Habría que pensar en un principio en las condiciones de posibilidad del proceso electoral que acabamos de vivir. No se trata pues de hacer un análisis de los aciertos o desaciertos de las campañas, ni tampoco de los resultados en sí mismos. Mejor, creo que después de un año tan complicado y de las posturas encontradas que vimos enfrentarse en la plaza pública, es necesario hacer un análisis que a pesar de ser parcial y un poco anticipado es también útil para entender las dinámicas de poder en el Estado.
Se le ha llamado al triunfo de Alfonso Durazo a la gubernatura como algo “histórico”, de la misma manera que se le llamó “sin precedentes” a la oleada de Morena en el 2018. Y así, como por arte de magia, se nos olvida la historia en el sentido de que vemos el presente como si fuera a pasar en el tiempo hacia una forma de referencia obligada. Es decir, lo que vivimos acá y ahora es siempre una forma de hacerse historia. La pregunta sería a qué responde un resultado como este, sobre todo cuando nos ponemos a analizar quién votó por quién.
Una de las explicaciones y las dinámicas de poder que podemos vislumbrar con este proceso es la separación notable entre ciudades y pueblos. En Sonora, especialmente cuando consideramos la capital, hay una concentración del poder político en las ciudades que corresponde directamente con el poder económico y social. Quiero decir, existe una tensión palpable entre las ciudades y los pueblos que se ha dividido de forma ideológica.
No vengo aquí a ponerme a echarle flores al gobernador electo porque me parece que no las merecen (tanto como no las merecen sus adversarios), pero sí a poner los puntos sobre las íes de lo que vimos. Una de las cosas que me parecen notables es el claro triunfo de Ernesto Gándara en Hermosillo, así como la decisiva votación para Antonio Astiazarán como representante de la clase conservadora. Durazo y Morena en general hablaron siempre de un grupo selecto de élites que se han repartido las riquezas del Estado desde que terminó el proceso revolucionario en México y el PRI se instauró como un modelo partidario que tuvo como primer laboratorio el Estado de Sonora.
Y tienen razón: la élite político-económica que tanto aborrecemos en Hermosillo es aquella que salió a defender sus condiciones de posibilidad. Es por ello el pronunciamiento de la iglesia católica para votar por la alianza, es por ello el voto al Borrego en la capital. Lo que se hace obvio es que la concentración del poder político se da tal vez a la inversa de lo que estamos viendo en otras regiones del país o quizá en países como Estados Unidos. Mientras en términos ideológicos las zonas rurales tienden a ser más conservadoras que las ciudades en el resto del mundo, lo que vemos aquí es una apuesta a la inversa (a pesar de que Morena es la izquierda más conservadora que pudiéramos imaginarnos).
Las zonas rurales en Sonora votaron por Morena yo creo a pesar de ciertas ideas semi progresistas mientras que la capital y algunas otras ciudades de tamaño considerable votaron por la vía conservadora. Lo que tenemos entre manos es una separación ideológica en la que, a pesar de que en Hermosillo, Cajeme, Navojoa y otras pocas ciudades se ha avanzado algo en materia de políticas sociales, las élites de ultra derecha y la preeminencia de las organizaciones evangélicas apegadas al mejor postor han cambiado el panorama político al que se enfrentará el nuevo gobierno.
Durazo va a tener que lidiar con una oposición que, quiera o no, ocupa el centro socioeconómico del Estado. Y ese será creo yo el mayor reto que enfrentará, una oposición que lo asocia con las viejas prerrogativas de la descomposición social, la pérdida de valores y un larguísimo etcétera.
Dr. Bruno Ríos