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domingo, noviembre 24, 2024

Benito Juárez y Andrés Henestrosa

Héctor Rodríguez Espinoza
Doctor en Derecho, catedrático desde 1969 del Departamento de Derecho de la Universidad de Sonora. Editorialista y autor de 25 libros de Jurisprudencia y Cultura, Ed. Porrúa y Editorial Académica Española. Expresidente del Consejo de Certificación Barra Sonorense de Abogados. Profesionista distinguido 2013 y 2016.

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El respeto al derecho ajeno es la paz. Benito Juárez.

I.- El pasado 21 de marzo conmemoramos el nacimiento de Benito Juárez en San Pablo Guelatao, Oaxaca, en 1806. Hijo de indios zapotecas, se fue a Oaxaca a los trece años sin hablar castellano. Poco tiempo cosechó grana, lo protegió Don Antonio Salanueva, encuadernador y terciario de la Orden Franciscana. Con él y con el maestro Domingo González, aprendió a leer. Estudió preparatoria en el Seminario de la Santa Cruz, cursó latinidad, filosofía y la concluyó en 1827. Al año siguiente ingresó al Instituto de Ciencias y Artes y primer abogado en 1834.

En 1831 regidor del Ayuntamiento de Oaxaca y en 1833 diputado local. En 1841 fue juez civil y al ser derrocado de la Presidencia el Gral. Paredes Arrillaga, diputado federal. Al volver a Oaxaca, ocupó poco tiempo la gubernatura por la renuncia de José Simeón Artega. A su término en agosto de 1848, se presentó candidato al siguiente periodo y fue electo. Procuró el equilibrio económico y ejecutó obras públicas: caminos, reconstrucción del Palacio de Gobierno, fundación de escuelas normales, levantamiento de una carta geográfica y el plano de la ciudad, reorganizó la Guardia Nacional y dejó superávit en el tesoro. Terminó su mandato en 1852.

Al volver Santa-Anna al poder, muchos liberales fueron desterrados, entre ellos Juárez, a Jalapa y a La Habana, tras breve prisión en San Juan de Ulúa. De La Habana se le deportó a Nueva Orléans, desembarcó en octubre de 1853. Al caer Santa-Anna y llegar Juan Álvarez y Comonfort a la Presidencia, se le nombró ministro de justicia (octubre-diciembre, 1855). En noviembre de 1855 se expide la ley sobre administración de justicia, Ley Juárez, abolidos los fueros. Nombrado gobernador de Oaxaca desde el 10 de enero de 1856. Convocó a elecciones y fue designado nuevamente. Promulgó la Constitución Federal de 1857.

El 17 de diciembre se proclamó el Plan de Tacubaya; Juárez no se solidarizó con Comonfort y fue aprehendido. Liberado en enero de 1858 salió de la capital. En julio de 1859 expidió, con el grupo radical, las Leyes de Reforma: independencia del Estado de la Iglesia, el matrimonio y el Registro civil, de Panteones y Cementerios, paso de los bienes de la Iglesia a la nación.

González Ortega, civil improvisado general, llevó al triunfo a las armas liberales y entró a la ciudad de México a fines de diciembre de 1860. Mientras, Juárez prorrogó su mandato en el Gobierno. Convocó a elecciones y fue designado para seguir en el mando. La justa suspensión de pagos que ordenó de la deuda extranjera, provocó la expedición de Inglaterra, Francia y España a Veracruz. Francia quedó sola y en 1862 se inició la Intervención. El ejército francés detenido en Puebla por Zaragoza, el 5 de mayo de 1862, pero en 1863, a pesar de la heroica defensa de González Ortega, cayó tras tres meses de asedio. El 31 de mayo Juárez dejó la ciudad de México, encarnando en el éxodo la soberanía de México.

El ejército francés se retiró por la situación europea y se inició la restauración de la República. Juárez reelecto Presidente nuevamente, tomó posesión el 25 de diciembre de 1867. Sofocó rebeliones en México y en Yucatán, y en 1871 se rebeló Porfirio Díaz. Cuando la rebelión declinaba, murió Juárez, el 18 de julio de 1872, en el Palacio Nacional. Acuñó la frase: El respeto al derecho ajeno, es la paz.

