En 1941, el presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt dio su famoso discurso titulado “Las cuatro libertades”. En un mundo ya envuelto en una guerra que parecía interminable, y con el fascismo puesto como una amenaza planetaria, Roosevelt se dio a la tarea de articular las cuatro libertades que funcionarían después como el fundamento ideológico para la otra guerra que buscaban librar: la guerra de las ideas.
Las cuatro libertades eran las siguientes:
Libertad de expresión en todo el mundo.
La libertad de credo, es decir, la libertad para creer o no creer en cualquier divinidad sin ningún riesgo o represalia.
La tercera, Roosevelt la articuló como “freedom from want”, que resulta intraducible de forma literal al español. Lo que significa, en muy pocas palabras, es la libertad que gozan los ciudadanos al tener los medios económicos necesarios para asegurar la paz.
Y la cuarta, la libertad de vivir sin miedo.
De entrada, estas propuestas que parecen sentido común funcionaron como una forma de poner en un lenguaje sencillo lo que los cimientos ideológicos del capitalismo norteamericano buscaban enseñarles a sus ciudadanos. Es, en otras palabras, una justificación de principios.
Once meses después del discurso, y tras los ataques a Pearl Harbor, EEUU entra a la Segunda Guerra Mundial y reproduce estos cuatro principios como una manera de justificar por qué y para qué peleaban contra el fascismo.
Una de las formas más efectivas para convencer a la población de apoyar y entender el esfuerzo nacional que significaba la guerra fue el arte, específicamente las pinturas de Norman Rockwell. Ya un artista consagrado por sus pinturas e ilustraciones en las revistas más leídas del país, Rockwell fue contratado por el departamento del tesoro y de la defensa para ilustrar y promover las cuatro libertades de Roosevelt. Así, Rockwell se convirtió en un artista icónico para un país que buscaba unificarse bajo una serie de preceptos ideológicos problemáticos.
Acá las imágenes:
Lo que resulta fascinante de las imágenes de Rockwell es que representan una nación que no existió nunca, es decir, una nación enteramente blanca que además no tiene conciencia de sí misma. Lo que la imagen nos presenta es una forma de luchar ideológicamente no contra el fascismo, sino la preservación de una serie de privilegios que son más que evidentes en su tiempo y en su contexto.
Ahora bien, ¿qué sucede con este tipo de fundamento ideológico cuando nos enfrentamos a una situación bélica contemporánea?
Los Estados Unidos siguen siendo una potencia militar en el mundo, tanto así que ahora, en principio, buscan justificar otra intervención bélica en el medio oriente por el capricho del presidente. Sin embargo, el fundamento ideológico es el mismo.
Bajo los preceptos de las libertades que se supone garantiza el sistema del capital, aún ante la oposición del mundo entero, una parte bastante importante del público norteamericano ha justificado los hechos en Irán como una forma de proteger las libertades que sólo pueden ganarse con violencia. Casi un siglo después, los valores de la guerra siguen siendo los mismos.
Michel Foucault dijo algo que debería por lo menos ponernos a pensar: “la libertad es una tecnología del poder”. Me parece que esa sería una de las coordenadas para comenzar a pensar nuestro presente en términos geopolíticos. Más allá, quiero terminar esta breve reflexión con lo que sucedió con la obra de Norman Rockwell.
Después de la guerra, Rockwell tomó interés por la lucha de derechos civiles en los 60s. Siendo quien era, pintó otra de las imágenes más icónicas del siglo XX norteamericano: la chica negra que va a la escuela.
Titulado como “El problema con el que todos vivimos”, el cuadro de Rockwell también fue fundamental para darle otra cara a las tensiones ideológicas raciales de lo que significa la ciudadanía. Así, esos mismos valores que justifican la guerra pueden también revertirse de tal modo que muestren la otra cara de la moneda.
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