Violeta nunca antes había padecido trastorno de ansiedad o ataques de pánico. Con 29 años, un trabajo estable en una empresa de comunicación y una vida independiente, el mundo parecía girar sin mayor problema. Entonces llegó la pandemia de covid.
El sábado 13 de junio de 2020 empezó con lo que para ella eran síntomas claros de la enfermedad. Estaba cansada, le dolía la cabeza y el cuerpo. Después empezó con tos. Llamó a Locatel. La anotaron como caso sospechoso. Le dijeron que se quedara en casa y que le darían seguimiento. No volvieron a contactarla hasta 15 días después.
Sola en su departamento y sin la guía de ningún personal de salud, Violeta, a quien llamaremos así para reservar su identidad a petición suya, se empezó a angustiar. Dos veces sintió que no podía respirar. Le llamó a una amiga médica. Ella le pidió que le describiera qué sentía cuando no lograba jalar aire. La joven le describió que sentía una fuerte opresión en el pecho.
“Me dijo que si la falta de aire fuera por covid, sentiría un dolor en la espalda, que más bien todo indicaba que estaba teniendo ataques de pánico”.