II.- Andrés Henestrosa Morales (San Francisco Ixhuatán, Oaxaca, 30 de noviembre de 1906 – México, D. F., 10 de enero de 2008) fue un poeta, narrador, ensayista, orador, escritor, político (diputado y senador por su estado), bibliófilo, historiador y periodista mexicano.

Una de sus grandes contribuciones fue la fonetización del idioma zapoteco y su transcripción al alfabeto latino.

Inició su educación básica en Oaxaca. Hasta los 15 años sólo habló su lengua madre, el zapoteco. En esa fecha se trasladó a la Ciudad de México, donde durante un año estudió en la Escuela Normal de Maestros, lo cual le permitió el dominio del español; de ahí pasó a la Escuela Nacional Preparatoria y luego a la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde llevó a cabo estudios de derecho, sin lograr graduarse; al mismo tiempo, estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En 1927 comenzó a escribir por sugerencia de uno de sus profesores, Antonio Caso, quien le animó a poner sobre el papel leyendas y fábulas de su tierra, como en su libro “Los hombres que dispersó la danza”, publicado dos años después.

III.- Andrés Henestrosa “es recio y curtido de cuerpo. Camina con torpeza como todos los que están acostumbrados a andar a caballo -dice Ermilo Abreu Gómez-. Como buen indio le agrada el silencio; de ahí la dificultad de su palabra. Entre extraños es taciturno y reservado. En el comer no tiene prejuicios y lo mismo engulle una pechuga de ángel que la cola de una iguana”.

Y añade, en broma y en serio, refiriéndose a su trabajo literario: “Del arte de escribir de Andrés no hay que decir sino que lo domina con instinto primitivo. Su lenguaje es pobre, más lleno de savia y sabor. Escribe en lengua; quiere decirse con más recursos hablados que escritos. Su sintaxis es irregular; sus frases a veces se telescopian; los adjetivos son escasos y los diminutivos no existen. Es que piensa y siente en indio. El concepto y la imagen se le presentan en zapoteca y tiene que luchar por traducirse a sí mismo. De la síntesis de su lenguaje interior tiene que ir al análisis de su lenguaje exterior. En este tránsito sufre. Los ojos se le hacen más chiquitos, balbucea alguna palabra juchiteca y empieza a llenar cuartillas. La emoción no se evapora, antes queda presa en las páginas que compone”.

Precursor en un camino que han recorrido, entre otros, Ricardo Pozas y Ramón Rubín, Henestrosa, en este libro, recrea e inventa cuentos y leyendas de su tierra zapoteca, tomados o basados todos en el acervo popular, lo que le da un valor histórico y literario. Aporta, además, una teoría sobre el sentido de las teogonías de su región. Tras la frescura de su narración late una orgullosa nobleza de su condición indígena.

IV.- En 1929 fue un acérrimo partidario y activo participante de José Vasconcelos en su campaña de la presidencia de México, actividad acerca de la cual dejó una amplia serie de relatos sobre las giras electorales por el país, que se quedaron sin publicar.

El autor desarrolló ensayos, artículos y relatos, dispersos en las páginas de revistas y periódicos o como prólogos y contribuciones a diversos libros. Dentro de su obra ha seguido una línea paralela a la de sus libros, la exaltación de su pueblo y del pasado indígena, la defensa de ese espíritu liberal, así como el estudio y valoración de las expresiones de su país.

En 1936, gracias a recomendación de Langston Hughes, la Fundación Guggenheim lo becó para realizar estudios sobre la cultura zapoteca.

Recorrió gran parte de Estados Unidos para sus investigaciones, que tuvieron como resultado la hispanización del idioma zapoteco, la creación de su alfabeto y un Diccionario zapoteco-español. Fue durante este viaje que realizó en 1937 a Nueva Orleans, donde escribió una de sus obras más famosas: “Retrato de mi madre”.

