A lo largo de la historia, no son pocos los casos de líderes que aun poniendo en peligro su vida y libertad defienden loables ideales políticos y sociales pero que al llegar al poder traicionan las causas que los inspiraron. Tres casos en distintas latitudes lo ilustran en la historia reciente.
Nicaragua
El año en que yo nací, 1979, la guerrilla sandinista derrotó a la dinastía Somoza que gobernaba a Nicaragua con apoyo estadounidense desde 1937 y que había sembrado pobreza y violencia en el país centroamericano. El líder de la insurrección, Daniel Ortega, fue visto como un héroe y se convirtió en Coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, para después ejercer su primer mandato presidencial entre 1985 y 1990. Ortega regresó a la presidencia de Nicaragua en 2006 y este lunes el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), lo ratificó como candidato a las elecciones presidenciales de noviembre, en las cuales buscará su cuarto mandato.
El afán del presidente nicaragüense, de 75 años, por perpetuarse en el poder lo ha llevado a intentar silenciar a los disidentes y a la prensa, y ha reprimido brutalmente cualquier levantamiento en contra de su gobierno. En los últimos dos meses el gobierno del país centroamericano ha detenido a más de 30 líderes de la oposición, incluidos siete aspirantes a la presidencia. Del otrora héroe revolucionario hoy no queda ya nada, Ortega ha traicionado los ideales que inspiraron su lucha y ahora encabeza un gobierno nepotista, corrupto y autoritario que sistemáticamente viola los derechos humanos.
Myanmar
Aung San Suu Kyi pasó casi 15 años en arresto domiciliario entre 1989 y 2010, luego de que inspirada por las campañas no violentas del líder de los derechos civiles estadounidense Martin Luther King y por las de Mahatma Gandhi de la India, organizó manifestaciones y viajó por todo el país, pidiendo una reforma democrática pacífica y elecciones libres (vale la pena ver la película “La Dama” para conocer mejor esta parte de la historia). Su lucha para llevar la democracia a Myanmar, entonces gobernada por los militares, la convirtió en un símbolo internacional de resistencia pacífica frente a la opresión, defensa de los derechos humanos y lucha por los menos favorecidos, lo cual le valió para que, en 1991, mientras aún vivía bajo arresto domiciliario, fuera galardonada con el Premio Nobel de la Paz.
En 2015, Suu Kyi llevó a su Liga Nacional para la Democracia (LND) a la victoria en la primera elección abiertamente disputada de Myanmar en 25 años. A pesar de su aplastante triunfo, Suu Kyi, ahora de 75 años, no pudo ser oficialmente presidenta pues la constitución de Myanmar se lo prohíbe por tener hijos extranjeros, pero se convirtió en consejera de Estado de Myanmar y en la líder de facto del país sudasiático. Su liderazgo en el gobierno estuvo marcado por las persecuciones de la minoría musulmana rohingya.
En 2017, cientos de miles de rohingya se vieron obligados a huir al vecino país, Bangladesh, debido a una represión del ejército birmano. Myanmar enfrenta ahora una demanda por genocidio en la Corte Internacional de Justicia (CIJ), mientras que la Corte Penal Internacional investiga al país por crímenes de lesa humanidad. Si bien es cierto que en su país, “la Dama”, como se conoce a Suu Kyi, sigue siendo sumamente popular, los ex simpatizantes internacionales de la Sra. Suu Kyi la acusan de no haber hecho nada para detener la violación, el asesinato y el genocidio al negarse a condenar al aún poderoso ejército o reconocer los relatos de atrocidades.
Dicho sea de paso, Suu Kyi fue derrocada por un golpe de estado el primero de febrero de este año cuando los militares tomaron el control y la arrestaron a ella y a los líderes políticos que la rodeaban.
Sudáfrica
En las semanas recientes, Sudáfrica ha sido escenario de masivas protestas. Si bien estos disturbios son expresión del catastrófico estado político, económico, social del país africano, su detonante fue la condena del expresidente Jacob Zuma a 15 meses de prisión por escándalos de corrupción. Zuma, ex prisionero de Robben Island donde pasó diez años junto a Nelson Mandela por su papel en la acción clandestina contra el apartheid, gozaba de cierta aura moral dentro del ANC, el ex movimiento de liberación que ha monopolizado el poder desde 1994. Sin embargo, durante su periodo presidencial, entre 2009 a 2018, encabezó un sistema de corrupción conocido en Sudáfrica como “State Capture” o “Captura de Estado”. A través del cual, el entonces presidente otorgó todas las facilidades a los hermanos de ascendencia india, Gupta, para que extrajeran tantos recursos como les fuera posible.
Heredero político de Nelson Mandela, Jacob Zuma, ha dilapidado el legado político del icono sudafricano y el suyo propio y su presidencia marcó el fin de las esperanzas de muchos sudafricanos.
Basten las paradojas históricas que se relatan brevemente en este texto para recordar la importancia de las instituciones en la construcción de un país y las limitaciones de visiones de liderazgos mesiánicos.
@B_Estefan
