“Privar a las personas de sus derechos humanos es poner en tela de juicio su propia humanidad”
Nelson Mandela
Se celebra el fallo de la Corte Penal Internacional (CPI) de exigir a Israel procurar evitar el genocidio contra la población e Gaza, aunque no condena su agresión militar cotidiana contra Palestina. En otras palabras, pueden seguir bombardeando a las ciudades palestinas, aunque teniendo cuidado en no afectar fatalmente a la población civil.
No me alcanza la imaginación para entender cómo una ciudad o instalación puede sufrir un ataque con bombas, misiles o drones, sin que la gente que usa sus espacios públicos o privados termine muerta o herida. Si se usan bombas de racimo y de fósforo blanco, de manera masiva y por tiempo prolongado, ¿habrá algún recurso humanamente posible para evitar salir hecho papilla?
A la condena de la CPI han respondido varios países celebrando la buena disposición humanitaria de los ministros, aunque Israel reaccionó de manera irada, calificando de absurda la denuncia de genocidio planteada por Sudáfrica apoyada por otros países, como si el solo hecho de insinuar que 26 mil muertos por obra de esta nación fuera una ofensa a la memoria de las víctimas del holocausto nazi y al “derecho a la defensa” que sostienen las autoridades israelíes.
Resulta curioso que la prensa internacional, cuando se refiere a los hechos que se escenifican entre Israel y Gaza, se tenga que mencionar constantemente el ataque del 7 de octubre, cuando el grupo Hamás atacó a Israel. Algo así como dejar constancia de que “aquéllos atacaron primero y por tanto…” Sin duda a Israel no se le debe tocar ni con el pétalo de una rosa y mucho menos con una denuncia de genocidio, aunque, a ojos vista, sea la realidad de lo que ocurre en la región.
Para dar mayor contundencia a su inconformidad, Israel da un manotazo en la mesa de la ONU al acusar a varios miembros de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), de participar en el citado ataque de Hamás. En consecuencia, varios países, encabezados por Estados Unidos, anuncian que retiran temporalmente su apoyo, no vaya a ser que también Israel los acuse de patrocinar “terroristas”.
Un ejemplo del tono adoptado es la declaración del ministro finlandés Ville Tavio: “Finlandia suspenderá temporalmente la financiación a la UNRWA y seguirá la investigación independiente. Finlandia no brinda asistencia a los que ayudan a Hamás” (Sputnik, 27.01-2024).
Ahora, si se parte del supuesto de que los palestinos, por el hecho de serlo, son terroristas, se pudiera explicar por qué Estados Unidos, seguido de Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelandia, Italia, Francia, Rumania, Países Bajos, Alemania, Austria, Suiza, Suecia, Finlandia, Islandia, Estonia y Japón hayan respondido a la acusación de Israel, aún sin pruebas, anunciado la suspensión de su apoyo a la UNRWA.
La ONU señala que se va a investigar la veracidad de la acusación mientras que el secretario general, Antonio Guterres, advierte que no será posible ayudar a los dos millones de civiles de Gaza que dependen de las contribuciones, que evidentemente son esenciales para la continuidad de la UNRWA (La Jornada, 28-01-2024).
En medio de todo esto, la población de Gaza carece de atención médica, agua, alimentos y, en general, las condiciones mínimas de subsistencia, lo que demuestra cuánto importa en realidad su crisis humanitaria (¿genocidio?) a algunos gobiernos de la Unión Europea y, desde luego, Estados Unidos, país que se manifiesta, como en otros conflictos a miles de kilómetros de sus fronteras, crónicamente preocupado por “su seguridad nacional”.
Visto el conflicto entre Rusia y Ucrania, que para nada es casualidad, como el de Israel y Gaza, se reafirma la idea de que la comunidad internacional y sus organismos insignia sufren de parálisis de voluntad y asfixia económica, militar y mediática a manos de los dueños de la franquicia que, a nivel de chatarra promueve globalmente sus productos estrella: la democracia y el libre comercio, vacíos de contenido, adulterados y tóxicos.
Después de todo, cabe recordar que la palabra globalización simplemente se refiere al interés del capital global capitaneado por Estados Unidos en el uso y abuso parasitario de los recursos de otros países.
En este contexto, una estrategia exitosa ha sido la de crear y patrocinar conflictos internacionales y grupos rebeldes que luego se convierten en “terroristas”, generar desequilibrios regionales y desestabilizar gobiernos nacionales, con la envoltura del combate extraterritorial al narcotráfico, a la amenaza socialista o comunista, terrorista, o la supuesta defensa de la democracia y del libre comercio, al margen y por encima del derecho internacional y, por supuesto, de las disposiciones de la propia ONU y de la Corte Penal Internacional.
Es claro que la paz y la estabilidad mundial nada tienen que ver con la absurda pretensión de imponer un orden internacional basado en las reglas del polo dominante, en este caso, la anglosfera. Es obvio que los países secuestrados política, económica y militarmente jamás van a tener la capacidad soberana de decidir su propio destino si continúan votando a favor de la unipolaridad mundial, subordinando sus intereses a los del extranjero.
La comunidad internacional debe hacer una seria reflexión autocrítica sobre su modelo de desarrollo y, en consecuencia, reordenar sus prioridades en favor de la paz y el progreso, en un contexto donde se respete la libertad y la soberanía de los pueblos.