Columna Desde la Polis
A finales de abril iniciamos una campaña para aliviar una potencial crisis que estaba a las puertas de la etnia Comcáac (Seri), pues desde marzo yo había sido informado de que -debido a la pandemia- esa población se aislaría por completo, para minimizar el peligro de un contagio. Ellos tomaron una decisión difícil; ciertamente, en una población con un altísimo porcentaje de problemas de salud (diabetes e hipertensión, los principales) y con una tercera parte de adultos mayores, las consecuencias médicas podían ser catastróficas… pero esto también implicó cerrar casi del todo las avenidas comerciales de la comercialización de productos del mar y la interacción con turistas.
Aprovechando la plataforma de Creamos México (una organización ciudadana que nació en el 2011 y se enfoca en el diseño y ejecución de políticas públicas), se creó contenido informativo de calidad para captar la atención de los hermosillenses e iniciar la campaña de acopio. Gracias a la comprensión y empatía de amigos y aliados en medios de comunicación, es que el mensaje se amplificó: había que apoyar con alimentos y medicamentos a los miembros de esa etnia, pues estaban solos. A sabiendas de que iniciaría el momento más crítico de la pandemia y esto implicaba que menos personas debían exponerse, es que únicamente durante diez días captamos lo que los hermosillenses quisieron y pudieron donar en especie. Finalmente, partimos a Punta Chueca con dos toneladas de alimento y casi mil cajas de medicamento variado. Diez días después, y tras haber duplicado nuestro donativo vía la asociación Hermosillo Cómo Vamos, llevamos cuatro toneladas de alimento -acopiado por el Banco de Alimentos- al inhóspito y remoto poblado del Desemboque.
Como cabeza de esta dinámica y a sabiendas de las añejas prácticas de intereses clientelares, era prioritario para mí el reunirme con los liderazgos formales e informales dentro de la etnia. Nos reunimos con artesanos, pescadores, chamanes, intelectuales, cazadores, mujeres activistas (sí, dentro de su propio contexto las hay) así como con los gobernantes. Se les explicó que este apoyo no era para que votaran por tal o cual partido, ni para regresar más adelante a recordarles esta ayuda para cobrarles el favor. Tuvieron que entender que había gente, allá en Hermosillo, que ni los conocía, pero que sentía la importancia de solidarizarse con ellos, aún en medio de su propia adversidad económica y sanitaria. Confieso que inicialmente supuse que ellos no entenderían fácilmente el mensaje, que -muy echados a perder por las mañas grilleras- simplemente estirarían la mano. Vaya sorpresa que me llevé cuando, de manera individual, los indígenas me explicaron las dinámicas sociales que tanto daño les han provocado. Se animaron porque creen en la ciudadanía, no en el gobierno. Y al hacer esto, tenían muy claro era que yo no representaba al gobierno ni actuaba como servidor público, sino como un ciudadano común y corriente. Me dijeron que un apoyo de esta índole, jamás lo habían recibido. No habla bien de nuestro esfuerzo, sino que habla muy mal de la omisión de tantos otros.
Con independencia de la irrestricta necesidad que existe de preservar la riqueza antropológica de esta etnia (ampliamente reconocida por la filantropía internacional pero ignorada por la politiquería local), esta experiencia demostró varias cosas. Una vez más, la ciudadanía -con escasez de recursos pero abundancia de ideas- puso el ejemplo al gobierno y movilizó ayuda, sin la obligación de hacerlo. En el proceso, también identificamos que la población de Punta Chueca (el 65% de la etnia vive ahí) ¡no tiene agua potable en pleno 2021! No se trata de la Uganda de Idi Amín, sino de un grupo indígena, a hora y media de la capital sonorense. Actualmente, quien quiera tomar agua debe hacer un recorrido de 60 kilómetros para abastecer garrafones en Bahía de Kino. Nuevamente, ciudadanos podríamos invertir recursos privados para resolver lo que -como derecho humano- deberían tener garantizado: el acceso al vital líquido… pero entonces, la pregunta constante: ¿para qué están las instituciones? Atención, gobierno del Estado, delegación del Bienestar y Ayuntamiento de Hermosillo: aquí un tip -gratis- para que se cuelguen una medalla (les urge): resuelvan esto.
¿Cuánto valen, los vulnerables, frente al gobierno? ¿El número de votos que representen o su sola existencia como seres humanos? A los Comcáac no los han volteado a ver bajo la irresponsable -y profundamente ignorante- premisa de que son autosuficientes (con actividades económicas lícitas e ilíticas). Pero en un país donde la mitad de la población vive en pobreza y una tercera parte encaja en la definición literaria de los miserables, en qué consiste su valor: ¿En prepararlos para integrarlos a una cadena productiva que enriquezca a una minoría? ¿en tenerlos cautivos con dádivas para que representen un voto duro? Si no recalibramos -sociedad y gobierno- nuestros paradigmas frente a esa realidad que detiene a México, seguiremos en el hoyo de siempre. Primero los pobres, pero con capacidades, con oportunidades, con salud, con educación… con horizonte; no con eternas clientelas descansando en el oropel de un falso progreso. Cuidado, que llevamos cuatro décadas así.