Una de las primeras ideas que pensé cuando comenzó el nuevo año es que las cosas se iban a poner difíciles. No me refiero de forma personal, sino más bien como un presagio de algo que viene pero que no necesariamente está muy claro.
Lo pensé sobre todo al saber que 2020 es año electoral en los Estados Unidos y comenzó de forma bastante accidentada con el juicio político del presidente, además de la amenaza de otra guerra interminable con Irán.
Tengo que confesar de los temas políticos me han llamado la atención desde hace mucho tiempo. Recuerdo cuando todavía estaba en la preparatoria, uno de mis compañeros estaba muy involucrado en aquel entonces con las juventudes partidistas del PRI.
En un esfuerzo un poco ingenuo por hacer algo, no sólo con él sino con lo que pensaba era la juventud que estaba inmiscuida de lleno con el estado de las cosas en México y en especial en Sonora, les propuse que comenzáramos un club de lectura.
En unas primeras sesiones leímos autores que a ellos les interesaban. Si mal no recuerdo leímos a Fernando Savater y a Paulo Coelho. Poco a poco fuimos transitando hacia otras cosas como Milán Kundera (que yo apenas descubría) o a Ikram Antaki.
La densidad de los textos se fue haciendo cada vez más espesa y, así, fuimos perdiendo adeptos a nuestro club de lectura. Nos reuníamos primero en un lugar neutral, en el Sanborns como viejitos porque el café era infinito (e infinitamente malo), pero era un lugar que siempre estaba ahí, disponible. Y había enchiladas suizas.
De pronto nos fuimos cambiando hacia las oficinas del PRI. Cabe aclarar que nunca estuve involucrado en actividades políticas. Más bien, al contrario, lo que en mi cabeza intentaba hacer era que estos jóvenes como yo tuvieran la capacidad crítica para por lo menos cuestionarse si en verdad querían estar atados a una representatividad política como la del PRI. Esto fue, claro, lo contrario a lo que terminó por suceder.
El club de lectura se transformó en algo completamente fuera de mi control muy muy pronto. Si bien yo seguía proponiendo lecturas, lo que comenzó a cambiar fue la forma en la que muchos de ellos y ellas hacían las lecturas.
Por mi parte, la lectura guiada era una manera de cuestionar al texto, no de absorberlo. Así había aprendido ya a leer prácticamente cualquier cosa (y se lo debo todo a mis maestras). Lo que estos jóvenes querían hacer era utilizar los textos como una especie de guía ideológica: “algo que nos sirva”, decían, “algo para cambiar el país”.
De pronto, mi amigo me invitó a las oficinas del PRI un buen día porque iba a dar un taller uno de los descendientes de Álvaro Obregón o de Plutarco Elías Calles, la verdad no me acuerdo bien. Fui por pura curiosidad. Lo que me encontré ahí fue un espejo de la formación ideológica de lo que repetían estos jóvenes en sus lecturas: una especie de triunfalismo a futuro que buscaba hacer mella en las “nuevas juventudes partidistas” para crear un “nuevo país”, y etcétera etcétera. A mí, de pronto, se me ocurrió preguntarle a este señor que si cómo pensaba deshacerse el PRI, a través de estas juventudes, de lo que Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”. Todavía recuerdo el silencio y las miradas penetrantes.
Por decir lo menos, lo tomó bastante mal, y comenzó a querer corregirme y decirme que Vargas Llosa no sabía de lo que estaba hablando. Poco después, también me atreví a preguntarle a Alfonso Elías “El Vaquero” cuando estaba en plena campaña a Gobernador, que si qué tipo de libros le gustaba leer más. Esto fue, claro, antes del escándalo de Peña Nieto en la FIL de 2011. Lo que me contestó fue que leía el periódico. Obviamente dejaron de invitarme.
Desde entonces, me alejé de todas esas cosas y me adentré en los libros de lleno. Le dediqué mi vida a leer. No he dejado de hacer las preguntas incómodas que creo que hay que hacer, pero sin duda no quiero tener nada que ver con partidos políticos.
Lo que es verdad es que la literatura me ha permitido tener otra perspectiva que no tenía en ese momento, y que en 2020 siento que hemos perdido casi por completo.
Somos esclavos del presente. Con el internet y su avalancha de información, no nos hemos vuelto más informados ni mejores lectores. Al contrario, como sociedad nos hemos vuelto esclavos de los medios de comunicación y de la inmediatez del presente. Somos esclavos de las malditas redes sociales y su gratificación momentánea. Somos esclavos de lo que nos dicen que somos.
Todo esto fue para acabar aquí: leer libros, en especial leerlos en papel, significa soltar un poco esa esclavitud. Los libros, por naturaleza, no son ni inmediatos ni están anclados al presente. Ni siquiera están anclados a quien los escribe. Son nuestros, fuera del tiempo. Volvamos un poco a ellos, ¿no? Un buen pretexto es el #RetoLectorSonorense que mi amigo Hermes Ceniceros está llevando a cabo. Síganlo, es un libro al mes. De veras, no es tan difícil.
Relacionadas
- Advertisement -
Aviso
La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.
- Advertisement -
Opinión
- Advertisement -