“Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”
Benito Juárez
El recién inaugurado gobierno de Donald Trump sacude la caspa de las sesudas humanidades que, en forma de analistas internacionales, opinólogos y demás gente de mal vivir que pueblan las estepas académicas, políticas y mediáticas, en una serie de sacudidas que convierten lo ya sabido en novedad, la cesión en triunfo y la subordinación en virtud heroica.
La amenaza de aranceles hace que las tuercas del tratado comercial que nos unce a los intereses del villano favorito norteamericano se muevan hacia la derecha, en un ritmo que se baila de modo receptivo de lo que nos afecta y humilla. Mientras el yugo se aprieta, lamemos la bota que nos aplasta la autoestima soberanista y patea el trasero de la independencia nacional.
En este contexto, se cuestiona por algunos la defensa del tratado comercial que nos convierte en socios, eufemismo que maquilla la relación asimétrica entre el norte y el sur de nuestra porción continental, mientras que otros revelan su fascinación por el tratado que supura neoliberalismo convertido en regla de conducta comercial.
Si, de acuerdo con el presidente Trump, los Estados Unidos no necesitan a nadie porque tiene de sobra lo que ofrece México y Canadá juntos y se declara autosuficiente, entonces, ¿cuáles pueden ser las razones para sostener un tratado comercial tras caer en cuenta sobre la inutilidad del mismo? ¿Para qué sostener una relación que ocasiona gastos y cargas onerosas para una de las partes que, por otra parte, manifiesta su voluntad de cobrarles caro el déficit con sus socios? Aquí salta a la vista la política de la amenaza seguida de la negociación… y la imposición de nuevas reglas.
Trump amenaza, exige el cumplimiento de condiciones y pone un plazo para ver si existen avances: desplazamiento de uniformados en la frontera para impedir que se cuelen indocumentados, así como impedir el ingreso de fentanilo, a tono con la idea de que los males de EUA vienen del sur, que sólo debe servir para cuidarles y limpiarles el trasero.
La envoltura de la supeditación al ojo vigilante de Trump es la prórroga a los aranceles a México y Canadá, donde México deberá demostrar que es un traspatio bien portado y dispuesto a acatar las condiciones impuestas con patriótica sumisión.
Panamá sostiene las cuotas a los barcos gringos, pero sale de la ruta de la seda con China, mientras que El Salvador se dispone para el ingreso de los migrantes etiquetados como ilegales por Estados Unidos, quien alista sus instalaciones de Guantánamo para recibir a los estrellados en la pesadilla americana.
La diplomacia y los hipócritas tratos del Norte con el Sur quedan como saludo cotidiano para quienes se humillen en una rara interpretación de su soberanía, en un ciclo de dominación-subordinación que dan cuenta de la verdadera naturaleza de las sociedades comerciales entre desiguales.
Mientras que el troglodita anaranjado cierra el flujo de recursos a USAID (piadoso organismo financiador de golpes de estado) hace planes inmobiliarios para Gaza, terreno que se ve desprovisto de historia e identidad para quien acostumbra comprar y administrar terrenos, y no ve ninguna calidad humana más que, quizá, la de sus propios votantes.
Palestina es algo tan abstracto que no se toma en cuenta porque, en la realidad militar y financiera de un Estado neocolonial tan amigo de la piratería como lo fue Inglaterra en su período de expansión territorial, el derecho no existe y se sustituye por las reglas que el hegemón impone, confirmando que la unipolaridad es un cadáver que apesta y contamina.
En este contexto, defender el tratado comercial tanto como la unipolaridad, es una confesión de que el neoliberalismo está más vigente que nunca y que en su seno se tejen, como antes, las medidas donde la asimetría productiva obra siempre en favor de la economía financiera y militarmente mejor pertrechada.
Creerse que en la práctica funciona eso de que “somos iguales”, que se respeta la soberanía nacional a pesar de las embestidas del poder financiero y militar es, simplemente, una patética tomadora de pelo; una forma autocomplaciente de demagogia y, por tanto, de negación de la posibilidad de cambiar las cosas al no reconocerlas como son. ¿En serio, lo que no se nombra no existe?
Creer que es saludable y sostenible la forzosa interdependencia económica y política de las naciones es negar la existencia y necesaria diferencia de los proyectos nacionales de crecimiento y desarrollo, la capacidad de respuesta de los gobiernos a los problemas concretos de sus pueblos, a sus expectativas de progreso y bienestar independiente. Así pues, se sacrifica la identidad y el proyecto de nación en el altar de la unilateralidad y uniformidad transcultural, y empieza a cuajar le proyecto de “gobernanza mundial” basado en el capital internacional, el mercado mundial y la primacía geopolítica de Estados Unidos.
Quizá sea mejor reconocer el estado real de nuestra relación con el Norte y empezar a construir las vías para aminorar la dependencia, así como recuperar el espacio económico y la capacidad soberana de operar un mercado de factores y productos en beneficio de la nación.
El TLC de Salinas y su actualización peñanietista-obradorista en forma del T-MEC son la cara operativa del neoliberalismo y el germen de una etapa neocolonial que debemos llamar por su nombre y consecuencias, ya que es una relación tormentosa que, a estas alturas, muestra rasgos claramente indeseables de subordinación y vasallaje.