“La esperanza de un mundo seguro y habitable recae en disciplinados inconformistas que se dedican a la justicia, la paz y la fraternidad”
Martin Luther King
Al momento de redactar esta nota, la Universidad de Sonora seguía en huelga y acababa de realizarse una marcha masiva donde con la concurrencia de sindicatos solidarios se reclamó a la autoridad competente, en caso de haberla, prestar atención a las demandas de los trabajadores en huelga, pensando en la proximidad del plazo fatal para que el sindicato de los académicos, el STAUS, decida si va a poner las banderas de huelga enseguida de las del STEUS.
Mientras los académicos universitarios reclaman transparencia en el manejo presupuestario, en la asignación de plazas originalmente académicas pero atraídas por la administración, veracidad en las declaraciones de las autoridades, y justicia para el sindicato actualmente en huelga, aflora el dato de que hay trabajadores manuales y administrativos que perciben mensualmente menos del salario mínimo, lo que nos coloca en las condiciones laborales casi porfirianas que rebelan precariedad, además de un tabulador sin actualización donde los puestos de trabajo no guardan la correspondencia esperada con los niveles salariales.
Se pudiera decir que la huelga obedece al reclamo urgente de que las autoridades dejen de jugarle el dedo en la boca a los trabajadores, que haya respeto por el contrato colectivo de trabajo, que se evite la creación de “castas doradas” o camarillas privilegiadas que impiden la justicia laboral y la transparencia al interior de la administración y los sindicatos.
Por otra parte, la fuerza sindical debe canalizarse en favor de los trabajadores agremiados y en congruencia con los intereses colectivos representados en los contratos colectivos, sin simulaciones ni mecanismos de censura o exclusión, al margen de las normas laborales y estatutarias.
Un aspecto importante es el que las marchas no sólo sean recursos mediáticos que sirven para satisfacer la necesidad de legitimación de las dirigencias, sino que sean la expresión de un movimiento serio, sólido y militante en favor de los trabajadores.
No hay duda que la paz laboral se logra con el cumplimiento de los acuerdos entre la parte patronal y la representación de los trabajadores, y no con la ausencia de sus manifestaciones. La paz porfiriana hace mucho que se superó gracias al movimiento revolucionario de 1910-17, así que el actual gobierno debe refrendar su compromiso con la clase trabajadora y sus familias, respetando la ley y los contratos colectivos.
En otro asunto, resulta por lo menos curioso que el gobierno de los Estados Unidos siga mandando miles de millones de dólares en apoyo a Ucrania e Israel, al mismo tiempo que lamenta las muertes de civiles y la devastación de la asediada Franja de Gaza.
De la misma forma en que se reprimen violentamente las protestas de estudiantes universitarios en contra de la guerra que patrocina el gobierno de Joe Biden que no tiene empacho en declarar que su apoyo económico va en beneficio de su industria armamentista, de la seguridad de Estados Unidos y del mundo.
Llama la atención que, en el plano nacional, la oposición señale que la reforma a las pensiones es un atraco, siendo que se trata de revertir el daño causado por la privatización neoliberal de las pensiones, el abuso de las administradoras de los ahorros de los trabajadores y de la propia banca metida en el negocio.
Difícilmente se puede estar en contra de una medida legal en favor de que los jubilados conserven su capacidad adquisitiva porque, finalmente, esos ingresos pensionarios se vierten en beneficio del comercio local y en la calidad de vida de los trabajadores retirados. Pero la oposición neoliberal sin manipulación y terrorismo mediático no es oposición.
Tampoco se puede explicar el gobierno de los Estados Unidos sin los señalamientos condenatorios hacia nuestro gobierno (como puede ser a cualquier otro) acerca de las posibles violaciones a los derechos humanos, la democracia y las libertades, al mismo tiempo que patrocina guerras, viola el derecho internacional y la soberanía de naciones y gobiernos legalmente electos, además de atentar contra los derechos y libertades de sus propios ciudadanos, como lo atestiguan los estudiantes universitarios reprimidos por manifestarse contra la guerra que pinta como un nuevo Vietnam o Afganistán.
El intervencionismo gringo es patológico, absurdo y plenamente intervencionista. Una verdadera ofensa al orden legal internacional y al respeto a la integridad, el régimen interno y la soberanía las naciones. La idea de que son los guardianes del planeta es, por lo menos, una ridícula perversión de carácter colonial anclada en las prácticas abusivas y expansionistas de hace 200 años.
La sociedad requiere un replanteamiento de sus prioridades, un nuevo ejercicio de valoración de cuáles son las coordenadas de la paz y el progreso mundial y decidir entre aceptar acríticamente los caprichos, excesos y pulsiones genocidas de Estados Unidos y socios europeos, o abogar por un mundo multipolar donde sean respetadas la soberanía y valores internacionales, en términos de igualdad e inclusión. Actualmente, una alternativa justa y progresista es la representada por los BRICS.
La moneda está en aire y el mundo debe estar atento a que no se haga bolas el engrudo. La mecha de la guerra sigue ardiendo y sólo un esfuerzo de cordura y sensatez puede apagarla.