es donde la crítica, la violencia, la cultura y la educación se emparentan. Es relevante saber de dónde viene el conocimiento y quién es el sujeto que lo transmite, puesto que como señaló Paul Valéry, puede suceder que los preceptores “den a imitar pero no a enseñar”, y como sabemos gracias a la biología, el único “programa” genético del hombre es imitar y aprender.
“Excelentemente bien observado, suelo decir cuando leo algún pasaje de un autor cuya opinión coincide con la mía. Cuando difiero, entonces lo califico como errado”, reza un aforismo de Jonathan Swift. Esta confesión ejemplifica perfectamente tanto una actitud crítica como acrítica.
Por un lado, Swift hace evidente su capacidad para interpretar el sentido o la posición intelectual del autor leído con el que comulga; por otro, antes que sopesar las ideas con las que no coincide, las califica de erradas.
Vivir es ser crítico de algo, por ello Pessoa afirmaba que “pensar es no saber existir”; cuestionar constantemente por qué debo adaptarme al medio, ¿por qué no cambiarlo, reformarlo, revolucionarlo?, ¿por qué estar conforme?
Según la teoría de las necesidades de Malinowski, la cultura tiene como función satisfacer las necesidades esenciales del hombre y responde a estas creando “instituciones” -concepto para designar soluciones colectivas y organizadas-, de ahí que vivir en sociedad esté en la naturaleza del hombre, pero la organización de la vida social proviene de la cultura e implica la elaboración de reglas sociales (La noción de cultura en las ciencias sociales, D. Cuche).
Ya nos advertía Spinoza que “si los hombres pudieran conducir todos sus asuntos según un criterio firme, o si la fortuna les fuera siempre favorable, nunca serían víctimas de la superstición” -concepto que el sefardí equiparaba a “falsa religión”-, por lo que no puedo evitar relacionar la crítica con temas de actualidad que son materia de preocupación y conflictos humanos, como la posverdad, las fake news, los fundamentalismos y dogmatismos, y los epítetos y anatemas que lanzamos de un lado a otro.
Finalmente, al iniciar el ciclo sobre violencia mencioné que mi intención era invitar al lector a adoptar una actitud crítica frente a la época actual. Pienso que este esbozo es buen inicio, pero en adelante procuraré ejemplificar con casos reales debido a que durante mi proceso de documentación encontré que Walter Benjamin se preguntaba si era posible una regulación no violenta de los conflictos, a lo que responde que sí, pero para percatarnos de ello es preciso contrastar, diferenciar, comparar y confrontar.