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jueves, mayo 2, 2024

La pasión de imaginar

L. Carlos Sánchez
Periodista y escritor sonorense, autor de varios libros en los géneros cuento, crónica, y novela.

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Ocurre la vida al abrir las páginas de un libro. Se nos revela la emoción. Hace unos años encontré por fortuna esto de la lectura, cuando ya mi padre briago me enseñaba la derrota en su mirada por debajo de los cristales empañados de sus lentes.

Vivíamos en un cuarto diminuto, con apenas lo esencial para sortear la suerte de los días. Una estufa de petróleo, una mesa de madera con la polilla conspirando contra sus patas. Vivíamos debajo del cerro, allí donde el tiempo de la modernización no existe.

Mis amigos, y los hijos de mis amigos, viven atrapados por la cerrazón que otorga la consecuencia de formarse bajo el régimen del ocio. No sé qué suerte rara me encaminó hacia la lectura. De allí esta posibilidad para la reflexión, el análisis, la flexibilidad. Aprendí en los libros que el equilibrio es determinante para seguir viviendo.

Mis camaradas del barrio, cuentan ahora a sus hijos las historias crueles que les ha tocado vivir dentro de las cárceles, siendo ellos presos, y ahora sus vástagos carne de cañón para la prisión, porque parecería que ese es su destino y no se podrán salvar.

Recuerdo mi infancia llena de violencia en la mirada. La droga como aire entrando en los pulmones de los que habitaban el barrio. Recuerdo la tristeza de las madres llorando por el cuerpo sin control de los hijos caminando como monos deshilachados por entre los callejones.

Llegaba a mi casa por las tardes, después de trabajar todo el día preparando carros para pintarlos. En el hogar prevalecía la alegría en las palabras de mi padre, quien ahora lo sé, me incitó a la lectura. No fue que me sugiriera títulos u autores. Fue la magia de su oratoria la que me hizo inclinarme hacia la búsqueda de libros.

Mi padre en su mundo de bondad llena de vagancia, acumuló un sin fin de aventuras, de allí su capacidad para ir por la vida convertido en un juglar. Todos los días una historia nueva, con héroes en desgracia, con mujeres divinas, con crímenes sin resolver. Existía también la alegría producto de la desventura irrisoria de él como personaje sintiendo el ruido en las tripas por falta de pan.

Así los días, hasta esa tarde en la que cayó en mis manos ‘El apando’, del escritor duranguense José Revueltas. Supe en esas páginas la capacidad para la crueldad del ser humano, el nivel de abnegación que puede ejercer una madre enamorada de su hijo.

Las páginas se fueron consumiendo ante mis ojos y entró en la emoción la historia de drogas, abusos de autoridad, sagacidad de los presos para resolver la vida.

Vinieron los otros días en que las letras se convirtieron ya en una necesidad. Llegó ese instante de encontrar a otros autores, ahora los sonorenses, oriundos del estado o radicados en él: Laura Delia Quintero, Josefa Isabel Rojas, Abigael Bohórquez, Luis Enrique García, Ricardo Solís, Miguel Ángel Avilés, entre otros muchos más.

A medida, por ejemplo, que iba leyendo ‘Ciudad nocturna’, del maestro Luis Enrique García, iba corroborando esas historias urbanas que mi padre narraba. Encontraba en esos cuentos la similitud de personajes que en mi casa desfilaban desde la narración de mi progenitor. Recordaba con detalle las historias, las noches sin límites, la entraña de los bares donde mi viejo fue héroe y villano, triunfador y derrotado.

Supe al indagar que en Hermosillo existió la vida nocturna en pleno centro de la ciudad. Supe por la inquietud de las preguntas, parte de la historia de esta ciudad donde ya los tiempos decidieron sepultar un río que habitaba el corazón de su casa.

La literatura me fue acercando a la prosa de esos apasionados de las historias, de la construcción de personajes, constructores todos de una verdad ficcionada desde la imaginación, la investigación, el poder de la intuición y su olfato que les indica el instante preciso para resolver con un verso la emoción de la historia que la mente les dictó.

Hermosillo ahora tiene sus encuentros de escritores, en ellos desfilan diversas propuestas literarias, de otros estados, de otros países. Mi barrio sigue inmerso en el olvido de la post modernidad. Hermosillo tiene en sus alternativas literarias el talento para indagar el placer de la pasión al abrir las páginas de esos libros que nos asoman a una realidad más precisa que, incluso, la que manejan los medios de comunicación.

Leer a autores hermosillenses, y los otros, es tener la posibilidad de mutilar el ocio, de expulsar las tristezas, de sentir en nuestros pechos cómo se inflaman de excitación hasta convertirse en un globo. Y volar.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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