Uno de los desafíos principales a los que se enfrentan los directivos en las organizaciones es a la aplicación correcta del liderazgo situacional porque este es básicamente un modelo de gestión versátil, que varía de acuerdo a lo que necesita la empresa en un determinado momento para no perder productividad ni eficiencia. El liderazgo situacional promueve y requiere flexibilidad y adaptación constante de los líderes para conseguir mejores resultados en el corto plazo.
Y justamente esta “flexibilidad y adaptación” precisa de buscar una combinación sana, una danza equilibrada entre el grado justo de firmeza y empatía considerando contexto, criterio y diversos escenarios como; el desempeño y la antigüedad el colaborador, los resultados de un departamento e incluso los indicadores de productividad, entre otros elementos, pero, ¿Cómo se llega a ese “balance”?
Para que la firmeza te acompañe de manera sensata, sin caer en la tiranía y en prácticas autoritarias se requiere estructura, claridad en los procesos, en los objetivos, en las funciones y en las políticas de trabajo, así como en las expectativas de desempeño. Cuando dominas estos lineamientos, tienes el esqueleto armado, posees una base que te permite analizar y tomar decisiones con objetividad.
Si queremos que la empatía también entre en la conversación es necesario hablar de habilidades blandas, especialmente de inteligencia emocional porque esta última es la competencia que abre la puerta a la empatía. Ser emocionalmente inteligente quiere decir que puedes reconocer y gestionar emociones propias y ajenas, y solamente desde ese lugar es que hay espacio para la empatía.
De hecho quiero compartirles mi definición favorita, la cual no tiene nada que ver con “ponerte en los zapatos del otro”. Me parece que esta expresión se ha desgastado tanto que ha perdido
esencia y realismo. Por qué ¿Realmente es posible ponerse en los zapatos de la otra persona cuando su situación es tan lejana a mí?
La definición que me encanta es: “Empatía no es sentir lo que el otro siente. Es ofrecer un espacio de seguridad y validación para que la persona pueda abrir su dimensión emocional de forma segura, sin ser juzgada, incluso si no podemos entender lo que está experimentando, porque si es importante para ella o él, aunque tal vez para nosotros no lo sea tanto, ya es motivo suficiente para respetarlo y acompañarlo”.
Ahora sí, con la empatía bien definida, puedes preguntarte y responder con mucha honestidad ¿Eres una persona empática?, ¿Eres un espacio seguro para tu gente, para tu equipo de trabajo?, ¿Eres una persona con inteligencia emocional? Y lo más importante si las respuestas anteriores fueron un “no”, ¿Qué estás haciendo para desarrollar estas habilidades? ¿Cuánto esfuerzo y tiempo estás dispuesto a invertir en esta transformación?
Independientemente de lo que argumentes en las preguntas anteriores, es importante resaltar que aunque parecería que la firmeza es lo más difícil de desarrollar, la tarea que más esfuerzo individual requiere es el trabajo interior, ese que permite el autogobernarnos y tener ojo clínico para poder equilibrar firmeza y empatía.