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viernes, abril 19, 2024

Jesuitas. Su sensibilidad y el valor de las culturas

Héctor Rodríguez Espinoza
Doctor en Derecho, catedrático desde 1969 del Departamento de Derecho de la Universidad de Sonora. Editorialista y autor de 25 libros de Jurisprudencia y Cultura, Ed. Porrúa y Editorial Académica Española. Expresidente del Consejo de Certificación Barra Sonorense de Abogados. Profesionista distinguido 2013 y 2016.

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Tres de cuatro partes

Brevísimo Ensayo.

A mi inolvidable amigo Lic. Juan Antonio Ruibal Corella. 

En el cultivo de las ciencias, Decorme escribió:

“Aunque el estudio de las ciencias naturales no entra en la esfera principal de los afanes de la Compañía, no han faltado algunos peritos capaces de seguir el movimiento científico de su tiempo. Matemáticos, astrónomos, geógrafos como el P. Juan Sánchez y Eusebio Kino y otros han dejado sus huellas y preparado la evolución que daba ya fruto al tiempo de la expulsión.

La geografía del Noroeste de Nueva España casi todo lo debe a sus incomparables misioneros. Recorrieron punto por punto sus ríos, barrancos y montes. Los mapas de los PP. Kino, Salvatierra, Konzag y otros acabaron de determinar los contornos de la California y de los desiertos de Arizona. Las vías de comunicación, que abrieron de una misión a otra, indicaron el trazo de los futuros caminos reales.

¿Qué diremos de la agricultura, ganadería e industrias indígenas, que les debieron sus primeros pasos en gran parte de Durango, Sinaloa, Sonora, Chihuahua y California? El cultivo de los cereales, frutales y hasta rosas y flores de Castilla llegaron a constituir productos suficientes para mantener, a veces con abundancia, las poblaciones indígenas recién fundadas.

No traeremos otra prueba que lo que escribía el 15 de enero de 1743 el P. Jaime Bravo, sobre los más bozales de los indios de California, que diez años antes sólo sabían tejer unas redecillas de pita para adornarse el pelo y traer sus trastos:

¨Hay ya, dice, en nuestras reducciones, carpinteros, albañiles, herreros, caleros, ladrilleros y manejan muy bien el arado, coa y azadón; saben algunos trasquilar ovejas, cardar, hilar, tejer frazadas y jergas, cortar y coser vestidos para sí y para los soldados; las mujeres hilan algodón que se ha sembrado, saben coser, lavar, hacer fajas, ligas, ollas, cazuelas y comales: han tomado ese oficio por suyo”.

En el centro del país, nuestros Coadjutores, con su constancia en el trabajo y espíritu progresista, elevaron las haciendas de los colegios a una prosperidad que excitaba la emulación y después la envidia de políticos perezosos. Las famosas presas de agua de California, los canales de irrigación y los molinos, el acueducto todavía en uso de Almoloya cerca de Tepotzotlán, los molinos de caña y de aceite, la maquinaria importada del extranjero y a veces fabricada al pie de la obra, los telares que proveían de ropa a los indígenas… fueron y son todavía monumentos de su laboriosidad y de su afán por el bienestar del pueblo.

La medicina tenía, no sólo sus aficionados como los PP. Venegas y Abad, sino sus practicantes continuos en las misiones, donde el Padre era el único doctor así de los cuerpos como de las almas. Más aún tuvo sus escritores y autores”. (Gerardo Decorme. 1941. p. 242.)

En la literatura, Gerardo Cornejo. Afirma que “la sensibilidad de los misioneros captó desde el principio el valor de aquellas culturas y trató inmediatamente de salvar sus remanentes de la destrucción ciega del guerrero conquistador y de la sordera culpable de un imperio que se había quedado en el medioevo.

