En el marco del día internacional de la mujer me gustaría compartir que como ciudadana he sido testigo de importantes avances en la inclusión de mujeres en el mundo laboral. De los cuales he sido y soy parte en la actualidad.
Si bien, la participación femenina ha aumentado significativamente, especialmente en sectores que históricamente estuvieron dominados por hombres. Pese a estos progresos, aún persisten una serie de barreras y desigualdades estructurales que limitan el acceso y la plena integración de las mujeres en el mercado laboral.
Uno de los aspectos más destacados de esta evolución es el aumento en el nivel educativo de las mujeres mexicanas. De acuerdo con datos del INEGI, las mujeres hoy en día representan más del 50% de las matriculaciones en educación superior, un claro indicio de su creciente preparación para enfrentar los retos del mundo laboral.
No obstante, esta cifra no se traduce de manera proporcional en una representación equitativa en puestos de toma de decisiones o en áreas de alto prestigio como la ciencia, la tecnología o la política.
De hecho, según datos de Grant Thornton México en su reporte del último año el 40% de las empresas aumentó la participación femenina en los equipos directivos; sin embargo, sólo el 23.5% de las organizaciones tiene únicamente a una mujer en sus equipos directivos.
Lo cierto es que, aunque hay mayor acceso a oportunidades de crecimiento laboral, las mujeres continúan enfrentando retos para llegar a la Alta Dirección, los principales son: discriminación, sesgos inconscientes y microagresiones, los cuales detienen las promociones, así lo dice el 44% de las mujeres. Puntualiza Olivia Segura, socia de Asesoría en Capital Humano y Gestión del Talento de KPMG México.
Otras de las barreras que destaca el informe de KPMG son: la desigualdad de oportunidades para participar en iniciativas de alto impacto (38%) y autolimitaciones, generadas por la falta de autoestima y confianza (33%).
Que sin duda la gravedad del último punto es alarmante, porque es una de las pocas variables que sí está bajo nuestro control y su impacto es innegable, ¿Por qué a la mujer le cuesta más tener confianza y seguridad en sí misma en comparación con un hombre?, ¿Por qué el síndrome del impostor se instala con mayor facilidad y durante más tiempo en la mente y discurso interno de una mujer?
Las respuestas a estas preguntas pueden ser diversas, lo que sí está claro es que invertir en la formación académica no es suficiente para darle la vuelta a esta situación, se necesita educar también la mentalidad y el autoconcepto, porque fortaleciendo ambos se puede tener la suficiente claridad y objetividad para poder visibilizar lo que, sí son limitaciones y lo que no, así como la manera de hacerle frente.
Pero no solo es esto, también otro factor que influye en la desigualdad laboral es la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados. En México, la distribución de las tareas del hogar sigue siendo profundamente desigual, con las mujeres asumiendo la mayor parte de los cuidados familiares. Esto se traduce en que, aunque las mujeres participan activamente en el mercado laboral, su jornada laboral total, que incluye el trabajo no remunerado en el hogar, es considerablemente más extensa que la de los hombres.
Esta doble carga limita su capacidad para acceder a empleos de tiempo completo o de alta responsabilidad, y afecta negativamente su bienestar personal y profesional.
Adicionalmente a violencia laboral es otro tema que no puede pasar desapercibido. A pesar de los esfuerzos por crear ambientes de trabajo más seguros e inclusivos, las mujeres continúan enfrentando acoso sexual y laboral en diversos sectores. La invisibilidad de estas situaciones y la falta de protocolos eficaces de denuncia perpetúan un ambiente tóxico que obstaculiza el desarrollo profesional.
Siendo honesta me parece que México se encuentra en un momento crucial para hacer frente a estas desigualdades. Las mujeres mexicanas han demostrado que somos fundamentales para el desarrollo económico y social del país, pero aún queda mucho por hacer para garantizar que puedan participar en pie de igualdad en el mercado laboral.
Y en ese contexto todos y todas tenemos una gran responsabilidad, las políticas públicas necesarias para lograr avances más sólidos no se van a mover y crear solas, se requiere empuje desde la comunidad, desde los colectivos feministas para ejercer presión y compromiso necesario para que se viva una transformación profunda en las estructuras laborales y sociales.