¿Nos hemos despojado, del todo, de las cadenas de “la bárbara cultura de la carne asada”?
I.- Cuando en mayo de 1982 el gobernador Samuel Ocaña García me honró con designarme Coordinador General de Cultura y Director de la Casa de la Cultura de Sonora, el Mtro. Gerardo Cornejo Murrieta había fundado, el 28 de enero anterior, El Colegio de Sonora. Hicimos buena mancuerna y mejor amistad, como instituciones hermanas.
La Coordinación General y la Casa de la Cultura asomaban, entonces, desde su inauguración en octubre de 1979 y en su nuevo y majestuoso edificio -impulsado por la entonces Junta del Progreso y Bienestar (JPB), presidida por el culto Prof. Luis López Álvarez-, en la marginada Villa de seris del sur de la ciudad (obra del arq. Horacio Rubio), en contra del gobernador sustituto Lic. Alejandro Carrillo Marcor -“ni un ladrillo más”, indicó-, por el riesgo de inundación ante las crecidas del Río Sonora, la presa Abelardo L. Rodríguez y el susto que nos dio en el año de 1983. La citada Junta construyó, entre otras importantes obras comunitarias, el actual edificio de la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH).
¿Qué pasó? Demos la voz a un experto, el Ing. Alejandro Moreno:
“En 1983 -debió ser octubre y noviembre-, el vertedor de la presa era de descarga libre, no se liberó agua por el vertedor, o desfogue controlado. Antes de construir la estructura de compuertas, se colocaron verticalmente viguetas de acero sobre la cresta del vertedor; en el espacio entre higueras se colocaban piezas de madera para incrementar el volumen almacenado. Posteriormente, después de las lluvias, se iban retirando, dejando pasar el agua, a esto puede ser que le llamaran desfogue controlado.
En 1984 -la presa se llenó en diciembre-, se cortó el bordo construido aguas arriba de la vialidad sobre el cauce del río en la Casa de la Cultura; el agua estuvo corriendo por dicho cauce buena parte de enero de 1985, cuando se inició la construcción del Puente Trébol.
Fue hasta 1994 cuando se puede mencionar desfogue controlado, pues ya se había construido la estructura de control con compuertas radiales.
A pesar de todo, aquellos organismos públicos animaban e iniciaban el despertar de las dormidas vocaciones culturales latu sensu (y muchas de ellas proverbialmente exiliadas al centro del País o al extranjero), especialmente en la Historia y en las Bellas Artes (música, literatura, danza, teatro, pintura). Una línea maginot imaginaria contra nuestra “bárbara cultura de la carne asada”.
La Universidad de Sonora, fundada apenas 37 años antes, ya tenía una hermana menor. ¡Cómo olvidar los concursos nacionales de Novela y Poesía y los conciertos de las Orquestas Sinfónicas Nacional y de la Cd. de México; y las agradables y frecuentes visitas de la eximia maestra Emiliana de Zubeldía!
II.- El Colegio de Sonora, por su parte, dedicado a la investigación y la educación superior en las áreas de ciencias sociales y humanidades. Se enfoca en generar conocimiento para abordar problemas sociales y humanos en Sonora y México, promoviendo el desarrollo regional mediante la transferencia de saber y la formación de profesionales calificados, de lo ya ha dado muestras. Para tal propósito, se adquirió y restauró la antigua Casa de la familia de Alfonso P. García, sede también de Radio Sonora.
III.- Don Luis González y González, ilustre novelista, autor del clásico “Pueblo en vilo” (1968) es una “microhistoria” del pueblo mexicano de San José de Gracia (Michoacán) desde 1900 hasta 1960. Retrata la vida cotidiana, cambios sociales, revoluciones, migración y tradiciones, con un estilo intimista y antropológico, pionero en estudiar lo local para entender lo nacional. “El historiador del pueblo”, lo ponderó Enrique Krauze, en Reforma el domingo 26 de octubre y donde hace una muy breve -e injusta- referencia a su esposa, nuestra Armida de la Vara.