Pero esta edad media impuesta sobre la América india no pudo opacar la obra de estos espíritus únicos que lucharon a brazo partido para evitar la abolición de las culturas americanas, al mismo tiempo que trabajaban duramente para dejar registrada la grandeza de esas culturas vencidas y evitar el etnocidio. Fue lo que movió a Las Casas a escribir obras como su ‘Brevísima relación de la destrucción de los Indios’ y su ‘Historia de las Indias’, embellece hasta la poesía los valores indígenas cuya altura comprendió plenamente. Y habla de la destrucción porque quiere dejar testimonio para la historia de la barbarie de la conquista y de la pérdida irreparable que esa destrucción significaba para el espíritu del hombre…

Los frailes y los cronistas como Sahagún, Las Casas, Oviedo Acosta, Alvarado, Tezozómoc, Chimalpaín, Alva Iztlixóchitl, etc., alarmados por la sostenida destrucción de la cultura india, se afanaron por rescatar algún material que, aun a través del filtro de su interpretación, ha podido llegar hasta nosotros en poemas, relatos, libros sagrados, etc. Su compilación, de colección, de testimonios, de afanoso diálogo con los sobrevivientes poseedores de la información directa fue una tenaz lucha contra el olvido, y contra el etnocidio total que se proponía la incógnita. Esto constituye sin lugar a dudas, la más grande obra de los misioneros, sin la cual su misión se habría quedado en la prédica del oscurantismo cristiano de la época. Aquel rescate compensó en parte este último daño y de paso nos dejó testimonio de una literatura que algunos todavía se empeñan en negar”. (Gerardo Cornejo Murrieta. 19S6. p. 27.)

Armando Hopkins Durazo. En artículo “Primeros Misioneros en Sonora 1590-1640”, expresa que “jugaron un importantísimo papel en la aculturación occidental de nuestros indígenas, que a su vez tuvo un gran impacto en la formación del sonorense actual.”

Considerando Hopkins que “estos héroes civiles permanecen ignorados por diversos motivos”, señala “la pusilanimidad del medio oficial para reconocer los méritos a religiosos, por la aversión del sonorense de hoy para ser ligado a sus raíces étnicas, por la falta de estudio de la historia regional, porque el estudio de la figura de Kino ha hecho olvidar a otros misioneros igual de valiosos”, hace una relación de ellos, su origen y la labor misional en Sonora, datos que consignamos aquí, excluyendo a Pérez Rivas, a quien le dedicamos un apartado adelante:

Gonzalo de Tapia y Martín Pérez, en 1591, fundaron la Misión de Sinaloa, primera en el noroeste de la Nueva España, y hasta 1619 el único Rectorado de Misiones en esa zona. Pedro Méndez, n. en 1555, en Villa Viciosa, Portugal, formó parte de la expedición de Diego Martínez de Hurdaide a la sierra de Chínipas como Capellán, primer religioso que penetró en la Sierra Madre de Chihuahua. Sustituye a Gonzalo de Tapia (muerto en 1594 por indígenas rebeldes del río Sinaloa) y en 1606, en compañía de Andrés Pérez de Rivas, visitó las rancherías habitadas por los Bocorehuis, Babicaris y Comoporis, en Huatabampo. Trabajó 17 años en Sinaloa y 20 con las tribus Mayos, Yaquis y Pimas bajos. En 1604 inició la conversión de los Mayos, fundó la primera Misión en tierra sonorense, auxiliado por el padre Diego de la Cruz. Se dice que anduvo en mula 2,000 leguas. Estableció Misiones en Sahuaripa, Bacanora, Onanoa, Arivechi y otras. Falleció a los 88 años en la ciudad de México. Tomás Basilio, originario de Italia, llegó a Sonora en 1617 y acompañó a Pérez de Rivas en su estancia con los Yaquis. Escribió un catecismo para facilitar la evangelización. Rector de las Misiones y sirvió durante veinte años a los indígenas sonorenses, habiendo penetrado en Teopa, Cumpas y Mátape -una de las principales del sistema- entre otras poblaciones. Falleció en 1638. Francisco Oliñano, permaneció en Sonora de 1617 a 1634. Su labor evangelizadora la realizó en el Yaqui, acompañando a Cristóbal de Villalta y penetró a Teopa, Mátape, Tecoripa y Suaqui Grande. Cristóbal de Villalta, originario de Puebla, vino a Sonora en 1619 como rector de las misiones del Yaqui, regresando pronto a su ciudad natal. Falleció en 1623, camino a Guatemala. Diego Van Der Zippe, originario de Gante, Bélgica, n. en 1585. En las Misiones del Yaqui en 1622. Fundó Movas, Nuri, Onavas y Tónichi. Ocupó la Rectoría de las Misiones de San Ignacio Río Yaqui, y después de haber evangelizado durante casi 30 años, falleció en 1651 en Onavas. Martín Burgencio, comisionado en 1619 para los pueblos de Buenavista, Cumpas, Tecoripa y Suaqui Grande, con los Pimas bajos. Miguel Godínez Wandin, n. en Irlanda en 1591, escribió “Práctica de la Teología Mística” y Rector del Colegio de San Ildefonso en México. Enviado en 1620 con los Topahues y Conilaris en el Quiriego.

