Columna ¿Qué sigue?
El temor o miedo es un mecanismo natural de defensa que se presenta con una reacción en cadena y que se detona por un estímulo. Este puede ser una araña, un arma cercana a nosotros y hasta la sensación de que todo el mundo nos juzga en un auditorio lleno de gente y en la que uno pueda estar en la lista de los que “hablarán”.
Los síntomas van desde respiración acelerada, latidos del corazón que alcanzamos a escuchar, tensión de músculos o quijada, dolor en el estómago etc. Obviamente, los efectos de tal instinto son algo desagradables por lo que la primera reacción es el rechazo y por lo tanto la estrategia es “salir de la escena” y evitar a toda costa esa determinada acción que nos causa eso, miedo.
Y hablando de espantos y espantados, determinar de dónde y desde cuándo se creó o si fue cierta la “leyenda de la llorona,” sería inútil.
Algunos aseguran que el cuento tiene orígenes prehispánicos mexicas y mayas a partir de diversos personajes con características similares y que poco a poco se fue adaptando en el espacio y el tiempo, creando con los años el mito del personaje; seguramente para “alejar” sobre todo a las jóvenes del pecado usando como fue siempre, el instrumento del miedo. Bueno pero según a nosotros nos contaron, la aparecida es el alma en pena de una mujer que ahogó a sus hijos, quién sabe por qué razón y que, maldecida y arrepentida los busca por las noches por las calles de pueblos y ciudades, asustando con su sobrecogedor llanto a quienes la ven u oyen en la noche.
Ya por estos tiempos y sobre todo en nuestro país, ese vital sistema del ser humano que organiza respuestas defensivas para responder a las amenazas que promueven la supervivencia, pareciera estar inhabilitado, provocando un fenómeno que pudiéramos llamar “inmunidad colectiva a sentir miedo”.
Es muy fácil saber a qué nos referimos con esto y las razonas que han detonado esto son interminables. Parece que existe una tendencia a la “incrédubilidad o resistencia a la asimilación de la realidad” por parte de la población, debido a los contenidos de la cadena de información de esta era.
El avance tecnológico tiene por supuesto su mejor aparador en los agentes comunicantes como el cine o los videos en redes, que deforman la condición humana hacia la insensibilidad, no sólo del sentir ajeno también del propio.
Por ejemplo, los videos en tiempo real filtrados sobre todo en las redes sociales de escenas sangrientas y violentas, son idénticas a las que realiza la industria cinematográfica, tanto, que nuestro cerebro quizá ya no se estimula porque no diferencia. Ahora resulta que queremos forzar a nuestro organismo a identificar como tiempo de esparcimiento el que le dedicamos a imágenes de crueldad que son montadas en un estudio y se convierten en exitosas series de televisión y luego, pretendemos que nuestros sentidos decodifiquen mensajes distintos entre imágenes idénticas provenientes de la vida real; el resultado es que simplemente no hay reacción.
Una muestra de esto indudablemente fueron los hechos sucedidos durante la pandemia del Covid 19 en el mundo. Las estadísticas publicitadas, las imágenes en los hospitales o las entrevistas de la desesperación de la gente en las filas de la sala de urgencias, no fueron suficientes para que voluntariamente las personas, sobre todo los jóvenes, permanecieran fuera de la zona de peligro. Hubo que recurrir a medidas drásticas porque la sociedad tendía a la incredibilidad del fenómeno viral.
Lo comento porque por lo que se ve, de nada sirven las noticias y reportes de olas de violencia en algunos municipios y áreas del país. Las personas igual desean ir a sus playas o centros nocturnos; transitar por carreteras donde hay alertas y donde tan sólo un día antes hubo balaceras y asesinatos.
La escena de un vestido de novia ensangrentado, no puede hablar más claro del fenómeno. Es oficial: la gente no se espanta con nada. No, sino hasta que lo vive en carne propia y entonces lo que siente es pánico y horror; pero esa fase, ya está fuera del mecanismo de defensa que te puede poner a salvo. Es muy tarde, “ya te tocó”.
Es verdad y es conducente esperar que la autoridad resuelva el problema de seguridad que nos impide actuar con libertad. Sin embargo, sería razonable y sensato pensar que esfuerzo alguno por mantener a la sociedad a salvo, se mantendrá rebasado mientras la sociedad se mueva hacia la posibilidad de ser impactada por actos criminales. Hay que pensar en esto y ser parte de la solución atendiendo nuestras propias fallas porque por lo que se ve, a lo último el dolor será sólo nuestro. Debemos evitar caminar hacia ser un video más en las redes; de lo contrario y si no reaccionamos a México entero bastante pequeño le quedará el lamento: “ay…mis hijos”.
Pero “la llorona” también es una canción, que con más frecuencia se entona alrededor del día de los muertos en México. Hay numerosas versiones de la canción, la más clásica es la que pertenece al género de los sones istmeños, En 1992, reunió cerca de 121 coplas de La Llorona, las más antiguas databan de 1932. Quizá por eso es que a veces no nos sabemos la letra. Lo que sigue estos días, es aprendernos los más que podamos. Sigue cuidarse más, no lo olviden.
Por Sara Thomson
