“Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería” (Otto Von Bismark).
Ya ve usted que muchos opinólogos ahora están haciendo malabares por justificar su rechazo, desde el fondo del hígado, a la vacuna rusa Sputnik V, para luego retroceder y aceptar sus bondades: las descalificaciones emanadas de la cloaca mental de quienes creen que la FDA es autoridad internacional y que solamente esta y la OMS tienen capacidad para avalar o autorizar un producto biológico ahora se convierten en graciosos repliegues tácticos, aderezados con la sabia prudencia de quien espera la aprobación de sus mayores para tomar el codiciado chocolate sobre la mesa.
“Bueno, ahora sí me parece que debe apoyarse su aplicación, ya que fue publicado un artículo favorable en The Lancet y la OMS la ve con buenos ojos”, dicen algunos plumíferos agitando sus lenguas viperinas. “Ya sabemos qué tan corrupto y autoritario es el régimen de Moscú, pero parece que la vacuna tiene mérito, según abalan los expertos”, señalan otros, lamiendo su trasero con discreta autocomplacencia.
El caso es que México está en tratos con el Instituto Gamaleya, que produce la vacuna, así como lo están Argentina y varios otros países que dejaron de pensar en quedar bien con los gringos y hacer algo por sus respectivos pueblos. La puerta que se abre hacia otras opciones fuera de EEUU ofrece no sólo salud sino una mejor idea de lo que es la colaboración internacional y el trato entre países soberanos.
Al parecer, la pandemia nos ha puesto en la posición de repensar los conceptos de soberanía, solidaridad internacional y salud pública, incluso nuestra idea de mundo, sin dejar de lado el abandono tanto de nuestro sistema de salud como de la industria químico-farmacéutica nacional, otrora productora de fármacos y ahora dependiente de la producción extranjera gracias a la modernidad neoliberal. Cosas de la globalización.
En otros tiempos el sector salud nacional producía y distribuía medicamentos, había desarrollado capacidad productora de vacunas, hacía investigación biomédica, se producían y exportaban productos hormonales, hasta que un gobierno neoliberal decidió que era mejor, para nuestra competitividad y mejor inserción en la economía mundial, dejar de producir y optar por ser clientes cautivos del extranjero.
En buena medida esa es la lógica del tratado de “libre comercio” firmado por Carlos Salinas de Gortari, donde la complementariedad es válida si básicamente favorece a una de sus partes: la más desarrollada.
Desde esta perspectiva, la modernidad se cumplió a costa del desarrollo independiente de nuestras fuerzas productivas y la nación se convirtió, no en un competidor, sino en un necesario pero despreciable proveedor primario y consumidor de productos manufacturados o tecnológicamente complejos. Caímos en el supuesto de que era mejor comprar que vender, así que… ¿para qué producir?
En otro asunto, nos enteramos que la inefable Suprema Corte de Justicia de la Nación le dio palo a la iniciativa planteada por la Secretaría de Energía, consistente en privilegiar la operación de la CFE en la producción, distribución y venta de electricidad. El razonamiento de los señores ministros fue que sería incorrecto dar preferencia a la empresa del Estado mexicano cuya prioridad es el desarrollo nacional, en agravio de los intereses particulares, sobre todo extranjeros, que también participan en el mercado energético nacional.
¿Se imagina que el Estado mexicano recupere el espacio económico perdido gracias a la gestión privatizante del régimen neoliberal? ¿Tiene idea de las enormes repercusiones que tendría que el país fuera soberano y que pudiera tomar decisiones propias sobre el uso de sus recursos y el monto, diversidad y destino de su producción? ¿Se puede imaginar la decepción de nuestros socios gringos si el gobierno de México actúa con el mismo espíritu que animó la expropiación petrolera y la nacionalización de la industria eléctrica? ¡Qué horror!
No hay duda que las reformas estructurales que se desprendieron de la ideología dominante en los años 80 y 90 y que aterrizaron en nuestro panorama constitucional con Enrique Peña Nieto siguen cosechando frutos envenenados, en lo moral y lo legal.
Pues esa misma matriz ideológica es la que alimenta a nuestros opinólogos trasnochados que van contra las iniciativas y reformas de la Cuarta Transformación, sean de la naturaleza que sean, pudiendo ser referidas a la epidemia, a la corrupción, al salario de los trabajadores, a lo que corresponde a la democracia sindical, el outsourcing, el fortalecimiento de la seguridad social, al dominio de la nación sobre sus recursos naturales, entre otros aspectos que ahora tienen a bien administrar las empresas del extranjero con el apoyo legal de la cabeza del Poder Judicial “de la nación”.
Queda claro que debemos apoyar al actual gobierno en sus esfuerzos por recuperar la soberanía y el dominio de la nación sobre lo que es nuestro, y que es imperativo dar reversa a las reformas “estructurales” y a los “pactos por México” impulsados y sostenidos por el PRI, PAN y PRD, así como su cauda de satélites, ahora comprometidos en la lucha por recuperar el poder de seguir liquidando el patrimonio nacional.
La solución está en tener mayoría en el Poder Legislativo y en la renovación del Poder Judicial, revertir las reformas y disposiciones apátridas y trabajar sin desviaciones en beneficio de la sociedad.
Por eso no se debe dar ni un solo voto a los partidos del “Pacto por México” y sus alianzas electorales, hoy dedicados a la desinformación, a las campañas de odio, a la manipulación de información y a la mentira. La infodemia tiene un rostro y es neoliberal. Después de todo, los intereses de la iniciativa privada, nacional o extranjera, no pueden estar por encima del interés de la nación.