En medio de la rebatinga entre las corrientes de Morena por la sucesión de sus liderazgos a nivel nacional y locales, el titular de la Administración General de Aduanas del SAT ocupa sus horarios de trabajo para hacer méritos políticos en el Estado de México con claras intenciones de ayudar a su grupo de hacerse del control del partido en la entidad.
Con lo que no contaba Horacio Duarte es que, en Valle de Bravo, su segundo bastión político después de Texcoco, la militancia morenista le diría que no ha entendido que los tiempos han cambiado y terminaron poniéndolo contra las cuerdas en un acto inaugural de las oficinas locales del partido. El ex subsecretario del Trabajo pasó el desaguisado a la hora en que pretendía tomar la palabra.
Uno de los militantes interrumpió y levantó la voz.
—Un segundo, un segundo —dijo sin descomponerse ni faltarle al respeto.
—¡No! Permítame un segundo —quiso interrumpir otra integrante del partido cercana a Duarte. Estaban ellos y otros dos de pie en un pódium improvisado en uno de los interiores, de unos seis metros cuadrados de la oficina. Había más de 20 personas apretujadas, algunas sin cubrebocas.
—Un segundo. ¡Libre expresión! Nuestro presidente mencionaba en alguna mañanera que el gobierno no iba a intervenir en el partido ¿Sí? ¡Usted es director de aduanas! A lo que voy: ¿Cómo ejerce su trabajo y está ahorita aquí abriendo esta oficina?
—No la está abriendo —volvió la misma voz a intentar salvarlo. Pero fue inútil.
—Namás es un comentario y quisiera ver por favor si me puede responder.
Empezó una alaraca de más voces inconformes. Duarte seguía contra las cuerdas y tuvo que hablar.
—Mira, no te enojes. Como dijiste es tu comentario y lo respeto.
Sin embargo, no dijo más no pudo responder la pregunta de un compañero de su partido. Se quedó helado. Sabía que estaba en falta. Era horario laboral del jueves antepasado. Es un eco de una serie de anomalías cometidas por quienes luchan por el poder político interno de un partido descuajaringado, cuyos estatutos nadie respeta porque quienes buscan quedarse con el control prometen apoyar las reelecciones entre diputados y alcaldes cuando las reglas internas lo prohíben.
Al cumplir dos años en el poder, en el partido de López Obrador se hace justo todo lo que se predica en la Cuatro T. No hay ni para donde voltear. He escuchado las voces del Estado de México que están esperando a que entre a ese territorio Gibrán Ramírez, quien saltó de pronto a escena vendiendo la idea de ser la sangre nueva y salvadora del partido. Lo más seguro, por el ambiente que se vive de cara a las sucesiones internas, es que el joven que quiere presidir el partido no aguantaría ni 10 minutos en tierras mexiquenses.
Lo traen en la mira a partir de que Hernán Gómez lo desnudó políticamente por las historias de acoso, maltrato al personal del CISS, nepotismo y despilfarros en su primera responsabilidad pública. Ramírez es de esa generación que prometía ser diferentes y sin embargo terminó estampado en su primera misión. La crisis es más honda en Morena de lo que se nota a simple vista. Y hay mucho agravio entre sí. No pueden gobernarse entre sí y gobiernan México.
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