V.- Retrato de mi madre: “Cuando he preguntado su edad, me ha respondido que al ocurrir el cólera del 83, era ya grandecita. Con este dato he deducido su edad. Si en 1883 tenía cinco años, que es cuando ya se puede tener memoria, ahora irá teniendo sesenta años.

Ella fue la primera hija de dos que tuvo Bárbara Pineda, mi abuela. La segunda se llamó Severina y murió muy joven…

Mi madre heredó el cariño de Severina, esto es, la quería dos veces. He oído decir que fue, durante su primera juventud, la más bonita mujer de Juchitán. Era, dicen, como la flor del pueblo. Hace algunos años, por diversión, le pregunté con qué sustituía la pintura de labios y el polvo cuando fue señorita. Y me respondió: yo no tuve necesidad de esas cosas. Y creo que ello fue cierto…

Lo que un día dije de las tehuanas y juchitecas que caminaban en verso, que su andar era la poesía del movimiento, me lo sugirió ella…

Vistió de niña con esa indumentaria que ahora sólo usan las ancianas o las mujeres muy primitivas. En rigor es el traje más auténticamente zapoteca, Los idolitos zapotecas lo atestiguan. Debió ser una fiesta ver en cuerpo niño, traje antiguo. Pasó su niñez en el rancho. Cantos de aves, flores silvestres, debieron darle la primera lección de belleza y de amor. Y el mar que en todo ha de estar presente, la primera lección de infinito…

Asistió nueve meses a la escuela y aprendió a leer. Casada, con la ayuda de mi padre, mejoró sus conocimientos y supo escribir un poco y hacer números, aunque nunca se valió de eso. Las cartas se las escribimos siempre nosotros y en cuanto a las cuentas las hacía –ahora ya no tiene nada que contar- con granos de maíz, frijol o garbanzos, con una rapidez y exactitud sorprendentes, ni más ni menos que los chinos con su ábaco. Muchas veces yo con el lápiz, ella con sus granos, me ha ganado haciendo cuentas…

Después ha olvidado los números, la escritura y también, un poco, la lectura. Con frecuencia la he encontrado en una labor dolorosa, intentando descifrar mis artículos. Uno, principalmente, lo ha leído varias veces, no obstante que gente de la casa se lo leyeron cuando apareció publicado. Pero ella quiso, por propio esfuerzo, leerlo, como si aquello perdiera su sentido si sus ojos, si su pequeña sabiduría, no lo descifraran por ellos mismos…

Lejos de sus hijos, vive en Ixhuatlán, y de cuando en cuando pasa temporadas en Juchitán y en México. Y hasta hoy, cuando la mañana apenas se anuncia, se levanta, toma su escoba y barre la casa, riega su jardín, adereza su desayuno, y siempre con la cabeza erguida pasa por las calles del pueblo. Cuando le preguntan por mí responde, como poniendo en duda el tamaño del mundo, que estoy en un lugar que nombran Berkeley, Chicago, Nueva Orléans. Y agrega: ¡Al saber si es verdad que existen esos lugares!“

VI.- Ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua el 23 de octubre de 1964 como miembro numerario, ocupando la silla XXIII, organismo en el que de 1965 a 2000 ocupó el cargo de bibliotecario.

En 1982 fue electo senador por Oaxaca por el Partido Revolucionario Institucional. Dedicó su vida al desarrollo de la cultura en México, a través de su obra literaria, de su compromiso social y su participación en la vida académica y pública de la sociedad mexicana.

VII.- Nacieron  desnudos …

En un artículo “Constituyentes del 57. Nacieron, Vivieron y Murieron Desnudos”, publicado en Excélsior, escribió uno de sus textos que guardé por ser, para mí, de los más memorables y que me place compartir:

“Mientras más tiempo pasa, más se agiganta la obra y la personalidad de los mexicanos que concibieron la Constitución de 1857 y cimentaron la ideología liberal, esparciendo su influencia a través de la América Hispana. Para apreciar en toda su magnitud el empeño, la audacia y el espíritu de progreso que movilizaron a aquel equipo humano de primer orden, se necesita justipreciarlos. Semejante obra únicamente puede haberse cumplido por hombres dispuestos a realizar sus convicciones y a morir por ellas -como en realidad ocurrió en más de un caso-.

