Decir “somos una gran familia” suena bonito. Se siente cálido. Invoca cercanía, lealtad incondicional, pertenencia. Pero cuando esa frase se convierte en mantra corporativo, en slogan de bienvenida, se abre la puerta a contradicciones que suelen costar mucho más que lo que aparentan.
No se trata de destruir la intención de unión, sino de desnudar sus sombras y construir algo mejor: Un equipo real, una tribu basada en respeto, límites claros y responsabilidad compartida.
De hecho, una investigación publicada en Harvard Business Review encontró que en más de 200 startups del Silicon Valley donde los fundadores cultivaban deliberadamente sentimientos “familiares”, los empleados reportaban menor disposición a denunciar irregularidades o inconformidades laborales.
¿Por qué? Porque sentirte “parte de la familia” te convierte en cómplice silencioso. Las promesas implícitas de respaldo están cargadas de expectativas que a menudo no se cumplen.
Adicionalmente en un artículo de Forbes, cuando las compañías usan la frase “We are family”, crean una expectativa de lealtad, cuidado y permanencia similar al familiar. Pero estas expectativas chocan con decisiones del negocio: Despidos, recortes, reestructuración. El resultado: desigualdad, decepción, pérdida de confianza y compromiso.
¿Pero cuáles son las contradicciones de esta ideología?
Inicialmente expectativas no realistas. Si eres familia, se espera entrega total, sacrificio personal, que estés disponible cuando otros lo necesiten. Eso presiona y quita espacio personal. Otro punto crucial es que el concepto familia implica que “te queremos igual”, aunque cometas errores. En empresas así, el bajo desempeño puede no sancionarse por comodidad emocional.
Importante decir que no quiero, ni estoy satanizando la unión, la colaboración o el trabajo en equipo, lo que propongo es que tengamos una miradamás auténtica de las dinámicas laborales.
Que no se pierda de vista lo valioso de sentirte parte de algo: Un equipo, una tribu, una comunidad. Pero que no sea el término “familia” una excusa o mano invisible de expectativas abusivas. Para ello aquí algunas ideas:
- Llama las cosas por su nombre: “equipo”, “tribu”, “aliados”, “colaboradores” “compañeros”. Una gran comunidad no necesita romanticismo familiar para sentirse en unión.
- Establece límites claros: Horarios, descansos, días libres, desconexión. Haz visible lo que se espera de cada uno, lo que se da y lo que se ofrece en reciprocidad.
- Transparencia total en decisiones difíciles: Cuando se tomen decisiones estructurales (recortes, promociones, despidos), explica las razones. Si dices “somos familia” pero no explicas, cae en hipocresía.
- Feedback abierto y continuo: No esperes que la gente hable sólo cuando algo muy grave pasa. Que haya espacios de seguridad y canales de comunicación donde se digan cosas pequeñas antes de que crezcan.
¿Quieres que tus colaboradores sientan que pertenecen? Genial. ¿O prefieres que crean que siempre serán tratados con respaldo emocional, aún cuando el negocio exige decisiones duras? La diferencia está en el contraste entre lo dicho y lo hecho. Cuando proclamamos “familia” pero actuamos como empresa que prioriza utilidades, resultados o rentabilidad sin dimensión humana, lo que hacemos es construir desconfianza.
En definitiva: No eres familia porque trabajas aquí. Pero puedes sentirte apoyado, valorado, incluido y reconocido. Las mejores empresas no venden valores ficticios: Los construyen día a día, con respeto, honestidad y acciones concretas. Y esa es la tribu a la que vale la pena pertenecer.