“El cambio ocurre cuando la necesidad de quedarse se vuelve menos impoortante que el impulso de avanzar”
Ellen Glasgow
Los días fríos de enero resultan alentadores y propicios para sacar del armario la ropa apta para resistir los rigores del invierno, aunque hoy la nostalgia climática nos invade con la certidumbre de que el clima no es como antes.
Ahora, cruzan por la memoria relámpagos de los eneros de antaño, cuando tiritando jugábamos a fumar dejando escapar el vapor de nuestra boca, y el simple fenómeno de la condensación hacía de juguete para la creatividad infantil.
Las manos agrietadas por el frío necesitaban guantes, así como el cuello la bufanda protectora de enfriamientos, la chamarra sobre el suéter resultaba prenda obligada y qué decir de la ropa de cama. Los inviernos eran algo serio y daban un toque especial a la Navidad, al fin e inicio de año y al recogimiento hogareño de temporada.
Ahora, dado que la temperatura sólo baja en unos pocos días, nos conformamos con el recuerdo de otros inviernos, de otros escenarios en otras latitudes, dejando a la memoria el registro que otras temperaturas, otras circunstancias en otros tiempos.
Para bien o para mal, ahora gracias a los avances de la comunicación, tenemos noticias que hielan la piel y estrujan la sensibilidad como, por ejemplo, que Estados Unidos apoya y patrocina el bombardeo indiscriminado contra los palestinos por parte de Israel, que el genocidio ahora pasa por legítima defensa, que el norte global capitaneado por los vecinos del norte fomente la guerra en Ucrania por ser el conflicto un negocio redondo, tanto como la explotación colonial en África y la subordinación indignante de algunas porciones de Oriente y Latinoamérica.
Hielan la sangre las evidencias graficas de la infancia destrozada en los conflictos que alimentan la industria y el comercio de armas anglosajón, tanto como su viciosa intervención militar, económica, cultural y política, que deforma identidades culturales y los valores nacionales que representan la diversidad planetaria.
Difícilmente podemos evitar temblar por el frío cálculo mercantil que pone precio a la seguridad nacional y mundial y que, mediante el trabajo de las transnacionales, desdibuja el futuro independiente y soberano de las naciones, se apodera y administra los recursos y dispone de territorios ajenos.
Es imposible ignorar la gélida mirada de un gobierno conducido por psicópatas que se sienten por encima de los demás en el concierto de las naciones, y que voltean para otro lado cuando se trata de derechos humanos, soberanía e independencia de los pueblos frente a los supuestos de “seguridad nacional” que esgrime en favor de su industria y su comercio, de su política parasitaria y de su enajenada idea de superioridad.
En esta temporada de frío, el temblor es más por razones de indignación, de empatía y solidaridad con los pueblos oprimidos por el imperialismo del Norte.
Volviendo a la simplicidad de lo local, pasé por casualidad por el establecimiento de un viejo peluquero ya fallecido que llegué a visitar en varias ocasiones, en el momento en que su hija, ahora a cargo del negocio, cerraba la puerta en donde ponía que el horario de atención era de 9 AM a 7 PM, porque iba a “comprar comida”.
Ya de regreso de mi recorrido noté que la puerta estaba abierta y, al asomarme, vi a la mujer sentada en el antiguo sillón giratorio de su padre. Ante una posible solicitud de servicio, me dijo con cierto enfado que si podía esperar porque aún estaba comiendo. Sin nada más que decir, salvo una respetuosa disculpa y despedida, salí con la convicción de que al que nace para tamal del cielo le caen las hojas, así que para qué considerar volver.
Afuera, en la realidad de la calle, un aire frío pero promisorio soplaba con libertad, con la misma que tiene un consumidor para decidir dónde comprar, qué servicios contratar, a quien acudir cuando la información de la casa está a la vista (como la tarifa y el horario de atención) y es confiable, como lo es la peluquería a la que acudo en caso necesario. Si algo funciona, para qué arriesgar.
La vida fluye y la cotidianidad arroja a borbotones las miasmas de un sistema basado en la mentira, la corrupción y el agandalle como guía (salvo excepciones) de la conducta de la clase autóctona empresarial, muy a tono con el horizonte ideológico anglosajón, no sólo perverso sino moralmente tóxico y esencialmente apátrida.
Pero volviendo a los asuntos de la cotidianidad local, sigo confiando en que será posible la rehabilitación de la escuela Leona Vicario, la eliminación de las UMA como base para el pago de pensiones, la exención de cualquier tipo de gravamen a las pensiones jubilatorias y, desde luego, el reconocimiento pleno de los derechos de los trabajadores jubilados más allá de la demagogia y el insulto de una inclusión condicionada.
Los relámpagos de enero presagian cambios importantes en la modorra de la rutina ciudadana, de cara al próximo y creciente vendaval electoral y sus consecuencias para el sistema que se resiste a morir, a pesar de su avanzado estado de descomposición. Aquí la frase de renovarse o morir orienta el sentido de voto ciudadano, la voluntad de dejar a los muertos en paz, apoyando los avances del proyecto renovador de lo nacional; y en lo internacional, tomar conciencia de la necesidad de impulsar la construcción de un mundo multipolar. Que así sea.