Hoy por la mañana hablé por teléfono para programar nuestro desayuno mensual con mis amigos: Víctor, Jaime y José Antonio. Ellos son parte de mi pandilla desde hace sesenta y tantos años. Los conocí por allá en el año de 1961 cuando las letras del abecedario nos acomodaron para ponernos juntos en aquel salón de clases cuando iniciábamos la carrera de Medicina. Y ahora, por la amistad que nos une esperamos con gusto estos encuentros,
Pero pospongo lo que deseo comentar sobre nuestras reuniones y también por algo muy personal, que tiene que ver con una frase prohibida, pero esta la dejaré para líneas más abajo, porque no quiero que se me pase expresar algo sobre lo que acabo de leer sobre una triste y despiadada noticia:
Leo que, en Japón (la gran potencia económica, la que con sus numerosas marcas inundan los mercados mundiales), está saliendo a flote una contradicción, que habla sobre la existencia de una gran desigualdad social, en aquella gran nación. Juzgue usted: La nota hace referencia a un creciente índice delictivo de los viejos y viejas de aquella nación. Resulta que estos delincuentes están infringiendo la ley con faltas menores, que se castigan como si fueran delitos mayores en aquel país, del primer mundo, en donde el robo de una ración de comida se castiga hasta con dos años de cárcel y, aun así, estas personas reinciden en sus fechorías y lo hacen por estas razones: en la cárcel tienen asegurado, techo, las tres comidas al día, servicios médicos y compañía.
Aquí me vienen las preguntas: ¿Por qué no tienen techo? ¿Por qué no tienen el alimento suficiente? ¿Por qué no tienen servicios médicos? ¿Por qué no tienen quién les acompañe? ¿Por qué este grupo poblacional quién trabajó por largos años terminan siendo unos parias sociales en aquella nación tan disciplinada? Perdone la redundancia, de tantos por qué, pero así lo deseo recalcar.
Ciertamente cada pregunta podría tener múltiples respuestas, pero por mis escases de raciocinio pondré el acento en dos: Primero, en su pobreza económica y segundo en su abandono social. Esto me hacen recordar los tiempos de Hitler, en donde los judíos viejos por su improductividad en la industria bélica eran echados pronto a las cámaras de gases y ahora a estas personas viejas en Japón son olvidadas en un abandono callejero, por no ser necesarias en la lucha por conquistar los mercados allende los mares. Y lo segundo unido con lo primero, están las familias de este envejecido grupo que, en sus tiempos de juventud, tal vez, tuvieron hijos, pero ¿dónde están si es que existen? Decía un buen amigo mío: “La gente es gente en cualquier lugar del mundo y en ese lugar hay apego entre padres e hijos”. Quizá, tal vez esto sea cierto, pero aquí entra la cultura y cada pueblo tiene formas diferentes de expresar y mostrar sus afectos. Cierto, pero más cierto es, que, este grupo etario se encuentra sólo en una soledad tan aislada que busca las cárceles para tener compañía. Entonces, ¿qué podría estar sucediendo en aquella nación que posee tantas y tan bellas tradiciones, llenas de samuráis y solemnidades, pero que ahora tiene a sus viejos y viejas viviendo como pordioseros?
Al parecer, esto es un fenómeno mundial cuando en el Sudán, al este de África, esos piratas que asaltan barcos en el Mar Rojo, sucede algo parecido con ellos, en donde estos delincuentes cuando tienen éxito en sus pillerías hacen sus vidas con el botín adquirido y si no lo consiguieron, en prisión viven mejor que en su miseria. Todo es cuestión de ideologías en este mundo tan disparejo.
Vuelvo ahora con mis compañeros de andanzas de tantos años. La llamada telefónica fue para poner el lugar, la fecha y la hora, una hora que esperamos con anhelo, ciertamente vamos a desayunar, pero el motivo primario es el convivir en un tiempo que se prolonga hasta que otros comensales empiezan a llegar porque ha llegado la hora de la comida. Le comento, platicamos de lo que nos da la gana, y con ganas, repetimos anécdotas como si nunca lo hubiéramos dicho, pero las gozamos de lo lindo. Nuestras reuniones son un remanso de sanación terapéutico en contra la soledad y el aislamiento. Además en este apego, la socorrencia es una nota que se nota.
Mire usted, en este gozar de lo lindo, uno tiene restricciones que nos han venido imponiendo las costumbres de nuestra cultura, en donde hay palabras que nos están vetadas, estigmatizadas, son tabú para la clase masculina. Decía mi padre “el hombre tiene que ser, feo, fuerte y formal”. Y está enseñanza se la aprendí a rajatabla, hasta que un día, antes de su muerte, me atreví a romper con aquella cadena de “hombría” y dándole un beso en la frente y con voz clara le dije: “Te quiero”
Desde entonces, ese hábito, con su costumbre y su cultura las mandé al traste. Y ahora, tú quien me lees, ya sea que seas hombre o mujer (sin importarme lo que piensen de mí hombría), deseo decirles hoy a los cuatro vientos, que:
LOS QUIERO.
José Rentería Torres. Febrero del 2025