Pocas cosas hay tan líquidas y escurridizas como los ismos o ideologías políticas. Tan solo en América Latina y en los tiempos recientes hemos tenido el Justicialismo de Perón; el comunismo de Fidel Castro; y el socialismo bolivariano de Hugo Chávez, entre otros. Todos estos ismos se inician con muy buenas intenciones y propósitos. El gran pecado original es que no se construyen sobre un desarrollo institucional, sino sobre la personalidad de un líder carismático que hace que deriven en Peronismo, Castrismo, Chavismo y probablemente Obradorismo.
El discurso inaugural de Claudia Sheinbaum definió los principios de su filosofía de gobierno. Propone un decálogo cuyos tres primeros principios son: “por el bien de todos, primero los pobres”, austeridad republicana o “no debe haber gobierno rico y pueblo pobre”; y gobierno honrado o “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”. A estos principios, tanto López Obrador como ella, le llaman “Humanismo mexicano”. Tratemos de ahondar un poco en esta filosofía de gobierno.
El Humanismo
En las corrientes del pensamiento social, el término de Humanismo se refiere principalmente a las perspectivas de pensamiento centradas o basadas en el ser humano. Se comenzó a usar para denominar las corrientes de pensamiento de la época del Renacimiento del siglo XV cuando artistas y pensadores, principalmente italianos, comenzaron a independizarse del pensamiento religioso y a retomar las ideas de la filosofía clásica.
También está el Humanismo Cristiano cuyo principal exponente es el filósofo Jacques Maritain (1882-1973) que plantea una especie de cristianismo secular (no religioso) que exalta el valor y principio de la dignidad humana como base de la política.
Esta corriente de pensamiento ha sido criticada desde la izquierda como contradictoria ya que no puede ser orientada en el ser humano y basada en la religión o búsqueda de trascender. Sin embargo, se ha replicado que esa es precisamente la paradoja del cristianismo: “amar a Dios es amar al prójimo”.
En México, el Partido Acción Nacional (PAN), al menos en sus orígenes, adoptó el Humanismo como un principio de su filosofía política. Gomez Morín lo propuso y el PAN lo ostenta como uno de sus cuatro pilares, junto con el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad.
Ahora López Obrador lo propuso como el nombre del pensamiento o filosofía política de la Cuarta Transformación. Sin embargo, si revisamos sus principios e incluso sus mañaneras, el término que más usa es el de “pueblo”. En sentido estricto, se debiera llamar Populismo ya que se trata de una corriente de pensamiento que propone al pueblo como centro. El problema es que el nombre “Populismo” tiene connotaciones muy negativas y se vincula con un estilo o régimen de gobierno que se considera una deformación de la democracia y que se asocia con gobiernos fracasados en su intento de reivindicación social.
Los carismas de AMLO y de Claudia
El mayor capital político que tienen Morena y la 4T es el carisma de Andrés Manuel López Obrador. Su origen y modo de hablar provinciano, su lenguaje llano plagado de analogías fáciles de entender (¡fuchi caca!), así como su rijosidad y altanería que lo hace buscar pleitos, lo convierten en una personalidad que conecta inmediatamente con el pueblo, es decir con los segmentos de población de menores ingresos y que constituyen el 60 por ciento de la sociedad mexicana.
Claudia Sheinbaum es otro tipo de carisma. Sus orígenes urbanos y rasgos europeos, su dicción clara y magistral, su modo de vestir correcto y distinguido y su alto nivel académico le dan un carisma que conecta más con la clase media, ese segmento de la población que constituye solo el 30 por ciento de la población de México. Está muy cuesta arriba que el pueblo llano la reciba con la misma simpatía y admiración con que papacha a AMLO.
El reto de la presidenta es entonces ganarse ella el apoyo popular, sin necesidad de que la respalde AMLO.