Bartolomé Castaños merece párrafo aparte. N. en Santaren, Portugal, en 1601, estudió en la Compañía de Jesús en Madrid y México, al fin de sus estudios destinado en 1632 a las Misiones de Sinaloa, y en 1634 sustituyó a Pedro Méndez en las de los Sisibotaris y Sahuaripas. Alegre dice que era “sujeto muy apto para llevar adelante las espirituales conquistas… el primero que llevó la cruz del evangelio (en el valle de Sonora). Una cristiandad tan numerosa y florida no merecía, sin duda, menor fundador y menos padre”. De Castaños escribió un sacerdote jesuita anónimo, que en 1730 se refirió a la provincia de Sonora, lo siguiente: “Esta provincia de Sonora fue conquistada con sólo las armas del evangelio por aquel varón y apostólico predicador, honra de la provincia de México, quien con ánimo más que humano, se entró sólo a estas extendidas regiones… y dio a la iglesia tantas almas y al rey católico tan dilatados dominios, sin gastos, sin estruendo en armas y sin ruido de milicias, con sólo el estandarte de la cruz”. Acompañado de los Padres Pedro Pantoja, Diego de la Cruz y Lorenzo Flores, fundó los pueblos de Nacameri en 1638, en el río San Miguel, y Arivechi, Baviácora y Sinoquipe en 1639, en el río Sonora. Estos pueblos dieron lugar al establecimiento de la nueva Rectoría de San Francisco Javier, la segunda en territorio sonorense. Armando Hopkins dice: “Era un hombre muy singular que logró ganarse a los indios que lo conocieron, obteniendo entre ellos gran reputación. El color de su piel era muy morena y por ello los indios lo consideraban uno de los suyos. Era muy buen músico y un hábil lingüista que llegó a dominar seis lenguas, incluyendo el ópata, la otomí y la tarasca y el náhuatl, en las cuales escribió un original catecismo que tuvo gran circulación en los medios eclesiásticos. Debido a su color, los indios le apodaban el indio sabio o el Padre indio. Recurre a la caridad de los mismos indios para obtener su alimento y en general vivía en las mismas condiciones que ellos”. Beristain, citado por Hopkins, agrega: “Aprendió con tal perfección la lengua de aquellos pueblos y se humanizó tanto con los neófitos, que al fin fue voz común entre ellos, que el padre no era europeo, sino indio sabio de los Sonora”. Después de casi 14 años en Ostimuri y Sonora, fue llamado a la ciudad de México en 1648 y se le concedió el cargo de Prefecto de la congregación de El Salvador en la casa Profesa. Oviedo, citado por González de Cosío, dice: “Dotóle Dios de todas las prendas necesarias para ser un gran orador: la presencia era venerable, la voz entera y muy sonora; la acción vivísima; la energía singular, en saber usar a tiempo las figuras de la retórica; el ingenio muy dedicado y abastecido en todo género de erudición; y con esto todo de prendas, se hizo célebre en sus sermones”. Murió en México en 1672. (Armando Hopkins Durazo. 1984. p. 8.)

Luis González. De la vinculación histórica de los Jesuitas al desarrollo cultural del Noroeste, nos dice el pensamiento de este historiador, al analizar la regionalización original e integral de la patria mexicana:

“Con fines puramente administrativos, los mandameses de la metrópoli han permitido la partición de México en sus nueve zonas originales: La pizarra yucateca de los Montejo, Veracruz, Anáhuac y los breñales del Sur de Hernán Cortés, el Occidente de Ñuño de Guzmán, el Norcentro de los gambusinos, el Norte de Francisco Ibarra, el Noreste de Luis de Carbajal y el Noroeste de los Jesuitas”. (Luis González. 1986. p. 59.)