Del mayor relieve es también la huella que dejaron como pensadores, como escritores, como ideólogos. Muchos de ellos poseían conocimientos enciclopédicos, culturas acumuladas al través del estudio y la meditación.

Pero no menor es el legado de categoría moral y espiritual que dejaron a las generaciones sucesivas. Sólo la ignorancia, la mala fe, la deformación política o el prurito de defender pequeños intereses que por fortuna cuentan poco a lo largo de la historia, pueden regatearlo o negar su ejemplo y la naturaleza de sus obras y de sus vidas.

Los enemigos de aquellos patricios les llamaban despectivamente “puros”, “inmaculados” y (¡oh, anticipación de los tiempos!) “rojos” y “vendidos al oro extranjero”. Tal parece que ésta fuera la gramática con que se pagan las ideas de progreso, la generosidad de miras de lucha por la solidaridad y la justicia.

Mas en MELCHOR OCAMPO, IGNACIO RAMÍREZ, FRANCISCO ZARCO, PONCIANO ARRIAGA, LUIS DE LA ROSA E IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO, la honestidad fue un escudo, una meta en la conducta política y privada, y un rigor íntimamente vinculado a la idea de que sólo con insobornable apostolado pueden implantarse las instituciones capaces de elevar la dignidad de los pueblos.

La honestidad de esa generación está acreditada con los hechos recogidos por los historiadores y con las leyendas difundidas por el consenso popular. De todos ellos puede decirse lo que IGNACIO RAMÍREZ dijo de sí mismo: “Como nació y vivió, murió desnudo”. Pobres fueron de solemnidad. Pobres, pobres, probos. Después de haber sido ministro, Ramírez no tuvo dinero para comprar un caballo y siguió a pie al gobierno republicano, cuando éste abandonó la capital en horas amargas.

Tras de muchos años de desempeñar los más elevados cargos, DON BENITO JUÁREZ dejó una pequeña fortuna personal, formada con la acumulación de sus sueldos, que por descalabros fiscales no se le pagaron durante mucho tiempo. La casa de GUILLERMO PRIETO se levantó por suscripción popular. Y había sido ministro. Otros llevaban la casa encima, como las tortugas. A no pocas de las mayores figuras de la Reforma tuvo que pagarles el entierro el Estado, porque murieron en la miseria, desnudos como habían nacido y vivido.

Bien lo supieron aquellos hombres que no hay sistema democrático, republicano, liberal, sin honestidad administrativa; que no hay adhesión popular verdadera sin el manejo escrupuloso de la pobreza, que no de la riqueza, del pueblo. Abunda en su ideario la condenación y el anatema al peculado. Un republicano de corazón se conforma con vivir en una honrosa medianía, que lo aleja de la tentación de meter mano en las arcas públicas, para improvisar una de esas vergonzosas fortunas que la sociedad reprueba y que la sociedad siempre maldice. Así, poco más o menos, lo dijo Juárez. Bien saben los republicanos que el peculado, el robo, el hurto de los caudales públicos corresponde a las tiranías, a las satrapías, a los cacicazgos, a los califatos. Y los condenan.

Si alguna vez hay que volver los ojos al pasado, es para recoger con reverencia el legado de nuestros mejores hombres. Y aquellos que concibieron, plasmaron y defendieron las ideas liberales, lo fueron sin duda, para confianza en nuestro destino y para esperanza de nuestro pueblo.”

Héctor Rodríguez Espinoza

Doctor en Derecho, catedrático desde 1969 Universidad de Sonora. Editorialista y autor de 30 libros de Jurisprudencia y Cultura, Ed. Porrúa y Ed. Académica Madrid. Expresidente Consejo de Certificación Barra Sonorense de Abogados. Consultor Jurídico.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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