“Si haces una mala elección, engendrarás un monstruo”
– Mathias Malzieu
Parece que las ideas y los conceptos tienen rumbo y dirección, pero el problema está en que la discriminación ha cambiado de coordenadas y ahora el sexo, o si se prefiere el género, es determinante para navegar en la política o la administración.
Da la impresión de que poco importa la aptitud para ocupar tal o cual cargo si se trata de llenar cuotas ‘de género’, traducidas en la obligación de asegurar un lugar a las mujeres por el hecho de serlo.
En lo particular me da igual que el cargo lo ocupe una mujer o un hombre, siempre y cuando sea capaz de responder a sus obligaciones. No importa el sexo, sino la aptitud; sin embargo, las cuotas ‘de género’ le tuercen el brazo a la democracia en nombre de la misma, de manera que la equidad se convierte en una medida cuyo significado dejó de ser en aras de lo ‘políticamente correcto’.
En una sociedad donde se reivindican los derechos de mayorías y minorías, de hombres y mujeres, la equidad se mete en el molde de la igualdad deformando su forma y contenido, con lo que perdemos una noción sólo accesible por la comprensión de su significado.
Pongamos por caso que en una elección una opción esté completamente formada por mujeres. ¿Qué problema habría si son capaces, si su trayectoria las respalda? De igual manera, si la opción es masculina, ¿cuál sería el problema habiendo buenos antecedentes?
Sucede que cuando se sobrevaloran determinadas características anatómicas y se pone el acento en la identidad sexual, quizá no estemos caminando por la vía democrática, sino por la antropológica. En este caso, la democracia se reduce a consideraciones aritméticas, no tanto sociales o políticas.
Me parece que una respuesta democrática es que haya “piso parejo” tanto para hombres como para mujeres, de acuerdo con la igualdad jurídica que consagra la Constitución y que el trato sea equitativo. Es decir, que unos y otras tengan en efecto el mismo derecho y gocen de la consideración que les es propia. Lo demás huele a simulación, a conducta impuesta y, finalmente, antidemocrática.
Desde luego que es de celebrarse la mayor presencia femenina en la política y los negocios, bajo el supuesto de la legitimidad y el mérito. Lo que sí despierta dudas es cuando alguien llega por razones de sexo (o género, si se prefiere) a tal o cual posición, haciendo ver que ahora el influyentismo y la meritocracia se centra en este factor, lo cual no necesariamente responde a imperativos democráticos.
Peor resulta cuando por el hecho de ser mujer se reclama la categoría de intocable, so pena de que cualquier opinante divergente pase a ser “machista”, “misógino” y cualquier otro calificativo que denote una mala conducta social.
Las mujeres en política debieran entender (cosa que no hacen las secretarias generales del PRI, PAN y PRD en el seno del Frente Amplio por México) que, en igualdad de condiciones, y jugando el mismo juego en el mismo terreno, se exponen a lo que cualquiera que navegue por esas aguas, a críticas, indiscreciones, incluso exabruptos. No son ni deben ser intocables si se reclama la igualdad.
Xóchitl Gálvez, en razón a sus aspiraciones presidenciales, debe entender que juega en condiciones similares a las de cualquier otro aspirante y, por tanto, se arriesga a críticas y juicios con los que puede, o no, estar de acuerdo. Ya no debiera centrarse la atención en que es una mujer, sino en que ha pasado a ser un personaje público.
La crítica a su candidatura, según se ve, no es porque sea mujer y ciudadana de pleno derecho, sino por ser producto de una decisión donde el dedo del junior Claudio X. González dirige la orquesta de apoyadores al interior y fuera de los partidos de oposición a Morena, que decide el discurso, la mercadotecnia, los dichos y los hechos que apoyan una candidatura que hace irrelevantes tanto a los partidos como a sus dirigentes.
Si es una propuesta, resulta que su montaje es demasiado caro, demasiado sobreactuado, demasiado estridente como para que valga la pena. Así pues, la seriedad en las ofertas y los métodos de la oposición brilla por su ausencia, aunque sobra el circo, la maroma y el teatro, que son, botargas incluidas, algunas de las cosas que puede comprar el dinero.