Don Luis fue un buen amigo del cuentista Gerardo Cornejo Murrieta (1937-2014, de Tarachi, Son.) y El Colegio de Michoacán (de San José de Gracia), del que era su rector, fue una inspiración para crear aquí, a principios de los años 80s., con el apoyo del gobernador Samuel Ocaña García (de Arivechi, Son.) y Eduardo Estrella Acedo (con raíces en Sahuaripa, Son.), El Colegio de Sonora, que visitaba con frecuencia para impartir conferencias. Opatería pura e ilustre.
IV.- Armida de la Vara (1926-1998), esposa de Don Luis, nativa de Opodepe, Sonora, es autora –entre otros textos- de la novela “La creciente”.
“La creciente”, publicada originalmente en 1979, es considerada una de las obras más representativas de la narrativa sonorense posterior a 1970, destacando por su retrato vívido de la vida en un pueblo en decadencia en el estado de Sonora, México.
La novela trasciende el formato de crónica para ofrecer una estructura moderna, compuesta de estampas sueltas que capturan la cotidianidad y el laberinto de vidas “reales” de sus habitantes, sin caer en el costumbrismo tradicional ni en descripciones enfáticas.
Temas principales. Decadencia rural: El protagonista central es un villorrio sonorense en declive, donde se entrelazan historias de personajes marginados, como mujeres envejecidas, viudas o habitantes afectados por la muerte y la pobreza. La “creciente” del título alude, metafóricamente, al río que inunda y transforma el paisaje, simbolizando cambios inevitables y la erosión de tradiciones.
Voces colectivas y psicológicas: Incluye narraciones omniscientes, introspecciones profundas (por ejemplo, el monólogo de una mujer cerca del cementerio) y la voz del pueblo como coro, explorando temas como la muerte, la academia, los pueblos originarios y la pérdida emocional.
Estilo: Construida con fragmentos independientes que mantienen una unidad temática, la obra combina realismo con toques poéticos, destacando la calidez humana en medio de la adversidad.
Armida de la Vara fue una educadora, poeta y ensayista. Su obra literaria incluye cuentos, poesía y ensayos, y colaboró en la Secretaría de Educación Pública en la creación de libros de texto.
“La creciente” refleja su conexión con las raíces sonorenses y su interés por las narrativas regionales. En 2013, se reeditó junto a dos cuentos suyos: “Galeón que viene, galeón que va” y “Alina”, bajo el título “La creciente y otras narraciones” (editorial Bonilla Artigas Editores).
¿Dónde leerla o adquirirla? Disponible en plataformas como Google Books o librerías mexicanas como Sanborns.
Para más detalles, la Enciclopedia de la Literatura en México o biografías en Wikipedia.
Nota: No confundir con el cuento homónimo La creciente, de Juan Carlos Davalos (literatura argentina, ambientado en Salta), que narra la obstinación de un verdulero cruzando un río crecido, ni con la novela de Silvina Bullrich (1973). Si buscas información sobre otra obra con este título.
(Tomado de Grok IA)
V.- A 83 años de la fundación de la Universidad de Sonora y a 43 años de la fundación del (ahora) Instituto de Cultura de Sonora, ¿nos hemos despojado, del todo, de las cadenas de “la bárbara cultura de la carne asada”? Me lo pregunto, al tiempo que pienso en la sequía anual de eventos culturales a lo largo y ancho de los 72 municipios del estado, que veo los espectaculares anuncios de cervezas en los medios y en el estadio de béisbol y leo hoy, en El Imparcial: “El Festival del Asado 2025 reúne a cientos de personas para degustar platillos de la gastronomía sonorense. Más de 50 parrillas se encendieron para deleitar el paladar de cientos de hermosillenses, en las instalaciones de la ExpoGan.” Y en Proyecto Puente: El presidente municipal Antonio Astiazarán Gutiérrez se sumó a los casi 4 mil hermosillenses que disfrutaron este domingo de la Muestra Gastronómica del Kino Fest 2025, evento que reunióconvivencia familiar, ambiente musical y los tradicionales sabores del balneario hermosillense.
No nos hemos despojado de esos grilletes.