Un documento muy importante para comprender las trascendentes particularidades para la historia de la aculturación cristiana de la Pimería alta -norte de Sonora y sur de Arizona- y de las Californias mexicanas, 1687-1767, después de la labor jesuita en el Mayo, el Yaqui y la Opatería, 1610-1686, lo constituye la Real Cédula de Carlos II de 14 de mayo de 1686, que trajo consigo Eusebio Francisco Kino. En ella se observan las noticias que tenía el Rey de la gentilidad de las provincias de las Nuevas Galicia, Vizcaya y México; la innecesaria presencia de “convoy de soldados, por no mostrar resistencia, por irse dando la mano unas naciones a otras”; la retribución que sentía recibir el Monarca por esas nuevas conversiones; y la voluntad política de “ir reduciendo y convirtiendo a nuestra fe católica” a todos los gentiles, “por los medios más suaves y eficaces…”, exentándolos los primeros veinte años de su reducción “de la obligación de tributar y de servir en haciendas o minas..,”:

“Por cuanto, en mi Consejo real de las Indias, se tiene noticia de que, a 24 leguas de México, empiezan las naciones de Indios gentiles, y que se continúan por la provincia de la Nueva España, Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo México, etc., sin interpolación, y que no se cuida de su conversión, siendo ésta la primera y principal obligación de los ministros en que debían poner especialísimo cuidado y atención en que esto se haga, sin que continúe el atraso y omisión que, hasta aquí, se ha reconocido y experimentado que para ello no se necesita de convoy de soldados, por no mostrar resistencia, por irse dando la mano unas naciones y tierras a otras. Y siendo este cuidado el primero de la obligación del Consejo, y tenerlo muy presente como se lo tengo encargado por la ordenanza octava; y deseando descargar su conciencia, cuanto esté de su parte; por librar yo la satisfacción de la mía; por cumplir con tan precisa obligación y aplicar todos los medios, esfuerzos e instancias posibles para que se ejecute cosa que es tan del servicio de Dios Nuestro Señor, quien con su gran providencia, por lo que en esas nuevas conversiones, se gasta de mi real hacienda, retribuye siempre crecidísimos y conocidos aumentos a mi monarquía- y deseando cumplir con esta obligación, que la considero por la más principal; de mi mayor deseo he acordado dar la presente, por la cual ordeno y mando a mi virrey de la Nueva España y a los presidentes y oidores de mis audiencias reales de México Guadalajara y Guatemala, y a los gobernadores de la Nueva Vizcaya, que, luego que reciban esta mi cédula, pongan especialísimo cuidado y aplicación en que se vayan reduciendo y convirtiendo a nuestra santa fe católica todas las naciones de indios gentiles que hubiere en el distrito y jurisdicción que comprende la gobernación de cada audiencia y gobierno- disponiendo cada uno, por la parte que le toca, que, desde luego se trate de su reducción y conversión, por los medios más suaves y eficaces que se pueden disponer y discurrir; encargándolas a los eclesiásticos de su mayor satisfacción, virtud y espíritu que para materia tan esencialísima, se requiere: dándoles para ello las asistencias, favor y ayuda que fuere necesario; y alentándoles a ello con la mejor forma que les sea posible, ofreciéndoles de mi parte a todos los que nuevamente se fueren convirtiendo, que, hasta pasados los primeros veinte años de su reducción, no se les obligará a tributar ni a servir en haciendas o minas, por ser ésta una de las cosas porque rehúsan su conversión. (Negritas de HRE). … Fecha en Buen Retiro, 14 de mayo de 1686 años. Yo el Rey”. (Luis González. 1986, p. 60.)

Fueron 33 los Jesuitas que escribieron textos sobre Sonora, que van más allá del relato vivencial y que expresan la vida de los indios, aun antes de la misión y luego su aculturación, ya en la misión; los cambios que ocurrieron para ajustarse al sistema misional, cuando se ajustaron; las ideas y creencias indígenas, descripción del medio, etc. Algunos publicados desde el siglo XVIII, como el del Padre Pérez de Rivas, otros inéditos hasta nuestro siglo, como el del Padre Beagert, publicado en 1942, la Historia antigua de México de Francisco Javier Clavijero, en 1945 y el manuscrito del Padre Pfefferkorn traducido al inglés en 1948, traducido al español y publicado apenas en 1984. De ellos, cuatro los más importantes: Pérez de Rivas, Pfefferkorn, Nentuig y Kino.

Sus nombre y textos aparecen en mi reciente libro “1521-2021. DE COLÓN Y CORTÉS A LA CONQUISTA DE MÉXICO: HISTORIA DEL DESARROLLO DEL NOROESTE NOVOHISPANO”. Amazon.com.mx.

Héctor Rodríguez Espinoza

Aviso

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