El paradigma Antony nos acosa
La tarde se hacía noche en aquel final de primavera. Tempe estaba a reventar, en los comederos, en las neverías, en los bares no cabía uno más, las banquetas y andadores, atestados de jóvenes alegremente canturreando dificultaban nuestros pasos para poder llegar al restaurante en donde Lora -Laura- había hecho la reservación.
_Sí, la mesa es para cinco personas, le corroboró Antony, marido de Lora a la recepcionista. El día había venido siendo largo, la ceremonia general de graduación de la Grand Canyon University había iniciado a las diez de la mañana y era la una y media aún no terminaba. En aquel evento Ana mi hija había alcanzado el grado de Maestra en Administración de Empresas y la doctora Lora una de sus maestras era quien invitaba la cena.
“Si encuentra algún huesito en su platillo la casa paga” decía la carta de comidas, la nota me recordó a mí madre cuando de niños nos prevenía. _ ¡Cuidado con las espinas del pescado! Al final Lora pagó la totalidad, nuestras lenguas no sintieron espina alguna.
Salimos, la noche se enseñoreaba mientras nosotros tomábamos una copa de vino en la terraza de un bar, cuando _ Mira, me dijo Antony, la mayoría de la gente que ves aquí andan drogados y no solo estos muchachos, igual, la consumen los empleados de las grandes corporaciones… enseguida se lamenta, está entrando mucha droga al país. Hay que perseguir a esos criminales. El teniente de policía de la ciudad de Phoenix tenía conocimiento de lo que hablaba.
Han pasado casi tres décadas de aquel mayo de 1997 y las palabras de Antony me siguen haciendo ruido “es que está entrando mucha droga al país…”, dándome a entender, los traficantes son los malos y nosotros los buenos. Aquí asalta el falso dilema el del huevo y la gallina. Qué es primero en el mercado de las drogas, la oferta o la demanda. En el paradigma policiaco de Antony primero es la oferta y por consecuencia hay que perseguir a los traficantes.
Pero viendo el fenómeno desde una causalidad funcional, antes está la demanda.
En términos generales, la necesidad es primero. Uno consume algo porque lo necesita. Hay oferta porque hay demanda. Yo necesito tú vendes yo compro para satisfacer mi carencia. Pero, como colocamos a la oferta primero, esta situación nos mete en un círculo hemiciego que nubla nuestro entendimiento para no ver a la demanda como el motor que hace funcionar este criminal negocio.
Entonces, si la demanda es primero, qué o quiénes podrían estar empujando a nuestros jóvenes hacia la oferta del vendedor de drogas. Habría que investigarlo.
¿Por qué apareció en mí, en ti, en él, en ella, en aquellos… la adicción a los estupefacientes? Tal vez, permítame hipotetizar, en todos ellos podríamos encontrar un factor común: Tienen hambre. Hambre de qué podrían estar teniendo las y los niños y los no tanto de la calle y de los puentes, los y las adolescentes en las secundarias, las y los empleados de todos los niveles, las y los galanes de cualquier edad cuando juegan para alcanzar el placer de King Kong, o, las y los quienes en muchedumbre cada fin de semana las consumen creyendo que no son adictos, cuando ahora necesitan gramos y en su inicio con una pringa se ponían hapis para sus creatividades.
¿Tendrán hambre, pero de qué? Y las preguntas siguen ¿Qué vacío deseo llenar con el consumo? ¿qué me falta? ¿qué me agobia? Será ¿el abandono, el hastío, la insatisfacción, el tedio, el sin mañana, el…¨? Y si escudriñamos entre lo qué podría ser, tal vez, encontraríamos al olvido como un factor común que nos enlaza. Y como cada persona es un individuo, individualmente cada cual tenemos nuestros propios olvidos y olvidados. Pero ¿quiénes son los que están en mi encerrona de olvidados?
Y entre olvidos, que no puedo olvidar, con la droga me olvido de mi olvido y flotando suavemente en el olvido no deseo regresar al infierno de los olvidados, la necesito, la necesito, mi cuerpo la necesita, la exige más, más y más… !!!Más!!!!
Y con este más, la demanda manda el mandato para acrecentar la oferta -“es que está entrando mucha droga…”-, el mercado en sus múltiples modos, facetas y precios florece, el dinero fluye y corrompe, las finanzas se desarrollan, el negocio se diversifica, la mercadotecnia se especializa para atrapar nuevos adictos en donde la angustia persistente -al lo Kafka en su Metamorfosis- nos desvalida hasta hacernos sentir ser unos ficticios ciegos pegajosos y obedientes calamares…
En esta hemicegera, real o simulada, que esconde, la demanda manda, brota con nitidez el redituable negocio de las armas ¡para matar! Se firman los acuerdos en Mérida, y rápido y furiosamente nuestra nación -con sus daños colaterales- tiñe de rojo los hogares y nuestras ciudades convertidas en territorios de guerra.
Ahí, junto, en este hemiciego panorama, cíclicamente se reanima la lucha contra el crimen organizado, el objetivo, el mismo, acabar con los malos con mejor equipamiento logístico y tecnológico. El paradigma Antony ordena el rumbo.
Ni quien lo dude estamos ante un grave problema de inseguridad social que se necesita atender a fondo. Cierto. Aquí aparece el Convenio Estatal por la Seguridad y ahí mismo, para que no sea más de lo mismo, nos urge extender la mirada hacia el motor que enciende el problema: Los demandantes.
Por lo que se requiere iluminar la otra parte del círculo con un convenio en donde las acciones psicológicas y sociológicas, tengan el mismo peso o más que las policiacas, para que incidam sobre los orígenes del vacío y del hambre común que padecemos.
¿Vacío y hambre de qué?
Permítame decir lo que pienso: ¡Tengo hambre, pero hambre de TI! Creo, que tú y yo, yo contigo y tú conmigo, juntos, podríamos limitar el hartazgo de esta -y otras- soledades que padecemos.
Sé con certeza que en los problemas personales y sociales no hay causas únicas. Por ello, usted quien me lee, tal vez, tenga una acertada respuesta individual sobre estos olvidos y olvidados.
Qué rumbo seguir. El paradigma Antony nos acosa
José Rentería Torres.